Hérib Campos Cervera (1905-1953). Paraguay
Nacido en Asunción, en el seno de una familia liberal, Hérib Campos Cervera es una de las voces más intensas y comprometidas de la poesía paraguaya del siglo XX. Poeta, periodista y dramaturgo, su obra es inseparable de su pensamiento político: se implicó activamente en los movimientos sociales de su país, lo que lo llevó al exilio y a la marginación durante buena parte de su vida.
Formado en el ambiente intelectual rioplatense y vinculado a los movimientos de vanguardia de su tiempo, su poesía trasciende las formas clásicas para fundirse con una lírica profundamente telúrica, cargada de símbolos patrios, existenciales y sociales. Fue amigo de Rafael Barrett y de otros intelectuales progresistas del Paraguay y Argentina, y parte de su vida transcurrió en Buenos Aires, donde escribió buena parte de su obra.
La suya es una voz quebrada y vibrante, en la que se funden la nostalgia del país natal, la denuncia de la injusticia, y una sensibilidad de raíz modernista y social. Su muerte prematura, a los 48 años, dejó truncado un legado que, sin embargo, ha crecido con el tiempo. Su obra más célebre, Ceniza redimida, es un acto de amor y de redención hacia su patria, a la que nunca dejó de nombrar. Del mismo libro procede el poema que comentamos hoy: Un puñado de tierra.
UN PUÑADO DE TIERRA
-I-
Un puñado de tierra
de tu profunda latitud:
de tu nivel de soledad perenne:
de tu frente de greda
cargada de sollozos germinales.
Un puñado de tierra,
con el cariño simple de tus sales
y su desamparada dulzura de raíces.
Un puñado de tierra que lleve entre sus labios
la sonrisa y la sangre de tus muertos.
Un puñado de tierra
para arrimar a su encendido número
todo frío que viene del tiempo de morir.
Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda
para que me custodie los párpados de sueño.
Quise de Ti tu noche de azahares:
quise tu meridiano caliente y forestal:
quise los alimentos minerales que pueblan
los duros litorales de tu cuerpo enterrado,
y quise la madera de tu pecho.
Eso quise de Ti
(Patria de mi alegría y de mi duelo:)
eso quise de Ti.
-II-
Ahora estoy de nuevo desnudo.
Desnudo y desolado
sobre un acantilado de recuerdos:
perdido entre recodos de tinieblas.
Desnudo y desolado:
lejos del firme símbolo de tu sangre.
Lejos.
No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,
ni el asedio nocturno de tus selvas.
Nada: ni tus días de guitarra y cuchillos,
ni la desmemoriada claridad de tu cielo.
Solo como una piedra o como un grito
te nombro y, cuando busco
volver a la estatura de tu nombre,
sé que la Piedra es piedra y que el Agua del río
huye de tu abrumada cintura y que los pájaros
usan el alto amparo del árbol humillado
como un derrumbadero de su canto y sus alas.
-III-
Pero así, caminando, bajo nubes distintas:
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,
de golpe, te recobro.
Por entre soledades invencibles,
o por ciegos caminos de música y trigales,
descubro que te extiendes largamente a mi lado,
con tu martirizada corona y con tu limpio
recuerdo de guaranias y naranjos.
Estás en mi: caminas con mis pasos,
hablas por mi garganta: te yergues en mi cal
y mueres, cuando muero, cada noche.
Estás en mi con todas tus banderas:
con tus honestas manos labradoras
y tu pequeña luna irremediable.
Inevitablemente
-con la puntual constancia de las constelaciones-.
vienen a mi, presentes y telúricas:
tu caballera torrencial de lluvias:
tu nostalgia marítimas y tu inmensa
pesadumbre de llanuras sedientas.
Me habitas y te habito:
sumergido en tus llagas,
yo vigilo tu frente que muriendo, amanece.
Estoy en paz contigo:
ni los cuervos ni el odio
me pueden cercenar de tu cintura:
yo sé que estoy llevando tu Raíz y tu Suma
sobre la cordillera de mis hombros.
Un puñado de tierra:
Eso quise de Ti
Y eso tengo de Ti.
Un puñado de tierra: patria encarnada
En este extenso poema de tres secciones, el poeta no canta a la patria con alarde heroico ni con simple nostalgia, sino con una emoción visceral y encarnada, profundamente simbólica. La tierra no es aquí un concepto abstracto o nacionalista, sino una materia concreta, íntima, con sabor, con sombra, con sangre.
Desde los primeros versos, el “puñado de tierra” funciona como símbolo absoluto: contiene el dolor y la dulzura, la raíz y la sangre, el frío de la muerte y el calor de la pertenencia. No hay aquí idealización del terruño, sino una revelación telúrica:
“Un puñado de tierra
con el cariño simple de sus sales
y su desamparada dulzura de raíces.”
Es el deseo desesperado del exiliado por poseer algo mínimo, tangible, que le restituya el sentido de identidad. La tierra, en su modesta materialidad, es el único amparo que puede acoger al poeta desnudo, desolado, errante.
En la segunda parte del poema, la voz se vuelve elegíaca y descarnada. El yo lírico se presenta “lejos del firme símbolo de tu sangre”, aislado de su origen, como una piedra que no pertenece ya a ninguna corriente. Es la expresión más honda del desarraigo, una conciencia rota que no encuentra eco:
“Solo como una piedra o como un grito
te nombro…”
Este “te” al que se alude en todo el poema no es otra cosa que la patria, que en Campos Cervera es madre y amante, tierra y destino, dolor y memoria.
En la tercera y última sección, sin embargo, el poema se transforma. La patria perdida se vuelve interior: ahora está “en mí”, camina con el poeta, muere y resucita con él. La reconciliación llega no por el retorno geográfico, sino por la integración íntima. La patria se hace cuerpo, palabra y vigilia:
“Me habitas y te habito:
sumergido en tus llagas,
yo vigilo tu frente que, muriendo, amanece.”
En este admirable final, la poesía logra la redención: de la ceniza del exilio brota la conciencia compartida. El poeta, desgarrado y luminoso, puede al fin decir: “Estoy en paz contigo”.
Con Un puñado de tierra, Campos Cervera nos recuerda que la verdadera patria no es un lugar en el mapa, sino una sustancia viva que se lleva en la sangre, que arde en la memoria y se renueva en el verso. Poesía de una intensidad irrevocable, que convierte el duelo en dignidad y la palabra en territorio.