Los 10 mejores cuentos de Borges (para iniciarse en su lectura)

Elegir los mejores cuentos de Borges, como elegir las mejores obras de Shakespeare o los mejores versos de Homero, quizás sea una tarea inútil, y en todo caso, arbitraria. En los 61 relatos que escribió a lo largo de su vida no hay ninguno de importancia menor. Nos atrevemos a esta pequeña injusticia en aras a un somero conocimiento de su obra por parte de aquellos que aún no lo hayan hecho, sintiendo una sincera nostalgia por aquellos tiempos en que leímos estos textos por primera vez. En esta selección sospechamos que abundan los temas filosóficos, las perplejidades metafísicas y las atribuciones apócrifas, tan queridas por el autor. Tampoco hemos querido excluir el misterio y el dudoso coraje de los cuchilleros. Sea como fuere, leer a Borges siempre es una suerte de felicidad.

Pierre Menard, autor del Quijote

Con 38 años, Borges, hasta entonces poeta y ensayista, decide experimentar en nuevos géneros durante su convalecencia después de una septicemia que lo tuvo al borde de la muerte. Para ello imagina a un oscuro escritor que toma una decisión sorprendente: escribir el Quijote, línea por línea, palabra por palabra, sin caer en la vulgar intención de copiarlo. Después de descartar por fácil su método inicial (conocer el contexto en el que se desenvolvió Cervantes, fundirse en él) Menard descubre que su tentativa debía ser distinta: llegar al Quijote a través de sus propias experiencias, no las de Cervantes. A través de la ironía borgiana, se llega al hallazgo del lector perfecto, aquel que consigue el ideal de la comprensión total del texto.

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Tlön, Uqbar, Orbis Tertius

Con este cuento, Borges continúa creando un género literario que participa del ensayo y de la ficción, con incesantes referencias a su propia persona y a sus amigos. En este caso, una cita (mal recordada) de Adolfo Bioy Casares lleva a Borges a la búsqueda, en una enciclopedia, de un planeta desconocido, Tlön. Ese planeta (inicialmente un país) tiene los mismos elementos naturales que el nuestro pero una cosmovisión distinta. En la primera parte del relato, el lector se encuentra ante un enigma; en la segunda, ante un texto filosófico; en la tercera y última parte, que en realidad es una postdata al cuento, la explicación a los interrogantes surgidos en las dos partes anteriores, aunque consigue el efecto contrario. El lector atento podrá encontrar en este planeta inventado una inteligente parodia de nuestra cultura occidental.

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La lotería en Babilonia

Un hombre va a contar su experiencia; no su vida, sino una de sus muchas y diferentes vidas. En Babilonia, la vida de sus ciudadanos está regida por el azar, por el juego de la lotería. En este juego no solo hay ganadores, sino también perdedores: a un premio corresponde también un castigo. Es más: no se sabe cuál es el premio ni el castigo. La lotería representa un orden posible dentro del caos. El mecanismo de los organizadores del juego -que no deja de ser el poder- sugiere una red de causas y efectos cuya arquitectura es malvada: nadie puede escapar a las inescrutables leyes de la suerte. Es el relato más político de Borges.

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La muerte y la brújula

Borges fue un entusiasta lector de novelas policiales. No el género realista, de violencia, propio de Estados Unidos, sino el de origen intelectual, de juego de la inteligencia, creado en Inglaterra. De estas características participa La muerte y la brújula: el relato comienza con la investigación de un crimen pero pronto se desdobla en una indagación existencial donde no se descarta la búsqueda mística. Con una insuperable habilidad narrativa, Borges incluye en el relato los desdoblamientos, los espejos, las estructuras laberínticas y los inextricables designios de Dios. Como su admirado Chesterton, propone soluciones mágicas a la vez que explicaciones racionales.

