Poetas de Ecuador: Jorge Carrera Andrade

Jorge Carrera Andrade (1903–1978). Ecuador

Jorge Carrera Andrade

Jorge Carrera Andrade ocupa un lugar de honor en la lírica hispanoamericana del siglo XX. Poeta, ensayista, diplomático y traductor, fue una de las figuras intelectuales más relevantes del Ecuador, no solo por su producción literaria, sino también por su papel como embajador cultural de su país en el mundo. Desarrolló gran parte de su obra durante sus años de servicio diplomático en países como Japón, Francia o Estados Unidos, experiencia que dejó una huella profunda en su poesía.

Dotado de una mirada que combinaba lo telúrico con lo universal, Carrera Andrade es un poeta que supo captar lo inmenso a partir de lo cotidiano. Su lenguaje, preciso y visionario, rebosa imágenes de alto voltaje lírico que beben del modernismo pero también del vanguardismo, sin perder nunca el arraigo a su origen andino ni su sensibilidad ética. Fue un auténtico cosmopolita del espíritu, y su poesía —entre lo vegetal, lo mineral, lo astral— es un testimonio del hombre moderno enfrentado al tiempo, la técnica y la historia.

El poema que hoy comentamos, Te vuelves vegetal a la orilla del tiempo, es una muestra excelsa de esa poética del asombro cósmico que tan bien cultivó Carrera Andrade.


TE VUELVES VEGETAL A LA ORILLA DEL TIEMPO

Te vuelves vegetal a la orilla del tiempo.
Con tu copa de cielo redondo
y abierta por los túneles del tráfico,
eres la ceiba máxima del Globo.

Suben los ojos pintores
por tu escalera de tijera hasta el azul.
Alargas sobre una tropa de tejados
tu cuello de llama del Perú.

Arropada en los pliegues de los vientos,
con tu peineta de constelaciones
te asomas al circo
de los horizontes.

Mástil de una aventura sobre el tiempo.
Orgullo de quinientos treinta codos.
Pértiga de la tienda que han alzado los hombres
en una esquina de la historia.

Con sus luces gaseosas,
copia la vía láctea tu dibujo en la noche.
Primera letra de un abecedario cósmico,
apuntada en la dirección del cielo;
esperanza parada en zancos;
glorificación del esqueleto.

Hierro para marcar el rebaño de nubes
o mundo centinela de la edad industrial.
La marea del cielo
mina en silencio tu pilar.


Estamos ante un himno moderno, un poema de alabanza a uno de los grandes símbolos de la modernidad: la Torre Eiffel. Aunque no se la nombre directamente, sus referencias son inequívocas: la “ceiba máxima del Globo”, los “quinientos treinta codos” (aproximadamente los 300 metros de altura de la torre), las “luces gaseosas” que reproducen la Vía Láctea en la noche parisina, el “hierro” que marca su impronta industrial. Carrera Andrade convierte esta construcción humana en una figura cósmica, vegetal, mitológica.

El poema, sin embargo, no se limita al mero elogio de un artefacto moderno. Va mucho más allá. Transforma un icono tecnológico en un símbolo orgánico, poético, casi divino. Lo que en otras manos sería fría materia industrial, en Carrera Andrade se convierte en una ceiba —el árbol sagrado de los mayas—, en mástil, en constelación, en letra de un abecedario universal. La torre ya no es de hierro, sino de palabras. De símbolos. De aspiración.

Primera letra de un abecedario cósmico,
apuntada en la dirección del cielo;
esperanza parada en zancos…

Este fragmento es una maravilla de la metáfora cósmica: la torre como signo inaugural de una nueva escritura del universo. Ya no es simplemente una estructura, sino una esperanza vertical, un intento humano de tocar lo infinito, de perforar la historia y el tiempo.

Pero el poema no es del todo triunfal. Hay también una nota de melancolía final, una advertencia: la grandeza industrial es también vulnerable. “La marea del cielo / mina en silencio tu pilar”. La inmensidad celeste —el tiempo, el olvido, lo sagrado— acaba socavando incluso lo que parece eterno.

Jorge Carrera Andrade compone aquí uno de sus más logrados poemas de visión. Con una voz que navega entre la celebración y la conciencia trágica, nos muestra que la historia de la humanidad es, en última instancia, una historia vegetal, mineral, galáctica. Una historia escrita en los pilares que se alzan para mirar al cielo. Y, como la ceiba sagrada, esa torre de hierro también será polvo algún día. Pero mientras dure, será signo. Será símbolo. Será poesía.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016), Camino sin señalizar (2022) y El sicario del Sacromonte (2024).

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