La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski: perderse para ver

Una casa más grande por dentro que por fuera. Un pasillo que aparece donde antes no había nada. Una puerta que da a un espacio sin fin. Un documental que quizá nunca existió. Un manuscrito que nunca estuvo completo. Y una mente que, al intentar entenderlo todo, empieza a fracturarse. La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski, no es una novela o, al menos, no es una novela al uso: es un laberinto, una experiencia de lectura al borde del abismo, un artefacto narrativo tan radical como absorbente.

Todo comienza cuando Johnny Truant, aprendiz de tatuador y narrador errático, encuentra entre las pertenencias de un anciano fallecido (Zampanò) un manuscrito que analiza un supuesto documental titulado El expediente Navidson. En él se cuenta cómo Will Navidson, un fotoperiodista ganador del Pulitzer, se muda con su familia a una casa en Virginia para recomponer su vida. Pero pronto descubren que la casa esconde una anomalía imposible: mide más por dentro que por fuera. Y que esa diferencia —al principio de centímetros, luego de metros y más— no es simplemente una irregularidad espacial, sino la entrada a un horror inasible, una dimensión donde las leyes físicas y psicológicas se disuelven.

A partir de aquí, la novela se bifurca en múltiples niveles. Está el relato de Johnny, que se va contaminando de paranoia, delirio y dependencia mientras reconstruye el texto de Zampanò. Está el propio manuscrito, con su pretendido aparato académico, notas al pie, referencias falsas, citas inventadas y ensayos que diseccionan el supuesto metraje de El expediente Navidson como si fuera una obra real. Y está la historia de la casa misma, una especie de agujero negro emocional que consume a quienes intentan explorarla, a través de pasillos interminables, escaleras móviles, puertas sin sentido y un silencio que no cesa nunca.

Pero La casa de hojas no se limita a contar una historia inquietante: Danielewski la convierte en una experiencia física. El diseño del texto —con páginas casi vacías, frases rotadas, tipografías cambiantes, pasajes insertados en cajas, colores que indican niveles narrativos o referencias cruzadas entre páginas— obliga al lector a desplazarse, girar el libro, retroceder, descifrar. El objeto-libro se convierte en parte del significado. Leerlo es como caminar dentro de esa casa imposible: la narrativa misma se convierte en arquitectura.

Este uso de la forma no es caprichoso ni gratuito. El libro explora temas tan fundamentales como el miedo, la pérdida, la percepción, la identidad o la locura. Cada uno de los narradores está marcado por el vacío: Johnny por el abandono y la violencia de su infancia, Zampanò por su ceguera y su obsesión, Navidson por su incapacidad de proteger a su familia. El pasillo que se abre en la casa es una metáfora brutal: no es solo espacio, es trauma. Y en todos los casos, ese espacio crece a medida que se lo mira, como si el acto mismo de prestar atención lo hiciera más profundo. Como si el miedo se alimentara de la conciencia.

Lo más perturbador, sin embargo, no es lo que ocurre en la casa, sino cómo afecta a los personajes. La exploración de Navidson, sus expediciones al interior del pasillo, su obsesión por cartografiarlo, por entenderlo, lo alejan de todo lo que ama. Su mujer, Karen, lo observa con desesperación: él necesita saber, medir, grabar; ella quiere vivir, sentir, permanecer. Y sin embargo, el horror los une: solo atravesándolo podrán reencontrarse.

En este sentido, La casa de hojas es también una novela sobre el amor. Un amor lleno de cicatrices, sometido a la prueba última del desconcierto y del miedo. Porque el misterio central no es el pasillo: es cómo respondemos al abismo. Cómo seguimos queriendo a alguien cuando todo a nuestro alrededor se desmorona. Cómo conservar la ternura cuando el mapa se ha borrado y el lenguaje ya no alcanza.

Danielewski no propone una respuesta clara. Pero su obra, profundamente postmoderna, se convierte en un espejo fragmentado de nuestras propias inseguridades. Nos obliga a preguntarnos por qué necesitamos tanto las historias, por qué buscamos un sentido donde probablemente no lo hay. La casa de hojas desmonta la ficción y la vuelve a armar desde los restos, dejando huecos, superposiciones, palabras tachadas, pasajes ilegibles, como si dijera: no hay una sola verdad, solo miradas.

Y, sin embargo, hay algo profundamente humano en su centro: la certeza de que, incluso en la oscuridad más total, alguien puede extender una mano. Que incluso en la casa más extraña, se puede encontrar una habitación con luz. Que a veces, como dice Johnny en una de sus cartas finales, «no se trata de lo que encuentras al final del pasillo, sino de tener a alguien que te espere al otro lado».

La casa de hojas no se lee: se habita. Es un lugar. Es el eco de una historia que se transforma mientras la recorres. Y como toda casa maldita, una vez dentro, ya no puedes salir siendo el mismo.

La casa de hojas. Mark Z. Danielewski. Duomo ediciones.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016), Camino sin señalizar (2022) y El sicario del Sacromonte (2024).

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