Poetas de Uruguay: Esther de Cáceres

Esther de Cáceres (1903–1971). Uruguay

Esther de Cáceres

Esther de Cáceres fue una de las voces más singulares de la poesía uruguaya del siglo XX. Médica de profesión, doctora en medicina y diplomática de carrera, su obra poética fue relativamente breve, pero de una densidad lírica que la coloca en la órbita de los grandes nombres de la lírica hispanoamericana. Cercana en sus inicios al modernismo tardío y al simbolismo, su estilo fue derivando hacia una voz personal, de hondo lirismo y fuerte carga emocional, en la que la interioridad y el paisaje se entrelazan como proyección mutua.

Amiga y contemporánea de Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini, supo abrirse su propio camino poético, menos explícito que el de aquellas, pero no por ello menos intenso. Su poesía se caracteriza por una delicadeza verbal casi mística, una expresión emocional que rehúye el grito y se refugia en la imagen sutil, en la emoción contenida, en una especie de espiritualidad amorosa que encuentra en el cuerpo y en la naturaleza sus símbolos esenciales.

Uno de sus poemas más representativos es “Cristal del amor”, texto que nos ofrece una bellísima síntesis de su estética y su mundo interior.


CRISTAL DEL AMOR

Cuando te veo
tan solo entre los hombres y los árboles
quiero olvidarme de este Amor en sombra
que sonríe y que arde
para cantarte y dibujar tu imagen
en el aire!

Y tengo que volver a esta penumbra
en que el amor me hace
arder y sonreír para mostrarte
en cristal solitario
tu imagen -otra vez quilla de barco
que rompe el mar y el aire!

Ay! lúcido racimo de uvas frescas
en mis manos trocado
en rojo y silencioso coral lento
como el verano!

Ya te roba tu vértigo
al cristal solitario;
vuelves a ser apasionada marcha
entre libros, y árboles, y llantos.

Yo me quedo mirándote: sólo eres
un gran viento que corre, quema y canta
amor en todo árbol
y en todos los rincones de mi alma.

Un gran viento que corre, quema y canta
y que en profundos mares del verano
desgaja, silencioso, mil corales!


Este poema se despliega como una melodía de amor imposible o inasible, una canción de la contemplación y la pérdida, donde el deseo no se consuma, sino que se sublima en imágenes de gran fuerza simbólica: la quilla de un barco que corta el mar, el racimo de uvas convertido en coral, el viento que quema y canta.

La voz lírica se debate entre el impulso de salir de sí misma para “dibujar la imagen” del amado y el peso de ese “Amor en sombra” que arde y sonríe en silencio. Hay en el poema un vaivén constante entre la entrega amorosa y la contemplación melancólica, entre el deseo y la conciencia de que el amor, más que vivirse, se sueña, se observa, se canta.

“quiero olvidarme de este Amor en sombra
que sonríe y que arde…”

La paradoja —ardor y sonrisa— evoca un amor más espiritual que carnal, un estado de elevación emotiva que la poeta parece aceptar como su única vía para el amor.

El poema transita por una cadena de metáforas visuales y táctiles: el cristal, la quilla, el racimo, el coral, el viento. Todas ellas remiten a una percepción fugaz del otro, a una transformación de lo visible en lo simbólico. La experiencia amorosa, en lugar de concretarse en un cuerpo, se derrama en el mundo natural, en lo inaprensible.

“vuelves a ser apasionada marcha
entre libros, y árboles, y llantos…”

La figura amada se difumina en el entorno, como una forma de disolverse en lo real, de integrarse con el mundo y escapar de la posesión. Así, el poema es también una renuncia, una contemplación amorosa que no exige nada y que, por eso mismo, se vuelve aún más intensa.

El final es memorable:

“Un gran viento que corre, quema y canta
y que en profundos mares del verano
desgaja, silencioso, mil corales!”

El amor no es aquí una llama ardiente ni un rostro amado: es un viento fecundo y destructor, es el ritmo interior del mundo y del alma. Es un impulso vital que atraviesa al yo lírico, que deja huella, pero no se detiene. No hay posesión, pero sí una presencia absoluta en la memoria poética.


La belleza de lo no poseído

Esther de Cáceres nos ofrece con Cristal del amor una visión elevada y contemplativa del sentimiento amoroso. Su palabra, delicada y precisa, construye un poema donde la melancolía y la exaltación se entrelazan sin estridencias, en un tono de honda pureza simbólica.

Su poesía —como este poema— no busca declarar el amor, sino comprenderlo como parte del tejido mismo del mundo: un viento que quema, que canta, que pasa, y que nos habita sin necesidad de detenerse.

Porque, como intuyó la poeta, no todo amor necesita consumarse para ser verdadero. Hay amores que arden en silencio y que se nombran, como este, desde la orilla de un jardín secreto.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016), Camino sin señalizar (2022) y El sicario del Sacromonte (2024).

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