La otra casa. Henry James

la otra casaEn diciembre de 1893, en plena actividad teatral, Henry James bosquejó en su cuaderno de apuntes una serie de situaciones y personajes idóneos para hacer con ellos un drama en tres actos. Bajo el título de La promesa, desarrolló la obra en unas cuantas páginas y las envió a un productor londinense sin éxito. Unos años después, entre julio y septiembre de 1896, publicó esta historia en forma de novela con el título de La otra casa (The Other House). Si bien no se encuentra entre lo más recordado de su producción, la obra es un reflejo de las inquietudes dramáticas del escritor unido a algunos de sus temas recurrentes. Su particular concepción la hace especialmente interesante dentro de la novelística de James.

Para comenzar diremos que es la única vez que aparece un asesinato en una narración de Henry James. Otra peculiaridad es que no se ocultan sus orígenes teatrales, de modo que se trata prácticamente de una novela dialogada que guarda la unidad dramática de espacio y de tiempo, dividida en tres libros –que serían los tres actos de una obra teatral-, subdivididos en escenas en las que entran y salen personajes que exclusivamente se limitan a hablar –apenas hay acción-, todo ello situado tan solo en dos escenarios. La división dramática también es patente en la forma de desarrollar la trama, puesto que en el primer libro –o primer acto- se produce tanto la presentación de los personajes como el incidente de partida, en el segundo libro se desarrolla el nudo argumental y el tercer libro opera como desenlace.

Naturalmente, tratándose de Henry James, las complejidades están aseguradas. Al principio asistimos al salón de una casa donde se encuentra Rose Arminger, una especie de heroína jamesiana, seductora, inteligente, retorcida y tenaz sobre la que va a pivotar la acción. Rose no es la dueña de la casa, sino que vive en ella gracias a la amistad con Julia Bream, que ha dado a luz una niña y que en esos momentos asegura, en su dormitorio, que va a morir, aunque, según el médico, no haya ningún motivo para sospechar tal hecho. Su marido, Tony Bream, es un simpático banquero, algo atolondrado, amable y optimista, un tanto superado por la situación. De la casa vecina llega una dama distinguida y de aplastante sentido común, la señora Beever, que se encuentra acompañada de una joven, Jean Martle, amiga de ambas familias.

El desarrollo de las escenas –que no de la acción, que como digo, es inexistente- une y separa a los personajes en el salón. Exclusivamente a través de sus conversaciones intuimos que la huésped Rose Arminger ama en secreto a Tony pero que éste siente una cierta atracción por la huésped de la otra casa, Jean Martle, que a su vez parece prácticamente comprometida con el hijo de la señora Beever, Paul, que a su vez está enamorado de Rose Arminger. Para liar un poco más la cosa, aparece Dennis Vidal, un diplomático que fue rechazado en su día por Rose a causa de sus pocos recursos económicos, y que recala en la casa porque ha obtenido un nuevo cargo en China más remunerado y quiere pedir de nuevo su mano.

Contamos todo esto para que se hagan a la idea del nudo sentimental que presenta James en pocas páginas –estamos ante un pentágono amoroso- y valoren sus consecuencias posteriores. Como es normal en el escritor, nada de esto tiene valor si no introduce su particular nota perversa, y que en este caso es la promesa que Tony hace a su mujer en su lecho de muerte según la cual no volverá a casarse en vida de su hija Effie. Al final del primer libro, Julia Bream muere y el pentágono amoroso estalla en pedazos puesto que Rose no puede casarse con Tony, Tony no puede casarse con Jean, Jean no parece dispuesta a casarse con Paul Beever, Paul no podrá casarse con Rose y Rose no tiene interés en casarse con Dennis Vidal. Sólo un hecho lo cambiaría todo: la muerte de la pequeña Effie.

Adelanto esta especie de spolier porque la novela se lee con más provecho sabiendo de antemano que la niña morirá asesinada –aunque James reserva este hecho para el final del segundo libro. La acción de esta segunda parte se desarrolla cuatro años después de la muerte de la madre, esta vez en el jardín de la otra casa, la de la señora Beever. Los personajes son los mismos, aunque se da a entender que Rose y Dennis aparecen por primera vez después de mucho tiempo. Hay un tono tal de tragedia –aunque solo sean diálogos- que intuimos que la nueva aparición de todos los protagonistas tiene un sentido, que nada de lo que ocurre es por casualidad, a lo que hay que sumar ese clima espantoso que se crea cuando los muertos imponen su poder sobre los vivos.

Los sentimientos están a flor de piel y la niña pasa por muchas manos a lo largo de estas páginas, como si fuera un objeto que todos quieren tener pero que uno de los personajes quiere que desaparezca. Igual que en un buen thriller, todos tienen razones para que la niña muera, todos son sospechosos –y aquí se demuestra la maestría de James- de algo que no ha ocurrido, pero que flota en el aire, algo que se entrelaza en cada frase, en cada movimiento, en la intención de cada uno.

Sin embargo, todos los protagonistas parecen renunciar a sus sentimientos por tal de mantener la promesa de Tony Bream. Parece como si todos estuvieran dispuestos a dar su vida –en el sentido metafórico- por tal de que Effie viva. Es una sensación extraña, una especie de thriller psicológico con la víctima presente, justo el día de su cumpleaños.

La sorpresa que James nos reserva para el final no debe ser desvelada, pero sí podemos decir que complica aún más la situación. El tratamiento del crimen es muy inteligente porque en apariencia se produce en las circunstancias menos propicias para ello, entre personas modestas, bien educadas y distinguidas, en un clima de paz, pero bajo la presión de unas emociones oscuras e infelices que derivan en un estallido irracional y violento.

Desgraciadamente, la novela no se entendió en su momento y pasó desapercibida –pienso que aún no está valorada con la justicia que le corresponde. Muchos años después, en 1909, y en plena segunda fiebre teatral, James la convirtió en un drama, pero ya era demasiado tarde para dramas sentimentales y nadie la produjo. La sutileza con que está tratada esta historia escalofriante requería un audaz tratamiento escénico que nadie supo ver.

La otra casa. Henry James. Alba Editorial

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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