Manuel del Cabral (1907–1999). República Dominicana
Poeta, narrador, diplomático y ensayista, Manuel del Cabral es una de las grandes voces de la literatura dominicana y del Caribe hispano. Su obra abarca una vastedad de registros, desde la lírica amorosa hasta el compromiso político y social. Hijo de una familia de intelectuales y figura relevante en la diplomacia de su país, supo conjugar la reflexión profunda con una escritura poética que, sin renunciar a lo simbólico, está anclada en lo existencial y lo humano.
Aunque su nombre está muchas veces vinculado al negrismo —movimiento poético que reivindica la cultura afrocaribeña—, su poesía es mucho más que eso: es un espacio donde el ser se interroga, donde la palabra intenta tocar lo intangible, donde el yo se pierde en la contemplación de lo que no puede decirse del todo. Poeta de lo esencial, Manuel del Cabral no busca decorar, sino revelar. Y en ese afán, su lenguaje se vuelve tenso, depurado, necesario.
El poema que compartimos a continuación, “Huésped súbito”, es una joya breve y fulgurante, que roza lo místico sin abandonar la raíz filosófica de su pregunta: ¿cuándo empieza a morir alguien? ¿En qué momento lo nombrado pierde su plenitud?
HUESPED SÚBITO
Ahora estás aquí.
¿Pero puedes estar?
Tú dices que te llamas… Pero no, no te llamas…
Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte,
a confirmar que no existes,
y es probable que desde entonces no te nombre,
porque cualquier detalle, una línea, una curva,
es material de fuga;
porque cada palabra es un poco de forma,
un poco de tu muerte.
Tu puro ser se muere de presente.
Se muere hacia el contorno.
Se muere hacia la vida.
La fragilidad del instante
Ahora estás aquí.
¿Pero puedes estar?
El poema se abre con una paradoja: la presencia no garantiza la existencia. El hecho de que “estés aquí” no implica que “puedas estar”. La presencia es puesta en duda desde el primer verso, como si el hecho de estar fuera ya un acto de desaparición.
Tú dices que te llamas… Pero no, no te llamas…
Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte,
El nombre, en lugar de afirmar la identidad, la disuelve. Nombrar es, para el poeta, delimitar. Y todo límite mata. La palabra, que normalmente da vida y orden, aquí actúa como una cuchilla que separa, que interrumpe el misterio.
a confirmar que no existes,
y es probable que desde entonces no te nombre,
Nombrar no es poseer; es perder. El ser nombrado se convierte en objeto, y lo que era fluido e indeterminado se vuelve forma. Al adquirir contorno, se pierde el asombro, lo que no puede definirse.
porque cualquier detalle, una línea, una curva,
es material de fuga;
Cada rasgo concreto es un camino de huida. Lo que se puede describir ya no pertenece a lo sagrado del encuentro, a lo absoluto de la experiencia pura. Detallar es comenzar a perder.
porque cada palabra es un poco de forma,
un poco de tu muerte.
Aquí Manuel del Cabral nos lanza al abismo: hablar es ya enterrar. Las palabras que usamos para acercarnos a lo que amamos, en realidad, nos alejan de ello. La forma es la lápida de lo informe, que es donde habita el alma.
Tu puro ser se muere de presente.
Se muere hacia el contorno.
Se muere hacia la vida.
Este final es de una belleza radical. El “puro ser”, que vive sólo mientras no se piensa, empieza a morir en el presente, en cuanto se actualiza, se hace visible, se manifiesta. Morir “hacia el contorno” y “hacia la vida” es entender que estar vivo es ya empezar a desvanecerse, que toda concreción es decadencia.
Este poema de Manuel del Cabral no necesita ornamento ni exceso. En su brevedad late una concepción trágica del lenguaje y del ser: todo lo que existe verdaderamente no se deja nombrar. Quizás por eso el “huésped” del poema sea “súbito”: está apenas, sin instalarse, sin permitir la familiaridad que lleva al olvido. Y ese instante, por breve, es sagrado.
En tiempos de ruido, este poema es un susurro metafísico que recuerda el abismo que nos rodea. Y nos recuerda también que hay presencias que, por irrepetibles, es mejor no decirlas. Sólo respirarlas.