Extinción. David Foster Wallace: el torrente infinito

Extinción. David Foster Wallace: el torrente infinitoHe tardado algún tiempo en retomar la lectura de este escritor norteamericano, uno de los arquetipos más patentes de la posmodernidad y si para algunos se trata del discípulo más aventajado de Thomas Pynchon, para otros su prosa supera a la del maestro. Sin entrar en esas disquisiciones, resulta indudable que la narrativa de Wallace rebosa originalidad y una frescura especial. Su manera de imbricar párrafos totalmente coloquiales con otros que utilizan un lenguaje complejo y elaborado resulta especialmente llamativa. Sin embargo, la magia de los relatos de Wallace radica en esa capacidad que este escritor tiene para convertir una mera anécdota en un relato que parece girar en espiral, recurriendo a una reiteración casi continua de hechos que, sin embargo, no llega a aburrir. Wallace transforma con asombrosa habilidad la idea más absurda que podamos imaginar en un relato en el que, para colmo, ninguno de sus personajes tiene importancia. De hecho, es raro que el lector llegue a sentir empatía hacia ellos. Lo importante para este autor, no son los narradores de estas historias (casi siempre contadas en primera persona), ni siquiera las tramas, sino la estructura que monta alrededor y que proporciona una sensación de consistencia efímera, como si todo el armazón pudiera desarmarse como un castillo de naipes. La magia de Wallace consiste en mantener levantado lo que nadie o casi nadie sería capaz de mantener, y menos durante el número de páginas que este virtuoso del lenguaje es capaz de sobrellevar. Y es que Wallace escribe como si fuese una catarata, como si más que escribir escupiera las palabras de una forma inasible, casi inconcebible. En ese sentido a propósito de ese lenguaje torrencial, un crítico dijo sobre este libro:

Citaría aquí alguna oración de algún relato de Extinción, pero no me quedaría espacio suficiente para el resto de la crítica.

A lo largo de los ocho relatos que componen este libro, Davis Foster Wallace logra dejar perplejo al lector con su sarcasmo, su acidez y su espontaneidad. Si menciono el argumento de alguno de sus cuentos, comprenderán con más exactitud de lo que hablo. Hay un cuento, por citar un ejemplo, titulado El canal del sufrimiento, en donde una cadena de televisión emite durante veinticuatro horas escenas de padecimiento físico o psicológico, donde se sabe lo que va a suceder con dos meses de anticipación y en donde se discuten propuestas artísticas de dudoso gusto, rayanas a veces en lo escatológico. La sordidez de los argumentos resulta a veces apabullante. Si en el relato mencionado hay una crítica brutal de los medios de comunicación y la televisión basura, en otros casos como en El señor blandito, la crítica latente es la de un sistema capitalista totalmente deshumanizado. En este relato, un equipo directivo de una empresa analiza el lanzamiento de una nueva chocolatina mientras el presidente del grupo divaga con ciertos aspectos de su vida pasada y presente. Otro relato magnífico es el que da título a este libro, Extinción, en el que se nos cuentan los problemas de un matrimonio al borde del divorcio debido a una cuestión de ronquidos. Wallace en cualquier caso rehúye de lo fácil y así nos encontramos un relato como Encarnaciones de niños quemados, en el que se aborda el tema del sufrimiento de un bebé que se ha quemado y sus padres lo llevan al hospital, un relato muy breve, sobre todo para la media de lo que Wallace es capaz de escribir, pero que, sin embargo, es directo y demoledor. En un momento del cuento, el narrador se dirige hacia el público de esta manera abrumadora:

Si nunca han llorado ustedes y quieren llorar, tengan un hijo.

Uno de los mejores relatos del libro titulado El neón de siempre comienza con una declaración del protagonista que ya nos alerta de que nos encontramos ante un escritor, ante todo, provocador, que quiere sacudirnos, darnos una bofetada a cada línea:

Toda la vida he sido un fraude. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho todo el tiempo es intentar crear cierta imagen de mí mismo en los demás. La mayor parte del tiempo para caer bien o para que me admiraran. Tal vez sea un poco más complicado que esto. Pero, si uno lo piensa bien, se trataba de caer bien y ser querido.  Admirado, aprobado, aplaudido, lo que sea.

Quizá esa frase resuma la concepción de todos sus relatos. En los personajes existe un desapego hacia casi todo, pero, más que una visión existencialista, el problema que presentan es el de un egoísmo total que linda con el más puro solipsismo. Las existencias de los personajes están determinadas por la paradójica soledad que sienten en las grandes urbes, donde la lógica que impera es la del mercado y el consumismo sin ton ni son, y el mundo que habitan se caracteriza por la incapacidad de amar y por una deshumanización acelerada.

Leer a Wallace es como meterse conscientemente en un torbellino. Algunos críticos lo han acusado de despreciar a los lectores. No estoy de acuerdo. Yo creo que Wallace era un escritor exigente, y como tal, el esfuerzo que requiere por parte de los lectores es elevado. Quien esté dispuesto a pagar ese precio, ya sabe a lo que se enfrenta. El propio autor lo explicó en una ocasión de forma clara y meridiana:

Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena ficción era la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmos.

Quedan advertidos: leer a David Foster Wallace puede ser perjudicial para su salud. Yo, por mi parte, voy a continuar haciéndolo. Llámenlo vicio, pero hasta el momento, no lo he lamentado.

Extinción. David Foster Wallace. Debolsillo

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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