Historia de O fue la novela que cambió la concepción de la literatura erótica. Hasta el momento de su publicación, en 1954, el erotismo, salvo contadas excepciones, se hallaba encorsetado en un subgénero bastante rígido para deleite exclusivo de los hombres, en el que se valoraba más lo explícito de las escenas sexuales que las motivaciones de los protagonistas; en otras palabras: era un catálogo de perversiones para todos los gustos (lúbricos) que dejaba poco margen para la imaginación y ninguno para ser trasladado a la vida real, lo que se suele conocer en la actualidad como meras pajas mentales.
La primera sorpresa que encerraba Historia de O era su autoría. Aunque publicada con seudónimo, éste correspondía a una mujer, Pauline Reage, y una simple hojeada al libro venía a confirmar que detrás había una mano femenina. Sin embargo, durante muchos años se pensó que el autor era Jean Paulhan, director de la prestigiosa revista Nouvelle Revue Français, que fue quien llevó el manuscrito a un joven editor que acababa de publicar las obras completas de Sade. A pesar de ello, el tema de la autoría no fue especialmente trascendente dada la calidad de la obra y el interés que inmediatamente suscitó.
Aunque supongo que casi todo el mundo conoce la trama, diremos que Historia de O narra la vida de una joven que se embarca en una aventura sadomasoquista de manos de su amante, que la lleva a una especie de club exclusivo dentro de un castillo (Roissy) para convertirla en una sumisa esclava. Allí, aislada entre otras esclavas que, igual que ella, se encuentran bajo el dominio de sus Amos, será entregada a cuantos hombres quieran disponer de ella de cualquier forma y en cualquier momento. Digamos que esta parte relata el adiestramiento de O, su absoluta cesión de voluntad, su despersonalización, puesto que ni siquiera puede ver los rostros de los numerosos hombres que la usan a su antojo.
Este primer capítulo –Los amantes de Roissy– es, quizás, el que más ha permanecido en la mente de los seguidores de esta novela, y sin embargo, entiendo que es el menos logrado de la obra.
Creo que Pauline Reage, que como más abajo explicaré, escribió este texto como un divertimento por capítulos para su amante, no concibió al principio la obra como un todo, como una novela cerrada. La carga erótica en estas primeras páginas es muy fuerte y las explicaciones conductuales muy flojas, como venía siendo habitual en el género. René, el amante de O, entrega a ésta sin que sepamos los motivos y tampoco tenemos muy claro que O dé su consentimiento; solo lo sabemos que se obliga «por amor», pero ese amor se nos ha escatimado a los lectores, ya que carecemos de cualquier antecedente al respecto. La propia O es la primera sorprendida del tipo de comportamiento que le exige su amante. Se nos dice que lo hace por amor pero tenemos la impresión de que lo acepta por orgullo. Lo que hace René, hablando en plata, es prostituirla sin ambages.
Aquí debemos hacer un largo paréntesis para comprender en toda su profundidad el alcance de esta novela mítica.
Cuando se publicó en 1954 la obra se leyó como la crónica de una perversión sexual en la línea del marqués de Sade pero con un encanto irresistible que la alejaba definitivamente de las aberraciones sangrientas del Divino Marqués: Historia de O era una novela «humana», realizable, aunque esta primera parte no fuera precisamente la más realista.
Acaso sin saberlo, Pauline Reage ponía las bases de lo que muchos años después se concretaría en el estilo de vida BDSM (siglas de Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo), una opción sexual y vital que por entonces se conocía como sadomasoquismo, pero que en la actualidad abarca muchas más relaciones y prácticas que las puramente basadas en la obtención del placer a través del dolor.
Historia de O descubrió al mundo una opción dentro de la sexualidad hasta entonces no mostrada: el concepto de la entrega, y además dentro de un contexto mucho más conocido: el amor.
Hasta ese momento, la entrega había sido tratada fundamentalmente por Sacher-Masoch en su obra La Venus de las Pieles, pero una entrega que en términos sexuales era insuficiente para determinadas sensibilidades. Su protagonista se entregaba a su Dueña buscando sensaciones que sólo lo gratificaban a él, es decir, de alguna manera el sumiso se «servía» de su Dómina para satisfacer su particular deseo sexual. Por otro lado no hace falta recordar que los Dominantes del Marqués de Sade abusaban y maltrataban a sus víctimas sin que mediara voluntad alguna por parte de éstas.
