Es notable cómo me absorbe y cautiva, más allá de titubeos, conflictos y malos tragos, lo auténtico, el deseo de volver únicamente a lo grande (a los efectos escénicos, constructivos, «arquitectónicos»); llevándome a sentir que mucho más económico, desde el punto de vista del tiempo, es sumergirse en todo momento en la evocación y el discernimiento de eso que en cualquier otra pequeña ilusión. ¡Ah, soltarme una vez más! Me basta pensarlo para sentirme alimentado y en calma, como si una mano divina serenase mis nervios y benignamente echase luz sobre mis incertidumbres y oscuridades. Comiénzalo ¬¡y ya crecerá¡. Emprende ahora alguna breve novela fuerte, y regresa del continente con el proyecto acabado. Debo llevar a cabo un largo tête à tête conmigo mismo, una larga sesión de debate antes de empezar de veras. Basta.
Escribiría alguna forma misteriosa de cosa, en ficción, que te gratificara, como Hermano, pero permíteme decirte, querido William, que me sentiría muy humillado si a ti te gusta, y de ese modo la sumas en tu afecto a cosas de la era actual, por las que me he enterado que expresas admiración y que yo preferiría descender a una tumba deshonrada antes que haber escrito.
Dado que la vida es toda inclusión y discriminación, en tanto el arte es todo discriminación y selección, el artista, en busca del duro valor latente que le concierne de modo excluyente, olfatea la masa con el preciso instinto de un perro que sospecha dónde hay un hueso enterrado. La diferencia aquí, sin embargo, estriba en que, mientras el perro desea su hueso sólo para destruirlo, el artista en su minúsculo trozo limpio de desagradables adherencias y tallado en sagrada aspereza, encuentra la materia misma para una clara afirmación, la más afortunada oportunidad para crear lo indestructible.
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El puerto del que partí fue, creo, el de la esencial soledad de mi vida, y parece ser también el puerto, en calma, al que mi curso finalmente se dirige. Esta soledad (ya que la menciono) ¿qué es sino lo más profundo de uno? Más profundo, en cuanto a mí, al menos, que cualquier otra cosa. Más profundo que mi «genio», más profundo que toda «disciplina», más profundo que mi orgullo, más profundo, sobre todo, que las profundas contraminas del arte.