Poetas de Ecuador: Gonzalo Escudero

Gonzalo Escudero (1903–1971). Ecuador

Gonzalo Escudero

Gonzalo Escudero es uno de los grandes nombres de la poesía ecuatoriana del siglo XX. Aunque su obra ha permanecido parcialmente en la sombra, eclipsada por otras voces más divulgadas, su legado poético es de una riqueza singular, tanto en la intensidad de sus imágenes como en la originalidad de su lenguaje. Diplomático, jurista y académico, Escudero no fue un autor prolífico, pero cada uno de sus libros revela un dominio asombroso de la metáfora y del ritmo verbal, una voz de gran lirismo que mezcla la sensualidad con una alta temperatura simbólica.

Su poesía está marcada por una fusión de corrientes estéticas: del modernismo herido al barroquismo visionario, pasando por acentos ultraístas o surrealistas. La figura femenina es, en muchas ocasiones, su centro gravitacional. Pero no como simple destinataria amorosa, sino como una fuerza mítica, una presencia totémica que encarna el deseo, la exaltación erótica, la religiosidad pagana y el vértigo existencial.

Todo ello puede apreciarse con asombrosa claridad en su poema “Tú”, donde el sujeto lírico invoca a la amada como una visión múltiple, cambiante, desbordante de significados.


Tú, sólo Tú, apenas Tú en los desvaneceres
últimos de la llama de este candil de barro.
Río de miel dorada para ahogarme, Tú eres
hecha para morderte de amor como un cigarro.

(…)

¡Tú, el pleamar de oro para mi último mar!


El poema “Tú” es una exaltación continua, un poema-río de intensidad sin respiro, construido a base de imágenes sucesivas que buscan capturar lo inasible, lo total: la mujer deseada convertida en fuerza cósmica, en vértigo y sustancia, en cuerpo, aroma, sonido, animalidad y llama.

Desde el primer verso, el sujeto poético no se detiene: cada imagen es una nueva tentativa de nombrar lo inefable. La estructura se sostiene sobre una anáfora obsesiva (“Tú…”) que le confiere un ritmo litánico, casi ceremonial, como si el poema fuera una letanía amorosa o una plegaria encendida. Pero esta liturgia es pagana, sensual, feroz, impúdica y mística al mismo tiempo.

“Tú, la alondra azorada sin alas y sin nombre
que enciendes dos luciérnagas en tus pezones rubios.”

Hay aquí una voluntad clara de desmaterializar el cuerpo, convertirlo en símbolo, en imagen surreal, en naturaleza alucinada: la mujer es pezón-luciérnaga, senos-universo, alma de gacela, vértebras de leopardo, pantera, serpiente, álamo, columna trunca, pleamar. Una figura total que se funde con la geografía, los elementos, las especies, la música y hasta la arquitectura.

“¡Tú, el mordisco que es un cohete que salta!
¡Tú, la crucifixión de un mirto en la reseda!”

Los símiles y metáforas que acumula Escudero podrían parecer hiperbólicos si no fuera por la exactitud con que cada uno sitúa al lector en un estado de fascinación rítmica y sensorial. Cada verso nos lleva más lejos, en una suerte de espiral emocional, de mística carnal que hace del cuerpo femenino un escenario de lo sublime y lo trágico.

El poema, pese a su frenesí sensual, no carece de melancolía ni de conciencia de finitud. Hay en su final un eco elegíaco, una súplica última:

“¡Tú, el pleamar de oro para mi último mar!”

La figura de la mujer amada aparece como consagración final del yo lírico, como su destino y su naufragio, como la cumbre del goce y la promesa de extinción. El amor, como en los grandes textos místicos o eróticos, se confunde aquí con la muerte, con la disolución del yo en la vastedad del deseo.


La pasión hecha palabra

Gonzalo Escudero no escribe sobre el amor, sino desde el amor, desde su desmesura, su vértigo, su animalidad y su fulgor. En “Tú”, lo femenino se eleva a categoría de fuerza cósmica, y el lenguaje poético se transforma en un conjuro para aprehender lo inasible.

Su poesía no es confesional, ni sentimental, ni amable: es una poesía de la embriaguez, del delirio lúcido, de la carne que roza lo sagrado. Y por ello, poemas como este nos interpelan desde lo más primitivo y lo más elevado del ser humano.

Porque en ese tú que Escudero invoca, no está solo la amada, sino también la palabra en llamas, el deseo como forma del infinito y la poesía como único modo de sobrevivir al amor y al tiempo.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016), Camino sin señalizar (2022) y El sicario del Sacromonte (2024).

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