Lo que introduce Pauline Reage en Historia de O es la entrega consensuada, con plena consciencia de las dos partes de la pareja, realizada por voluntad propia y con la seguridad de que cualquiera de los dos miembros puede dejar la relación si no se cumplen unas reglas mínimas (que en la actualidad están pactadas) o que en su defecto pueden estar metapactadas, como es el caso de esta novela en la que la regla no escrita es el amor que uno siente por otro.
Esta novedad, tan importante para lo que sería el posterior desarrollo del BDSM, se puede apreciar a partir del segundo capítulo del libro: René saca a O del castillo de Roissy para llevarla a la mansión de su hermanastro Sir Stephen, un hombre bastante mayor que él, por el que siente una profunda admiración.
De repente, la novela desciende de ese nivel un tanto gótico de castillos, celdas y guardianes con látigo al nivel de la calle, a una casa en el centro de París donde un hombre se sirve de una mujer, la cual le es cedida por su hermanastro en señal de respeto, mientras esa mujer continúa su trabajo como fotógrafa de una agencia de modelos, siendo requerida por Sir Stephen cuando lo considera oportuno, para lo cual O se entrega plenamente como símbolo de amor por su amante René. Por tanto, O es libre de aceptar los requerimientos de Sir Stephen.
Al principio esta entrega también carece de una motivación definida, pero el desarrollo de la relación entre Sir Stephen y O nos pone en la pista de los mecanismos sentimentales y sexuales que realmente sustentan el BDSM. Para hablar de ello debemos, de nuevo, hacer otro paréntesis para abordar un tema que, extrañamente, nunca he visto tratado cuando he leído comentarios sobre Historia de O.
El personaje de René está muy poco desarrollado en la novela, tal vez porque, como se supo después, era el trasunto del propio Jean Paulhan, destinatario de la obra, y no autor como se pensó durante mucho tiempo. La escritora dio por sobreentendido que Jean Paulhan se vería inmediatamente retratado en René y no necesitó de mayores complejidades psicológicas para describir al personaje.
Sin embargo, quien haya leído la novela verá que algo chirría en él: le exige entrega absoluta a O pero en ningún momento se muestra con un rol de dominante, sino más bien de macarra que va cediendo a su novia a quiénes quieran hacer uso de ella, a la vez que el propio René se lo monta con otras sumisas, en una especie de intercambio de ganado femenino nada admirable.
Lo que esconde René (o la propia Pauline Reage, puesto que nunca lo explica en términos inequívocos) es una práctica sexual denominada candaulismo, es decir, el placer sexual obtenido al contemplar a tu pareja manteniendo relaciones sexuales con otras personas. Durante la estancia en el castillo, René muestra a los demás hombres todos los pliegues del cuerpo desnudo de O, la obliga a mantener posturas que faciliten la penetración por todos sus agujeros e incita a que algunos de esos hombres disfruten de ella azotándola con fustas y látigos, mientras él, siempre, contempla las escenas sentado en un sillón. Solo cuando O ha sido usada por todos los hombres, él se la lleva a su celda para hacer el amor con ella de forma íntima y apasionada.
De ahí que esta parte que transcurre en el castillo repela un tanto a quienes creen estar leyendo una novela sobre sadomasoquismo. Por la parte de O es evidente la entrega, que por cierto nada tiene de masoquista (a la manera de Sacher-Masoch, me refiero), sino como la superación de una «prueba de amor» ofrecida a su amante. De haber seguido por ahí, la novela no hubiera trascendido de la manera que lo ha hecho. Si de alguna forma se salva la historia en este primer tramo es por la honestidad que observamos en O, por una extraña verosimilitud en su conducta que creemos a pie juntillas a pesar de que el escenario y las motivaciones son bien inconsistentes.
