Vicente Gerbasi (1913–1992). Venezuela
Vicente Gerbasi es una de las figuras centrales de la poesía venezolana del siglo XX. Su obra, marcada por una profunda sensibilidad metafísica y un tono elegíaco, transita entre la búsqueda de lo sagrado y el desarraigo del hombre moderno. Poeta de raíz romántica y formación intelectual sólida, supo integrar el paisaje venezolano, la historia personal y los interrogantes universales en una escritura lírica que huye del panfleto y se instala en la experiencia existencial.
Nacido en Canoabo, en el seno de una familia de inmigrantes italianos, Gerbasi fue parte del grupo “Viernes”, desde donde renovó la poesía de su país. Su mirada, sin embargo, siempre mantuvo una conexión con lo europeo y con lo ancestral. A lo largo de su carrera, desempeñó también funciones diplomáticas, lo que enriqueció su visión del mundo sin hacerle perder su voz profundamente íntima.
El poema que presentamos, “Ámbito de la angustia”, es un testimonio de esa tensión entre lo visible y lo invisible, entre el temblor del ser y la aspiración a una paz superior. En sus versos, la angustia no es solo emocional: es ontológica, una forma de estar en el mundo sin certezas, pero con lucidez.
ÁMBITO DE LA ANGUSTIA
No se ha meditado aún sobre estas tristes ruinas.
Participo de la gran alegría que hace cantar con el vino,
luego me hieren los lamentos como a un árbol la tempestad nocturna.
Se pierden conmigo en la sombra
como se pierde la noche en el bálsamo misterioso de la muerte.
Busco mi voz abandonada sobre los mares, en el aire de las islas,
en las comarcas donde habitan los desterrados y los místicos,
y vago bajo la lluvia de los bosques en la soledad.
Como el árbol al borde del abismo, me salva la inquietud perenne,
y me acerca a Dios que vigila tras las músicas terrestres.
Alguien puede llamar a la puerta de alguna vivienda en la noche,
mas solamente aparecerá el rostro del silencio
en medio de la pesadumbre.
No hemos meditado aun para amar y ser serenos.
Oh, si tendiéramos la tristeza como niebla delgada,
serenamente, sobre estos vastos dominios desolados.
El temblor del ser
El poema se abre con una advertencia sombría: “No se ha meditado aún sobre estas tristes ruinas”. Las ruinas aquí no son solo físicas o históricas; son interiores, del alma o del espíritu. La voz poética se presenta como alguien que participa de la alegría de vivir —“cantar con el vino”—, pero a quien luego asalta el lamento como una tormenta nocturna. La oscilación entre luz y sombra es constante.
Se pierden conmigo en la sombra
como se pierde la noche en el bálsamo misterioso de la muerte.
Gerbasi recurre a imágenes que no buscan explicar, sino evocar: la sombra, el bálsamo, la muerte como misterio, no como fin. La poesía se vuelve vehículo de una búsqueda espiritual: “Busco mi voz abandonada sobre los mares”, dice, con resonancias del exilio, del misticismo, del extravío existencial.
La figura del árbol, tan recurrente en su obra, aparece aquí al borde del abismo. El árbol —como el poeta— no cae porque lo sostiene su “inquietud perenne”, una bella paradoja que convierte la angustia en forma de salvación, en energía que lo mantiene vivo.
Alguien puede llamar a la puerta…
mas solamente aparecerá el rostro del silencio…
La soledad del hombre frente al misterio de la existencia se expresa en esta imagen profundamente cinematográfica. Lo que llega no es una respuesta, sino más silencio, más vacío.
No hemos meditado aun para amar y ser serenos.
Este verso condensa el núcleo del poema: el amor, la serenidad, el estar en paz, son conquistas interiores que exigen reflexión, madurez, abandono del ruido. En un mundo desolado, la única esperanza parece estar en la aceptación serena del dolor, en “tender la tristeza como niebla delgada”.
Gerbasi nos deja con un poema que no consuela, pero sí acompaña. En él, la angustia no es un accidente del alma, sino su modo de estar en el mundo. Y a través de la poesía, ese temblor encuentra forma, sentido, belleza.