Cartas a Hendrick C. Andersen. Henry James: Historia de una amistad apasionada

Cartas a Hendrick C. Andersen. Henry JamesEn una de sus más afortunadas frases, Oscar Wilde afirmó que la vida imita al arte. Algo así debió pensar Henry James cuando en 1899 conoció en Roma al escritor de origen noruego Hendrick C. Andersen. Más de veinte años antes, James había escrito una novela, Roderick Hudson, que trataba sobre un joven escultor americano descubierto por un mecenas en Nueva Inglaterra, que le proponía disfrutar de una estancia en Roma para que tuviera una mejor oportunidad de desarrollar su talento; en una sola temporada consigue la admiración de los demás artistas y obtiene un notable éxito tras esculpir el busto de otra americana, Christina Light –futura Princesa Casamassima-, después de lo cual su buena estrella va languideciendo sin que el mecenas pueda hacer nada por evitarlo. Como si de un personaje de su propia novela se tratara, su encuentro con Hendrik C. Andersen parece reproducir casi paso por paso la historia que había imaginado en su juventud.

Todo comenzó cuando unos amigos invitan a Henry James para que se impregne del ambiente romano con el fin de que escriba la biografía de otro escultor norteamericano, William Wetmore Story, recientemente fallecido. James no apreciaba a este mediocre artista y viajó movido más por la posibilidad de reencontrarse con sus recuerdos de pasadas estancias en Roma que con el propósito de acercarse a la figura del biografiado.

En una de las muchas fiestas a las que fue convocado descubre a un joven guapo y vigoroso, de personalidad un tanto misteriosa, que se le acerca con el fin de que le enseñe la ciudad. Andersen se encontraba en Roma desde 1897 estudiando escultura. Procede de una familia humilde que había emigrado a los Estados Unidos cuando él era un niño y dice admirar la obra de James. Tras varios días recorriendo juntos bellos escenarios, recalan en el estudio del escultor. Nuestro escritor queda admirado con la obra de su joven amigo y decide comprarle el perturbador busto de un niño de doce años, el joven conde Alberto Bevilacqua, que había estado al cuidado de Andersen.

Busto de Alberto Bevilacqua de Hendrik Andersen, propiedad de Henry James

Con la adquisición del busto James se compromete a prestar ayuda financiera al escultor, muy necesitado de ella, y tras su vuelta a Inglaterra comienza una larga correspondencia que se mantendría hasta la muerte de James. La pasión que éste muestra por su prometedor amigo ha dado pie, con el tiempo, a sospechar una relación entre ambos que parece ir más allá de la mera amistad.

Es cierto que en una persona tan circunspecta y contenida en sus sentimientos como Henry James extraña la efusión con la que se expresa en sus cartas. A esta circunstancia se une la indudable sensualidad que rodea a Andersen y su obra. El tema de sus esculturas parece obsesivo: mujeres y hombres desnudos, jóvenes, atléticos, en actitudes impetuosas, llenan su estudio. Las figuras son de gran tamaño y realismo, siempre de mármol blanco, pulidas y enérgicas. El escultor no es menos vehemente en sus impulsos, vehemencia que parece contagiarse en las cartas de James:

Tus impresiones, tus expresiones, del enorme, formidable país penetran hasta el centro de mi inteligencia –y yo estoy allí contigo y te siento “respirar con dolor”, y te estrecho el brazo y golpeo tu espalda –¡oh, con tanto afecto y ternura!- y te lleno (hasta donde tu admirable tenacidad me deja espacio libre) con mi concepción de cuanta valentía y paciencia te sean necesarias.

En las palabras de Henry James ciertamente hay pasión pero también un dejo de nostalgia y melancolía. El escritor se ha encerrado en su casa de Rye, en el sur de Inglaterra, para hacer avanzar su carrera y sabe que las posibilidades de volver a Roma son remotas. Durante esos primeros años de amistad escribe sus últimas grandes novelas: Los embajadores, Las alas de la paloma y La copa dorada. Sin embargo, no hace mención alguna a ellas en sus cartas a Andersen. Todo es mucho más íntimo, como si solo importara el destino del joven escultor, que ha decidido partir hacia Estados Unidos buscando una oportunidad para vender su obra. Antes de emprender el viaje, pasa tres días con James en Lamb House, su casa de Rye.