Afortunadamente, la trama da un gratificante giro cuando O entra en casa de Sir Stephen, un dominante verdadero cuyo verosimilitud es total. Cierto es que O, al principio, sigue apoyándose en su amor por René para entregarse al hermanastro, pero poco a poco tanto O como los propios lectores vamos comprendiendo que a esa entrega de la joven le corresponde una dedicación plena por parte de Sir Stephen, que la hace suya, es decir, la trata con el cariño, el cuidado y la atención que merece alguien que se ha entregado a otra persona y la obedece incondicionalmente.
Aquí es donde aparece un nuevo concepto descubierto por Pauline Reage en Historia de O, que es el de las relaciones D/s, tan apreciadas en el mundo del BDSM. Una relación D/s es un tipo de relación entre dos personas, en la que una tiene el rol de Dominante (D) y otra, el rol sumiso (s), con absoluta indiferencia por el sexo de cada uno (dominantes femeninos y masculinos, al igual que los sumisos, en relaciones tanto homosexuales como heterosexuales) y que trasciende el ámbito de lo sexual ya que ese rol no solo se ejerce, para entendernos, en la cama, sino que abarca los actos más cotidianos de la vida, lo que implica, por lo general, que haya un fuerte lazo afectivo entre Dominante y sumiso.
Para explicarlo de otra manera diremos que una relación D/s solo se diferencia de una relación sentimental convencional en el rol que juega cada miembro de la pareja, diferencia, por lo demás, más que importante, puesto que si en una relación convencional es deseable la igualdad entre los miembros, en una relación D/s la asimetría es su propia razón de ser, voluntariamente escogida y consensuada, como es natural.
Pues bien, esta relación D/s es lo que se instaura entre Sir Stephen y O. Están muy equivocados quienes, tras ver la película que se basó en la novela, crean que se trata de una relación sadomasoquista. Nada más alejado de la realidad.
Por suerte, en la novela hay una serie de matices deliciosos que se perdieron cuando la historia se llevó a la pantalla. En principio, Sir Stephen y O mantienen una relación meramente sexual pero justo por el tipo de relación que se comienza a establecer entre ellos -una relación D/s- su trato diario y las especiales connotaciones que esta tiene, la atracción que ambos sienten deviene en un sentimiento de amor por lo poseído y por ser poseída.
Sin ánimo de comparar y a los únicos efectos de hacerme comprensible, Sir Stephen siente por O lo que podría sentir una persona por su deseado coche de carreras o por su casa junto al mar, quiero decir: O pasa a ser propiedad de Sir Stephen en el sentido más estricto del término, y éste la cuida como su bien más preciado, sin olvidar, naturalmente, que es un ser humano en cuanto a la cualidad del amor desarrollado. A este sentimiento responde de igual manera O, que pasa de someterse por amor a René, a entregarse por admiración, respeto y amor a Sir Stephen. En ese momento es cuando Historia de O exhibe su sentido más pleno, tanto que en la actualidad hay miles de personas en el mundo que viven satisfactoriamente una relación de estas características. La motivación que lleva a las parejas a vivir este tipo de vida escapa de los límites literarios de esta reseña.
Lo que si es cierto es que recuerdo el impacto que me produjo la escena de la película en que O es marcada con un hierro candente por orden de Sir Stephen con sus iniciales, en señal de propietario de su amante. Esa entrega tan brutal por parte de ella me dijo que en aquella historia había un fondo de encantamiento y verdad, como después pude comprobar con el tiempo. Quede claro que esta práctica, conocida como marcación (o branding, en inglés) es muy rara en el BDSM por los lógicos peligros que conlleva para la salud, siendo sustituida en la actualidad por técnicas de tatuaje o piercings.
La cuestión es que el hecho de que O lleve con orgullo esas marcas permanentes, así como otras temporales infringidas por los azotes, es uno de los puntos fuertes de la novela que hace comprender su profundidad. Si en la parte que transcurre en el castillo de Roissy, O es enseñada a no rebelarse, con sir Stephen vemos una mujer con la voluntad de entregarse libremente al que considera su propietario, título ganado por derecho propio por Sir Stephen, al contrario que con René, cuya consideración por parte de O, cuando ya conoce de verdad lo que es una relación D/s, baja enteros hasta quedarse en nada; es decir, O comprende que fue usada por René, pero en el mal sentido de la palabra: utilizada, vejada, cuando curiosamente el sexo que tenía con René era absolutamente convencional (él nunca llega a azotarla ni someterla físicamente).
