Las amistades particulares, de Roger Peyrefitte: la ambigüedad de la impureza

Las amistades particulares. Reseña de cicutadry

Las amistades particulares es el título de una apasionante novela publicada en 1943 por el controvertido escritor francés Roger Peyrefitte. La obra trata del amor entre dos adolescentes masculinos en un internado católico en los años 20 del pasado siglo. A los ojos actuales, la historia no tendría mayor relevancia si no fuera porque Roger Peyrefitte fue el primer novelista que se atrevió a narrar sin tapujos el nacimiento de la sexualidad entre dos muchachos, en una época en la que la homosexualidad aún no era mayoritariamente aceptada por la sociedad.

Para poner al lector en contexto, diremos que Roger Peyrefitte fue, durante toda su vida, un enfant terrible de la literatura francesa, y no solo por este libro. Todas sus novelas contenían una fuerte carga homoerótica, o directamente provocadora, como ocurrió con su novela Las llaves de San Pedro, en la que ridiculizaba al papa Pio XII aludiendo a su supuesta homosexualidad con escenas muchas veces explícitas.

Roger Peyrefitte fue un personaje irreverente, incómodo, pendenciero, pero a pesar de esta actitud que podríamos llamar gamberra, mantuvo siempre una imagen impecable de señor de derechas y un tanto racista. Se podría decir que fue un hombre que hizo lo que le dio la gana y que se puso el mundo por montera, como veremos más adelante.

Centrándonos en Las amistades particulares, diremos que trata con suma sutileza y lirismo el tema del amor entre dos muchachos, un amor que está aún algo lejos de la estricta sexualidad (los jóvenes tienen 14 y 12 años), y cuyos derroteros se inclinan más por el plano sentimental y sensual. De alguna manera, Roger Peyrefitte viene a defender en esta novela que la homosexualidad es algo que nace con el propio individuo, que crece junto a su propio desarrollo intelectual y físico. Acaso, en los tiempos actuales, esta defensa pueda quedar trasnochada –aunque pienso que, por desgracia, todavía no es así-, pero hay que tener en cuenta que a mediados del siglo XX aún se consideraba la homosexualidad, cuando menos, como una enfermedad y, en cualquier caso, como un vicio nefando, como la inclinación sexual de un pervertido.

El gran acierto de Roger Peyrefitte en Las amistades particulares fue desarrollar la historia de este amor dentro de un oprimente contexto: un internado de curas católicos. Es posible que las nuevas generaciones ignoren los modos y maneras de la Iglesia Católica en tiempos no demasiado lejanos, así que se sorprenderán al leer el retrato fidedigno del discurso católico que ofrece esta obra, en particular ante jóvenes adolescentes, centrado casi exclusivamente en la preservación de la pureza.

El contraste entre la sobriedad y el celo de los sacerdotes del internado frente a la alegría de los ingenuos muchachos recién abiertos al mundo y sus placeres es uno de los grandes logros de la novela. Encontramos, por un lado, la superioridad del clero, cerrado en un mundo irreal de prejuicios morales, citas bíblicas y rememoraciones de supuestos martirios de jóvenes santos que dieron su vida por mantener intacta su pureza. Por otro lado, los niños soportan una rigurosa disciplina de hábitos y de estudio por la sencilla razón de que sus padres han creído que el internado era el mejor lugar para hacerlos provechosos en el futuro, sin saber –o sabiendo- que la principal tarea de los curas es llevarlos a su terreno espiritual, sobre todo a través del celibato.

La obsesión por evitar el vicio lleva a los sacerdotes a impedir aquellas amistades particulares que puedan confundir a los muchachos entre la vivencia de la amistad y del amor. Los sermones al respecto son continuos a lo largo de la obra:

Para mantenerse puros como lo son ustedes, o para volver a serlo, si por desdicha ya no lo son, deben vigilar y orar, según el mandato de Aquel que se llamó a sí mismo el Hijo del hombre. Recen, es la oración la que salva. Vigilen, pues el enemigo los acecha. Vigilen sus amistades, que pueden ser el enemigo. Que no sean nunca de esas amistades particulares, que cultivan exclusivamente la sensibilidad; pues, como dijo Bourladoue, la sensibilidad se transforma fácilmente en sensualidad.