Andersen se empecina en seguir esculpiendo figuras desnudas de grandes proporciones. Su viejo amigo se lo recrimina: ha escrito a sus amistades de Estados Unidos, grandes mecenas del arte, para que difundan el talento del noruego, pero ve imposible que en su puritano país pueda exhibirse públicamente tal muestra de impudicia. Le aconseja que vuelva a esculpir pequeños bustos, como el del joven conde Bevilacqua que preside un lugar de honor en su casa, pero al mismo tiempo, continúa ensalzando los bellos cuerpos que ha dejado en su estudio de Roma, animándolo sin reparo alguno a que destaque más la opulencia del culo de la amante que se besa con un joven desnudo o insistiendo en términos concretos y físicos acerca de lo que Hendrick debe hacer con sus bizarras figuras: “haz palpitar esas criaturas y hazles quemar e inflamar la carne, y haz funcionar su economía interna, y hazles sentir el tormento de sus vientres y llenar sus vejigas”.

Hendrick C. Andersen en su estudio. 1916

Pero parece que esté condenado a revivir su primera novela en primera persona. Andersen fracasa en su periplo americano y vuelve a Roma junto a su madre y su hermana. Entonces se embarca en una nueva aventura, lo que él llama la Ciudad Mundial: un gigantesco lugar, futuro patrimonio común de todas las naciones civilizadas, que servirá de fecundo laboratorio de ideas en el campo científico, artístico, religioso, del derecho y de la cultura física. La concepción urbanística de tan fantasmal ciudad es neoclásica y ciclópea; las plazas, los edificios, las fuentes, estarían adornadas con sus esbeltas y musculosas figuras en una onírica concentración de mármol blanco.

Cuando le cuenta sus ideas a Henry James, éste le contesta sin dilación:

Te he dicho otras veces estas cosas –aunque nunca lo haya hecho antes de la forma tan tremendamente directa y cruda de hoy: cuando esta culminación de tu locura, con el peso de cincuenta millones de toneladas, simplemente lo empuja fuera de mí: porque ésta, querido muchacho, es la Ilusión terrible contra la que te pongo en guardia: lo que se llama en términos científicos Megalomanía.

En sus últimos años, Henry James trata a Andersen como un padre que a pesar de desear lo mejor para su hijo, siente el sufrimiento de no ser escuchado. Le ha permitido caprichos sin cuento, le ha expresado su afecto de todas las formas posibles, lo ha echado de menos y ha lamentado la distancia entre ellos.

Henry James y Hendrick C. Andersen. Fotografía de 1907

Leyendo atentamente sus palabras, descubrimos que James no se había enamorado de Andersen, sino de lo que representaba Andersen: la juventud, la belleza, la posibilidad del arte, la imaginación en estado puro, y también los recuerdos de aquella Roma de sus primeros años como creador en los que se sintió libre y feliz. Hendrick C. Andersen, con su fuerza casi salvaje, es el trasunto hecho carne de ese otro James que nunca fue y que tal vez vivió reprimido dentro de él:

¿Cómo puedo explicar la ternura con la que me haces pensar en ti y el doloroso deseo de estar a tu lado y de estrecharte entre mis brazos? El corazón me sangra y se me parte ante la visión de ti allí solo, en tu malvada e indiferente, antigua y lejana Roma, con la aflicción de este dolor insoportable. El sentimiento de que no puedo ayudarte, verte, hablarte, tocarte, tenerte bien apretado, y hacer cualquier cosa porque puedas apoyarte en mí o sentir mi profunda participación –todo esto me atormenta, queridísimo muchacho, me hace sentir angustia por ti y por mí, me hace rechinar los dientes y me hace gemir por la amargura de las cosas.

Henry James le escribió 77 cartas al joven escultor durante los 16 años que duró la amistad. Las que le envió Andersen fueron quemadas en sus momentos de depresión. Solo se vieron 7 veces en toda su vida.

Amato ragazzo. Lettere a Hendrick C. Andersen 1899-1915. Henry James. Marsilio.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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