Un hermoso pasaje de la novela nos lleva a los pensamientos (y los sentimientos) de O en su relación con su dueño, Sir Stephen, descripción que de alguna forma resume este tipo de sexualidad:
O sintió que la empujaba hacia la pared, que le asía el vientre y los senos y le abría la boca con la lengua y gimió de felicidad y de alivio. La punta de sus senos se endurecía bajo la mano de Sir Stephen. Con la otra mano, él le palpaba tan rudamente el vientre que ella pensó que iba a desmayarse. ¿Se atrevería a decirle algún día que no había placer, ni alegría, ni fantasía que pudiera compararse con la felicidad que sentía por la libertad con que él se servía de ella, por la idea de que no le guardaba ningún miramiento ni ponía límite a la forma en que buscaba el placer en su cuerpo? La certeza que tenía de que cuando él la tocaba, ya fuera para acariciarla o para golpearla, que cuando le ordenaba algo era únicamente porque lo deseaba, la certeza de que él no pensaba más que en su propio placer, colmaba a O de tal manera que, cada vez que tenía prueba de ello, o solamente cada vez que lo pensaba, se abatía sobre ella una capa de hierro, una coraza ardiente que le iba desde los hombros hasta las rodillas. Allí, de pie, apoyada contra la pared, con los ojos cerrados, murmurando que lo quería, cuando no le faltaba el aliento, sentía que las manos de Sir Stephen, aunque frescas como una fuente sobre su fuego, la hacían arder más todavía.
La consagración de la novela llegó en 1975 cuando el director Just Jaeckin filmó la película homónima con una inconmensurable y deliciosa Corinne Clery en el papel de O. Si bien la película estaba contada con la elegancia, el encanto y la delicadeza del original, para aquellos que quieran comprender las razones últimas de este tipo de sexualidad la cinta es demasiado esquemática. Cometerían un error quienes crean que Historia de O es lo reflejado en el filme. Para ello hay que leer la novela, y además hay que saber leerla, sin prejuicios y con la mente bien despierta pues lo fundamental reside en los detalles.
Por raro que parezca, a veces la ficción supera a la realidad; en el caso de Historia de O la ficción inventó la realidad. Los años 90 (es decir, casi 40 años después de ser publicada la novela) marcarían el principio del movimiento BDSM, cuyas raíces evidentes están en este libro y del cual extrajeron símbolos, prácticas y ritos sexuales de uso habitual.
Tal vez por eso en 1994, en medio del comienzo de un clima de aceptación de la diversidad sexual por parte de la sociedad, una anciana de 86 años, Anne Desclos, confesó en una entrevista que ella era Pauline Reage, y que había escrito Historia de O para divertir, excitar y mantener a su lado a su amante casado, el ya referido Jean Paulhan.
El nombre de Anne Desclos no dijo nada a nadie hasta que igualmente descubrió que durante su vida profesional había firmado con el seudónimo de Dominique Aury, reconocida intelectual francesa que trabajó en la editorial Gallimard, donde tradujo a Evelyn Waugh, T.S. Elliot o Scott Fitzgerald y publicó numerosos ensayos y poemas. No era un libro autobiográfico pero sí en clave, puesto que su amante Jean Paulhan era René y O no era exactamente ella sino una tal Odile, una amiga de la autora, más joven, que estuvo enamorada de Albert Camus (de ahí el uso de la inicial de su nombre, O).
Sin embargo, esta modestia extrema, esta manera de ocultarse durante toda su vida entre seudónimos y silencios en un mundo tan personalista y ruidoso como el nuestro, me lleva a pensar que la clave última de la novela se la llevó Anne Desclos a la tumba, con la misma discreción con que mantuvo sus relaciones profesionales y personales en vida.
Historia de O. Pauline Reage. Tusquets.
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