Doctor Glas, de Hjalmar Söderberg: un asombroso dilema moral

Doctor Glas, de Hjalmar Söderberg. Reseña y resumen de Cicutadry

Aunque lo parezca, Doctor Glas no es una novela policíaca, sino un excepcional relato existencialista del sueco Hjalmar Söderberg que pone patas arriba la ética más elemental. Para entenderla habría que recordar un antiguo dilema ético: si pudieras matar a un mandarín chino apretando simplemente un botón en la pared, o por un mero acto de voluntad, y pudieras heredar sus riquezas, ¿lo harías? O en una versión más actualizada del tema, ¿quién puede tener esa potestad entre la vida y la muerte?: por ejemplo, un médico.

El dilema moral

Hjalmar Söderberg imaginó a un médico un tanto cínico, reprimido sexualmente, solitario, que escribe un diario sobre su poco atractiva vida. En un momento determinado de su vida se enfrenta ante la decisión de asesinar a alguien por una buena causa, con la casi completa seguridad de quedar impune.

La trama en sí puede resultar convencional a simple vista. Es la historia de una mujer misteriosamente atractiva casada con un predicador mayor del que no está enamorada, y cuyas energías sexuales masculinas equivalen para ella, por lo tanto, a la violación. Pero ella no está libre de culpa: está enamorada de otro. De joven cometió un error al casarse con el predicador; ¿debe ahora pagar para siempre este error inocente?

Pide ayuda al doctor Glas, que relega su adhesión habitualmente inmaculada a la ética médica. Primero lo hace asustando al marido para expulsarlo del lecho conyugal, haciéndole creer que tiene un corazón débil que se rompería con el esfuerzo de las relaciones sexuales. Luego, cuando esto no funciona, considerando el asesinato del hombre.

Los sentimientos encontrados

Hasta aquí la primera parte de Doctor Glas, pero ésta no abriga ninguna importancia ante el despliegue de medios que Hjalmar Söderberg utiliza para atrapar la atención del lector. Porque el doctor Glas no es un médico cualquiera que se ha acostumbrado a mantener su juramento hipocrático por pura comodidad. El doctor Glas piensa, y piensa mucho, y además con una lucidez aterradora.

La mujer llega a su consulta y evidentemente quiere aparentarle su victimismo para que el doctor se compadezca de ella. ¿Pero lo hace realmente? No me atrevo a confirmar que el lector pueda llegar a una conclusión clara al respecto. Puede que haya compasión por ella, puede que haya un odio a su marido, que representa todo lo rancio de la sociedad religiosa sueca. O puede, simplemente, que se haya enamorado. Pero no va a quedar el lector satisfecho si trata de encontrar las causas claras de su conducta.

El extraño comportamiento de un médico

Porque, por un lado, está el hecho en sí, la terrible situación de la dama, su atractivo evidente, el adulterio que oculta, el deseo que casi siempre se siente por esas mujeres que se encuentran enamoradas. Pero también está la historia oculta del doctor, que Hjalmar Söderberg va dispensando con cuentagotas, como si no tuviera la menor importancia y que realmente revelan la personalidad del médico.

Realmente nunca ha estado con una mujer; se enamoró de una, una noche de verano, y ese minúsculo y ridículo idilio aún lo alberga en su corazón como un tesoro. Naturalmente está soltero, se adivina pronto que es un ferviente misógino, y sus amigos no le andan a la zaga. En su conversación con ellos no hay momento en que abandone el escepticismo.

Entonces, ¿por qué se implica tanto en salvar a la extraña dama de su repulsivo marido? Esa es la cuestión real alrededor de la cual gira la novela y que acrecienta su importancia cuando un día el doctor saca de un cajón secreto unas pastillas de cianuro que en su juventud fabricó para un hipotético uso propio. ¿Qué pasaría si el reverendo, aquejado por un supuesto mal del corazón que el médico ha inventado para tranquilizar sus apetitos sexuales, tomara una de esas pastillas, tranquilamente, en la propia consulta del doctor Glas, aparentando en su muerte un colapso cardíaco que no requeriría de una autopsia posterior, puesto que el propio médico certificaría su muerte? ¿Y qué ganaría con todo esto el doctor Glas?

La pregunta esencial

Ésta última es la pregunta esencial y alumbradora que hace de esta novela una obra maestra. Bajo la excusa del dilema ético, se oculta la pregunta de cuáles son las causas que llevan a nuestra voluntad a hacer actos que uno mismo repugna, se plantea por qué hacemos lo que no queremos hacer, y en último término, a dónde nos llevan nuestros actos, por muy reflexivos que sean.

Porque una cosa queda clara al lector (y al médico) desde el principio: él no va a conseguir el amor de la dama, aunque corra el riesgo de ser descubierto su asesinato. La compleja personalidad del doctor, que asoma por las páginas de la novela de una forma sencilla y magistral, es lo que da cuerpo y carnalidad a este atractivo personaje seducido por una idea repulsiva.

Es muy difícil explicar cómo Hjalmar Söderberg va montando un engranaje perfecto conforme avanza en las páginas del diario del doctor, de manera que el propio personaje se va metiendo en un laberinto de ideas encontradas y de justificaciones patéticas que aparentan ser lúcidas, tratando de explicar, a través del acto que deberá ocultar públicamente, su alma recóndita y reprimida, que no consigue escatimar del todo en las páginas que escribe.

Decir que esta novela es apasionante, es poco. Hay una economía de medios proverbial que lleva al lector en volandas de una página a otra, como si se tratara de una novela de suspense (pero no es una novela de suspense), introduciendo, sin embargo, pensamientos de un calado que son impropios de una trama posiblemente convencional. Hay que acercarse al Doctor Glas para aprender cómo se escribe una novela con muy pocos elementos, cómo se pueden contar muchas cosas, y sugerir más, con muy pocas palabras.

Doctor Glas. Hjalmar Söderberg. Alfabia.
 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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