Hombres. Fred Zinnemann. Las secuelas de la guerra

hombres Antes de que Marlon Brando saltara al estrellato con sus fulgurantes interpretaciones en Un tranvía llamado deseo, Viva Zapata, Julio César o La ley del silencio, el genial actor se estrenó en el cine nada menos que bajo la dirección de Fred Zinnemann, en una película producida por Stanley Kramer y que se titula Hombres. En esta película quizá nos cueste reconocer al enérgico Kowalsky, al impetuoso Zapata, al salvaje Johnny Strable o al matón Terry Malloy. Pero si su personaje en Hombres tiene algo en común con todos los mencionados anteriormente es el espíritu atormentado que muy pocos actores han sabido transmitir en la gran pantalla como lo ha hecho Brando. El caso de Hombres es un tanto especial, pues aborda una temática delicada en el mundo del cine: la de los veteranos de guerra que regresan con algún tipo de secuela o invalidez. Marlon Brando interpreta el papel del teniente Ken Wilocek, a quien nada más comenzar la película vemos como cae abatido por las balas, cuyas heridas le causan daños irreversibles en la columna y lo dejan parapléjico. Posiblemente fuera Hombres la primera película que tratara de un modo tan directo un asunto tan incómodo, descontando a la extraordinaria película Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler, en la que el director quiso llamar la atención sobre las secuelas que la guerra dejaba en los combatientes, tanto de tipo físico, psicológico, como social.

 El gran tema de estas dos películas es justamente cómo afectaba el regreso a sus hogares a unos soldados que marcharon al frente siendo jóvenes y sanos y que retornaron con heridas incurables, y con la ardua necesidad de reincorporarse a una vida que para ellos estaba totalmente alejada de lo que podían concebir en el intervalo de la normalidad e incluso de la dignidad. En este sentido, el filme de Zinnemann tiene un matiz de denuncia, algo hasta cierto punto bastante común en su filmografía. Su dirección en esta difícil película es francamente hábil y se apoya sabiamente en un excelente guión de Carl Foreman (uno de los guionistas que se vio afectado por la caza de brujas, autor, entre otros y sin constar en los créditos, del guión de Solo ante el peligro) y todo ello envuelto por la magnífica música de Dimitri Tiomkin. Por un lado Zinnemann evita convertir la película en un melodrama, resolviendo de una forma muy eficaz la puesta en escena y sacando todo el partido a un grupo de actores que resultan muy creíbles. La única actriz con relevancia en el reparto es Teresa Wright, cuyo papel resulta, sin embargo, fundamental pues actúa como catalizador del drama físico y psicológico que está viviendo su novio (Marlon Brando), quien se niega a verla.

 La mayor parte de la acción de esta película transcurre en un hospital de rehabilitación para soldados. El papel del director del hospital que interpreta de forma magistral Everett Sloane equilibra en parte esa balanza que podría haber decantado el filme hacia su lado más sentimental o melodramático, proporcionándole un tono mucho más riguroso y realista, por momentos casi documental, que hace que la historia cobre mayor intensidad. Al comienzo de la película, el doctor explica en un salón de actos a los familiares de los heridos cuáles van a ser los problemas a los que se van a enfrentar a partir de ese momento. No quiere en ningún caso que los familiares se hagan falsas expectativas ni con ellos ni con los pacientes y su intención no es otras sino que sepan afrontar el dolor de los soldados (físico y emocional) y que sean lo bastante valientes como para no engañarse y saber asumir el suyo propio. Resultan conmovedoras las escenas en las que el doctor realiza sus consultas diarias y trata a sus pacientes con gran dedicación pero con rigurosidad e incluso con dureza, si se da cuenta de que están descuidando sus recomendaciones. Pero Fred Zinnemann compensa sabiamente ese dramatismo incluyendo unos leves toques de humor, sin que el resultado sea chirriante ni banalice en ningún caso el argumento. Esas escenas están muy alejadas de otras películas que muchos años después volvieron a incidir sobre este mismo tema. Así por ejemplo en El regreso, de Hal Ashby, Jon Voight interpreta a un parapléjico proveniente de la guerra de Vietnam, pero se trata de una película que cae, para mi gusto, en un exceso de sentimentalismo. Y en Nacido el cuatro de julio, de Oliver Stone, el tema se trata con muchísima dureza, sin dejar ni un solo resquicio de aliento ni esperanza, y la situación a la cual se enfrenta el soldado interpretado por Tom Cruise en un precario hospital en el que las condiciones de atención son pésimas o nulas, está muy lejos de lo que nos relata Zinnemann en su película, donde todo el equipo médico se vuelca en ayudar a recomponer las vidas de unos hombres que han visto cómo todas sus ilusiones se han truncado.

Tal vez esta no sea la mejor película de Brando, pero yo considero que su interpretación es extraordinaria, teniendo en cuenta, además, que se trataba de su debut cinematográfico. Resulta portentoso verlo actuar como un hombre inmovilizado, contenido, atormentado, carente de vida y de energía durante buena parte de la película, máxime cuando lo solemos recordar por aquellos papeles desbordantes de vida y energía.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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