Poetas de México: Octavio Paz

Octavio Paz (1914–1998). México

Octavio Paz

Premio Nobel de Literatura en 1990, Octavio Paz es una de las figuras más influyentes de la poesía hispanoamericana del siglo XX. Su obra abarca un territorio vastísimo: de la lírica amorosa al ensayo filosófico, de la experimentación lingüística al pensamiento político, del diálogo con las culturas de Oriente al análisis profundo de la tradición occidental.

Paz entendía la poesía como un modo de conocimiento, una forma de acceder a lo invisible a través de lo visible. Su lenguaje, siempre riguroso y a la vez abierto al asombro, construye una poética de la revelación: cada imagen abre una grieta en la realidad, cada poema es una forma de pensar lo impensable.

El poema que presentamos, “Entre irse y quedarse”, es uno de los más representativos de su lírica de madurez. En él, el instante es interrogado con delicadeza, como si el poeta quisiera apresar lo efímero justo en el momento en que se diluye.


ENTRE IRSE Y QUEDARSE

Entre irse y quedarse duda el día, 
enamorado de su transparencia. 

La tarde circular es ya bahía: 
en su quieto vaivén se mece el mundo. 

Todo es visible y todo es elusivo, 
todo está cerca y todo es intocable. 

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz 
reposan a la sombra de sus nombres. 

Latir del tiempo que en mi sien repite 
la misma terca sílaba de sangre. 

La luz hace del muro indiferente 
un espectral teatro de reflejos. 

En el centro de un ojo me descubro; 
no me mira, me miro en su mirada. 

Se disipa el instante. Sin moverme, 
yo me quedo y me voy: soy una pausa.


El instante suspendido

El poema comienza con una imagen en equilibrio:

Entre irse y quedarse duda el día, 
enamorado de su transparencia.

El día no avanza ni retrocede: duda. El tiempo —habitualmente imparable— se detiene. Y en ese paréntesis, el poeta capta algo esencial. La transparencia no es ausencia, sino plenitud. El instante es luminoso porque está vacío de urgencias.

La tarde circular es ya bahía: 
en su quieto vaivén se mece el mundo.

Paz transforma la tarde en un espacio líquido, un refugio envolvente. La imagen de la bahía sugiere quietud, protección, un mundo contenido dentro de otro. El vaivén del tiempo no es turbulento, sino suave, casi maternal.

Todo es visible y todo es elusivo, 
todo está cerca y todo es intocable.

En estos versos, Paz condensa una paradoja central de la percepción: la inmediatez no garantiza la posesión. Lo real se muestra y se escapa a la vez. Estamos cerca de las cosas, pero nunca las alcanzamos del todo.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz 
reposan a la sombra de sus nombres.

Aquí la reflexión gira hacia el lenguaje. Los objetos están ahí, pero su presencia depende de los nombres que les damos. Habitar el mundo es, también, habitar el lenguaje que lo nombra y lo vela.

Latir del tiempo que en mi sien repite 
la misma terca sílaba de sangre.

El cuerpo, con su pulso constante, nos recuerda que el tiempo no ha cesado. Aunque todo parezca suspendido, la vida sigue latiendo, obstinada, en lo más íntimo.

La luz hace del muro indiferente 
un espectral teatro de reflejos.

La luz transforma lo banal en espectáculo. La pared se vuelve escenario, los reflejos adquieren vida. El mundo cotidiano se transfigura, como si la poesía residiera en lo mínimo.

En el centro de un ojo me descubro; 
no me mira, me miro en su mirada.

Este giro es profundamente perturbador: el poeta no es mirado, sino que se ve a sí mismo en una mirada ajena. ¿Es un espejo? ¿Un otro? ¿La conciencia? Paz se reconoce en lo que lo trasciende.

Se disipa el instante. Sin moverme, 
yo me quedo y me voy: soy una pausa.

El poema cierra con una síntesis magistral. El yo poético no necesita desplazarse para sentir el movimiento. El verdadero viaje es interior. Ser “una pausa” es, quizás, la mayor forma de presencia: detenerse en medio del flujo para comprenderlo.

Con este poema, Octavio Paz nos deja suspendidos en el misterio del instante. Nos invita a mirar sin afán, a habitar el ahora con la conciencia de su fugacidad. Pocas veces la poesía ha captado con tanta precisión el vértigo sereno del presente.

Rate this post

Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016), Camino sin señalizar (2022) y El sicario del Sacromonte (2024).

Check Also

El mismo sitio, las mismas cosas

El mismo sitio, las mismas cosas , de Tim Gautreaux: la dignidad entre el óxido y el barro

En la literatura norteamericana del sur profundo, pocos autores han conseguido, como Tim Gautreaux, explorar …

Deja una respuesta