Medardo Ángel Silva (1898–1919). Ecuador
Medardo Ángel Silva (1898-1919) fue miembro de la llamada Generación decapitada, un grupo de jóvenes poetas ecuatorianos de principios del siglo XX marcados por la influencia del modernismo (Rubén Darío, los simbolistas franceses) y por sus muertes tempranas y trágicas. La obra de Silva en particular se caracteriza por temas de tragedia, muerte y amores imposibles, elementos que se reflejan claramente en el que quizá sea su poema más conocido: El alma en los labios.
En su vida personal, Silva se enamoró perdidamente de Rosa Amada Villegas, una joven menor que él, con quien tuvo una relación breve. Rosa provenía de una familia que no aprobó la relación, y finalmente ella decidió romper el noviazgo, dejando al poeta sumido en la desesperación. El alma en los labios fue inspirado por y dedicado a Rosa Amada, la musa y amada de Silva. De hecho, algunos testimonios indican que Silva escribió este poema pocos días antes de su muerte, a modo de última declaración de amor: un manuscrito fechado el 8 de junio de 1919 (dos días antes de su fallecimiento) lleva la emotiva dedicatoria “Para mi Amada”. El poema se publicó póstumamente en el diario El Telégrafo ese mismo mes, consolidándose inmediatamente como el testamento literario final del autor.
EL ALMA EN LOS LABIOS
Para mi amada
Cuando de nuestro amor la llama apasionada
dentro tu pecho amante contemple ya extinguida,
ya que solo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes, me arrancaré la vida.
Porque mi pensamiento, lleno de este cariño,
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo.
Lejos de tus pupilas es triste como un niño
que se duerme, soñando en tu acento de arrullo.
Para envolverte en besos quisiera ser el viento
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento
para poder estar más cerca de tu boca.
Vivo de tu palabra y eternamente espero
llamarte mía como quien espera un tesoro.
lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.
Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda
¡dejar mi palpitante corazón que te adora!
El alma en los labios está impregnado de un intenso amor apasionado y un presagio de muerte que se volvería realidad. Según la historia, el joven poeta (de solo 21 años) dedicó y recitó este poema a su amada, Rosa Amada Villegas, poco antes de cumplir la fatal promesa expresada en sus versos: “el día en que me faltes, me arrancaré la vida”. Y es que Silva se suicidó frente a su amada en 1919, cumpliendo trágicamente lo anunciado por su propia poesía. Esta coincidencia entre arte y vida ha convertido al poema en un símbolo del amor llevado al extremo y de la denominada “leyenda del poeta suicida”.
En El alma en los labios, un yo lírico expresa un amor absoluto, obsesivo y desesperado hacia su amada. Desde la primera estrofa se declara que la vida del poeta depende por completo de la continuidad de ese amor: “Cuando… la llama apasionada / … contemple ya extinguida… el día en que me faltes, me arrancaré la vida”. Esta dramática advertencia inicial muestra el temor a perder el amor y la idea de que, sin él, la existencia carecería de sentido. Es una declaración que lleva el sentimiento amoroso al límite, amenazando con la propia muerte como respuesta a una posible ruptura.
A lo largo de las siguientes estrofas, el poema profundiza en la devoción extrema del amante. El hablante lírico se compara con un niño triste lejos de la voz arrulladora de su amada, subrayando su dependencia emocional y soledad en ausencia de ella. Más adelante, recurre a imágenes metafóricas para expresar su deseo de unión total: “Para envolverte en besos quisiera ser el viento… ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento, para poder estar más cerca de tu boca”. Estos versos ilustran el anhelo de fundirse con la amada en cada aspecto de su vida, de estar presente en todo lo que ella toca o siente. La obsesión amorosa alcanza aquí un tono casi místico: el poeta desea transformarse en brisa, en sonrisa y en aliento con tal de no apartarse de ella.
El clímax emocional llega en la última estrofa. Incapaz de encontrar palabras suficientes para describir la “inefable pasión” que lo consume, el poeta propone un gesto extremo y definitivo: “para expresar mi amor solamente me queda rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda dejar mi palpitante corazón que te adora”. Esta impactante imagen de sacrificio supremo –ofrecer literalmente el corazón vivo a la amada– condensa la significación central del poema: un amor tan desbordante que solo podría probarse con la entrega de la propia vida. En términos literarios, estos versos finales son ejemplo del romanticismo tardío de Silva, con su exaltación del sentimiento y el dramatismo, entrelazados con la estética modernista en la musicalidad y delicadeza de la expresión. Irónicamente, sabemos que Silva llevó a cabo en la realidad ese ofrecimiento metafórico de su corazón, reforzando la conexión entre la obra y la vida del autor.
La relevancia de El alma en los labios no puede separarse de las circunstancias de su lectura final y la muerte del poeta. La leyenda cuenta que Medardo Ángel Silva visitó a Rosa Amada Villegas el 10 de junio de 1919, vestido de riguroso luto y dispuesto a un último encuentro. Le pidió hablar a solas en la sala de la casa y, al sentirse rechazado o sin esperanza de reciprocidad, tomó un revólver y se disparó en la cabeza frente a ella. Ese acto ocurrió apenas dos días después de que Silva cumpliera 21 años, sellando su destino de forma acorde a sus versos. La prensa de la época lo llamó inmediatamente “el poeta suicida”, y con el tiempo algunos han debatido si fue un suicidio premeditado o un accidente dramático. Sin embargo, en el imaginario popular quedó fijada la idea de que Silva se tomó en serio sus propias palabras: “El día en que me faltes, me arrancaré la vida”, y convirtió la poesía en realidad. Esta trágica puesta en escena le otorga al poema una carga emocional y simbólica aún mayor, pues los lectores saben que no se trata solo de hipérbole literaria, sino de un juramento que el autor cumplió con su vida.
Tras la muerte de Silva, El alma en los labios cobró vida más allá de la página escrita. Su amigo, el compositor Francisco Paredes Herrera, conmovido por los hechos, decidió musicalizar el poema. Años después, el tema sería llevado a la fama continental por la voz del cantante Julio Jaramillo. Gracias a ello, los versos de Silva alcanzaron a generaciones enteras. El poema hecho canción se volvió un himno del amor imposible y la nostalgia.