Esta continua advertencia crea en los chavales un profundo cargo de conciencia: cualquier desvío de unas emociones que ellos no pueden –en principio- manejar, les hace creer que, siendo aún niños, ya viven en el sacrilegio, en la impostura, en las amistades prohibidas. La trampa en el discurso de los curas (considerarlos, de antemano, como pecadores o, al menos, posibles pecadores) crea un ambiente turbio, oscuro, de vigilancia continua, de arrepentimiento y de indecisión. Todo es duda y represión en el internado, y tal vez los únicos que se salvan de esta atmósfera de sospecha son los dos jóvenes protagonistas, cuyo amor, en apariencia puro, parece superar las continuas represiones a las que son sometidos.

La irrupción de un siniestro personaje, el padre de Trennes, dará un giro brutal a la historia. Una noche aparece como celador en el dormitorio de los niños y, poco a poco, vamos comprobando que le gusta llevar a los chicos, de dos en dos, a su habitación, donde los invita a cigarrillos y alcohol mientras les advierte de los peligros de la impureza.

Siempre desde la sutileza, Roger Peyrefitte consigue sus mejores páginas en la continua insinuación de la pederastia del sacerdote en su conducta, al menos, intrigante y sospechosa, o en sus poco disimuladas maniobras de seducción a niños inocentes a través de palabras y conductas nada inocentes:

Estoy prendado de su pureza, como se dice en el salmo: “El rey está prendado de vuestra belleza”. Y la pureza es la belleza de los ángeles. Nos hemos repartido los papeles: usted es mi ángel, y yo soy su guardián. No intente guardarse de su guardián. Usted y el niño a quien ama jamás deberán temer que me extralimite en mi poder.

¿Por qué consideramos Las amistades particulares una obra maestra que hay que leer?

Porque es una profunda novela que habla sobre la difícil distinción entre el bien y el mal. ¿Quién puede arrogarse la creencia de que está haciendo el bien? Quien tiene el poder. En esta novela, Roger Peyrefitte juega con la confusión de los conceptos, haciendo deliciosa la lectura de la obra: los que se consideran ser poseedores del bien lo tratan de imponer, no mediante la convicción, sino a través de la coacción y del chantaje; y quienes se considera que están obrando mal, los chicos que se enamoran entre ellos, van descubriendo un sentimiento, el amor, que desde la perspectiva del adolescente recién abierto a la realidad de las emociones, no es más que una inclinación natural en él, que debe vencer de acuerdo a supuestas doctrinas evangélicas y, en último término, por miedo al castigo y la expulsión del internado.

El escritor, Roger Peyrefitte, no fue ajeno a esta difícil distinción entre el bien y el mal: en 1964 se estrenó una película francesa, Las amistades particulares, basada en esta novela de manera bastante fidedigna. El escándalo en Francia no se hizo esperar, y el premio Nobel François Mauriac criticó la película por obscena, lo que le valió la respuesta del propio Peyrefitte, que reveló a los cuatro vientos la hasta entonces oculta homosexualidad del viejo Mauriac.

Durante el rodaje del film, Roger Peyrefitte conoció a un niño de 12 años de edad, Alain-Philippe, que trabajaba de figurante y del cual se enamoró. Con él mantuvo una pública y complicada relación sentimental. Al igual que lo había narrado anteriormente en su novela, en parte autobiográfica, de nuevo apareció el amor por un niño de 12 años, pero las circunstancias habían cambiado sustancialmente: el escritor tenía 57 años. La relación con Alain-Philippe, que duró 14 años, se mantuvo de cara a la sociedad haciéndolo pasar como hijo adoptivo y secretario personal del escritor. Como afirma el intrigante padre de Trennes en la novela: “Todo es puro para los puros, pero nada es puro para los impuros.”

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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