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Funes el memorioso

Extraordinario monumento al poder de la memoria y del olvido, este cuento se desarrolla con la sencillez de una parábola bíblica. Cuenta la semblanza de Ireneo Funes, un humilde y joven uruguayo que tras un accidente queda hemipléjico y desarrolla una terrible capacidad: la de recordar todo, en detalle y por siempre. La situación descrita por el narrador es angustiosa: Funes no solo recuerda cada cosa que ocurre, sino que recuerda sus recuerdos, hasta el punto de que lo incapacita para pensar. Condenado al insomnio y al desánimo, Funes vive una trágica maldición que lo asemeja a Titono o al Rey Midas.

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Emma Zunz

Borges confesó que el nombre de la protagonista era deliberadamente feo porque su historia también lo era. Es un relato sobre las atroces consecuencias de la venganza. Sin embargo, nada de lo que hace Emma nos podría llevar a esa conclusión: asistimos a la jornada rutinaria de una joven, su despertar, su trabajo, sus relaciones sociales. Hay un hecho extraordinario: su padre acaba de morir. Otro hecho insólito se añade al anterior: en un momento dado de la jornada, se desvía hacia el puerto y busca a un desconocido marinero de origen nórdico, a ser posible sucio y repugnante. Los motivos personales los sabremos en el último párrafo del relato, no así los motivos racionales, que cada lector debe deducir por su cuenta.

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El Aleph

Acaso sea el cuento más famoso de Borges, y sin embargo, su desarrollo se aleja de los procedimientos narrativos propios del autor. Su encanto, precisamente, está en demorar los presumibles elementos fantásticos para dejar paso a una narración humorística que no evita el sarcasmo. En El Aleph encontramos varias búsquedas: la del propio Borges en el recuerdo de Beatriz Viterbo, una inalcanzable mujer de la que estuvo enamorado y que, según el relato, murió en 1929 en una casa de la calle Garay, en Buenos Aires; por otro lado, el secreto que esconde el sótano de la casa, el Aleph, cuya existencia le es revelada por el primo de Beatriz, Carlos Argentino Daneri, un cochambroso personaje que inflige a Borges la escucha de sus odiosos poemas. En esa doble búsqueda, el escritor encontrará el sentido de la infinitud.

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La intrusa

La exquisita narración de un cuento no descarta una historia repugnante. Estamos, acaso, ante el relato más brutal de Borges, que como tantos otros que escribió, remiten al mundo de los malevos que vivieron en Buenos Aires hasta principios del siglo XX, hombres violentos que ejercían el oficio de matones a sueldo para garantizar la victoria de políticos corruptos en las elecciones. En La intrusa, además, hay una mujer cuyo amor comparten dos hermanos, dos guapos de fácil manejo con el cuchillo. El cuento une a la crueldad una sencillez desafiante.

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El congreso

A mediados de los años 50 Borges anunció que tenía una idea para una novela sobre un utópico Congreso universal. Nunca escribiría esa novela ni ninguna otra, pero en este relato de 1975 se concentran todas las obsesiones del autor. Debidamente camuflados se diseminan por el texto sus juegos filosóficos, la fascinación por Berkeley y Hume, su amor por Buenos Aires y Macedonio Fernández, algunos recuerdos autobiográficos, la nostalgia por cierto amor de juventud y la admiración por Chesterton. Tiene la paradójica virtud de descartar la fantasía en un relato fantástico. Es su cuento más extenso.

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La memoria de Shakespeare

El último cuento que escribió Borges es un homenaje a Shakespeare y también una manera exquisita de cerrar el círculo de su producción narrativa: viene a contar la misma historia de Pierre Menard, autor del Quijote. En este caso, un profesor alemán recibe de una manera harto simple la memoria de Shakespeare de otro hombre, cuya carga le parece insoportable. Aparentemente, poseerá todos los recuerdos del escritor inglés, sus pensamientos, su manera de obrar. Sin embargo, el autor de dramas como Hamlet o Macbeth fue un hombre antes que un escritor: al morir, en su casa no había ningún libro y vivía metido en vulgares litigios sobre tierras comunales. De alguna manera, Borges prefigura muchos años antes el conocimiento a través de Internet, esa gran memoria de la humanidad: podemos saberlo todo de alguien, que nunca sabremos nada sobre él. Esta imposibilidad da un tono melancólico al relato pero también ofrece un consuelo ante la amenazante pérdida de la identidad personal.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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