Óscar Cerruto (1912–1981). Bolivia
Poeta, narrador, periodista y diplomático, Óscar Cerruto es una de las voces más representativas de la literatura boliviana del siglo XX. Aunque su novela Barrage contra el sueño es una referencia ineludible en la narrativa andina, su poesía —mucho menos difundida fuera de su país— es de una intensidad contenida, cargada de inquietudes existenciales, imágenes tenues y una gran sensibilidad para lo invisible.
En su poesía hay una búsqueda del sentido último, un tanteo en la penumbra de lo humano, lo corporal, lo ontológico. El miedo, en su obra, no es sólo una emoción: es una experiencia ontológica. Y así lo muestra este extraordinario poema dividido en dos secciones, donde el miedo se vuelve casi una entidad, una atmósfera, una interrogación sin respuesta.
EL MIEDO
I
No es el sonido de mi sangre
o el ala de un insecto
ni siquiera
la luz
acercándose
oscilante como una mano
en la indefensa
sombra.
Lento rebota un grito
en las piedras de la calle
— y oyes el sueño de una hoja.
La calma
corroída
repite su amenaza.
El ojo (indecible)
del silencio.
Un muro es la noche
y transparece.
II
Sabía que mi muerte eran puñales
y era una sola bala
y no temía.
Más temía
la noche de los otros
sin pisadas.
Y ahora muero oyendo
clarear el viento entre los árboles
correr el ruido a sus asuntos.
Miro mi mano
no la veo
cierro y sólo estrujo
frío recuerdos oxidados.
¿Es la muerte esta jugada?
¿O estoy muerto
ya muerto
caminando por la muerte?
Ninguna voz
ninguna luz.
El estridor apenas
de la sangre que también me abandona.
¿Y si no era ésa la bala que
desde que soy
ya me correspondía
ni ésta mi muerte?
No sé si grito
no sé si alguien escucha el grito
no sé si doy vuelta la cara.
Mis lágrimas golpean
la vasta vasta soledad
sin puerta.
El temblor absoluto del ser
Desde el primer verso, el poema nos niega toda certidumbre. No es esto, ni esto, ni aquello. Cerruto parte de lo sensorial —la sangre, la luz, los insectos— para descartarlo de inmediato. El miedo no proviene de lo reconocible. Viene de más adentro, de un lugar donde lo indecible se forma.
“Lento rebota un grito / en las piedras de la calle”
Esa imagen de un grito sin dueño, que rebota como una pelota abandonada por la voz, es una de las más potentes del poema. Un grito que no libera, que no comunica: solo reverbera en el vacío. Y al fondo, una hoja sueña. El mundo, incluso en su silencio, continúa.
“La calma / corroída / repite su amenaza.”
La calma se vuelve amenaza. El silencio es una presencia que nos observa. El miedo no está afuera: está en el ojo del silencio, que “indecible”, nos mira desde lo que no puede ser nombrado. La noche se transforma en un muro translúcido, impenetrable, como si cerrara toda vía de escape.
La segunda parte del poema nos arrastra hacia lo trágico. El sujeto habla desde un umbral: entre la vida y la muerte, o tal vez desde una muerte ambigua que no se consuma del todo.
“¿Es la muerte esta jugada?
¿O estoy muerto
ya muerto
caminando por la muerte?”
La duda esencial. La existencia misma puesta en cuestión. La muerte no es un hecho, es una condición, una posibilidad constante. La visión borrosa de su mano —que ya no está, que ya no responde— es símbolo de ese extrañamiento del cuerpo, de esa pérdida de contacto con lo tangible.
El poema concluye en un grito sordo, en lágrimas que golpean una “vasta soledad sin puerta”. La experiencia del yo se vuelve intransitable. La angustia no es una emoción: es una topografía, una arquitectura sin salida.
En este poema, Cerruto logra una experiencia poética radical: convertir el miedo en materia, en forma, en espacio. Aquí no hay consuelo, ni lirismo dulzón, ni conclusiones esperanzadoras. Sólo queda la pregunta —quizás la más humana— por el sentido último de estar aquí y no saber si seguimos estando.