Pálida luz en las colinas. Kazuo Ishiguro: La callada opresión de las palabras

Portada de Pálida luz en las colinas, de Kazuo IshiguroDel mismo modo que soportamos una herida en nuestro propio cuerpo, es posible llegar a hacer nuestras las cosas más perturbadoras. Así es la literatura de Kazuo Ishiguro: perturbadora, basada en una sensibilidad que conjuga lo oriental y lo británico como nadie hasta ahora lo había hecho. En una sabia combinación, ha sabido conjugar la belleza inquietante de la narrativa de Kawabata con el universo subjetivo y ambiguo de Henry James. Pálida luz en las colinas (A Pale View of Hills, 1982) fue su tarjeta de presentación ante el mundo, una primera novela que ya contiene la particular visión de Ishiguro sobre el mundo, una visión que no ha hecho más que ahondar a lo largo de su trayectoria literaria.

La novela comienza con la rememoración de un suicidio, tema delicado en la cultura nipona. Sin embargo, quien lo recuerda es una madre en Inglaterra, una viuda japonesa afincada en Occidente desde hace muchos años cuya discreción es propia de esas mujeres abnegadas de antes de la Segunda Guerra Mundial cuyo papel en la cultura oriental era el de ver y callar. Ella será la que nos contará la historia y ese tono prudente y comedido, que casi roza el poder del silencio, es el que se mantendrá a lo largo del texto, acierto indiscutible de Ishiguro.

Sabemos por una conversación casual que su hija Niki se suicidó hace seis años en Manchester. Niki nació en Nagasaki, donde su madre Etsuko vivió hasta que enviudó de su primer marido. Utilizando la estructura narrativa de “los vasos comunicantes”, Etsuko se remite al verano en que estuvo embarazada de Niki, pocos años después de que estallara la bomba atómica en la ciudad japonesa.

No hay una sola referencia al suicidio de Niki, ni a los motivos que llevaron a su muerte, pero gracias a la habilidad de Ishiguro, en el lector se logra concretar su incierto destino a un episodio muy concreto: aquel verano, Etsuko conoció a una joven y su hija, que se habían trasladado cerca de su casa a las afuera de una Nagasaki en plena reconstrucción.

Esa joven, Sachiko, llega rodeada de misterio. Un coche blanco, americano, se acerca a veces por el paisaje desolado que rodea su casita. Podemos intuir su ocupante, la relación que mantiene con la joven; en algunas conversaciones comprendemos que puede ser un soldado americano que visita a Sachiko cuando su hija no está en casa. Como tanta gente después de la guerra, Sachiko no tiene nada que ganar ni que perder. Tampoco sabremos de dónde procede, quién fue el padre de su hija, una niña huraña que roza el autismo en su conducta, obsesionada por una escena que vio pocos años antes, una madre que ahogaba a su hijita en un río.

Tampoco hay una descripción de los efectos de la guerra, solo entendemos sus consecuencias. Sachiko sueña con ir a América, con encontrar un futuro para su hija; juguetea en su mente con la posibilidad de poner un pequeño negocio. Suponemos que el americano le ha llenado de pájaros la cabeza para aprovecharse de su situación. Las fuerzas de ocupación aún se mantienen en Japón, ha estallado la guerra en Corea y la presencia de los americanos se ha instalado allí y han devastado no solo el país, sino las viejas costumbres niponas.

Con extraordinaria sencillez comprendemos la humillación de los japoneses. Dedican el día a trabajar sin que les quede tiempo para otra cosa. Hay que reconstruir el país, pero ni siquiera podemos estar seguros que lo hagan por eso. Están como vencidos, obsesionados por algo que ni siquiera ellos pueden entender. Es imposible perder la antigua mentalidad pero a gran velocidad tratan de instalarse en la nueva. La desorientación es total. Solo Etsuko mantiene su postura de mujer silenciosa, de gran sentido común. Los hombres trabajan, hablan, discuten. Las relaciones sociales las mantienen las mujeres y también el orden familiar.

La diferencia entre generaciones también parece un problema. Su suegro pasó aquel verano en su casa, un antiguo y prestigioso profesor que inculcó los valores imperialistas a sus alumnos. Posiblemente podría sentirse culpable del desastre al que llevó a los jóvenes japoneses, pero no es consciente de ello. Apenas se habla del hecho, aunque subyace en cada conversación. El ambiente de opresión es angustioso, pero contado por Etsuko transmite una calma contenida, casi emocionante.

Se tratan muchos temas en esta novela cautivadora. Solo la reserva nipona y la reprimida educación británica impiden desvelar el secreto de las cosas, de manera que el lector contempla los hechos sin que haya un solo juicio sobre ellos. Las palabras se alzan como muros de contención de los actos. La economía de medios empleada es soberbia; no hay un solo alarde estilístico: el estilo es la propia concepción de la novela, como una malla que se ajusta exactamente a los contornos de lo que se quiere contar. Por un extraño efecto, el fragmentario recuerdo de aquel verano sugiere las razones del suicidio de la hija, décadas después.

Kazuo Ishiguro inauguraba así su idea de la narrativa: no hay buenas ni malas historias, sino historias bien o mal contadas. El tratamiento del tema, en este caso esa sensación de inseguridad que atraviesa el relato, se basa en la precisión de las palabras y en el hábil manejo de los tiempos y los recursos expresivos. El autor debe ser consecuente con lo narrado y honrado con sus lectores. No debe mostrar sus trucos, naturalmente, pero tampoco puede dar gato por liebre. La historia es ofrecida para que el lector inteligente sepa extraer de ella mucho más de lo que figura en el texto, y en esta actitud reside la gran virtud de Kazuo Ishiguro: cuando cierre el libro, cada lector habrá leído una novela diferente.

Pálida luz en las colinas. Kazuo Ishiguro. Anagrama.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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