Saul Bass, el artista tras los créditos

saul bass carteles

Saul Bass fue uno de esos artistas a los que casi todo el mundo conoce y admira de una forma indirecta, aunque no sepan exactamente de quién se trata ni a qué dedicó gran parte de su vida. Y es que quizá haya muchas personas a las que el nombre de Saul Bass no les diga gran cosa. Si a su nombre añado el dato de que fue un magnífico diseñador gráfico, puede que muchos se sigan quedando exactamente igual. Pero si a todo lo anterior le agrego que durante cuarenta años confeccionó algunos de los mejores carteles de películas y secuencias de títulos de crédito concebidos en la historia de la cinematografía, puede que algunos ya comiencen a sospechar de quién estoy hablando.

Saul Bass llegó al mundo de cine por casualidad, pues su trabajo era justamente el de diseñador gráfico, profesión que ejerció en varias agencias de Nueva York, hasta que un día, en 1954, su amigo Otto Preminger le propuso diseñar el cartel para la película Carmen Jones. Impresionado con el resultado, Preminger lo animó a diseñar también los títulos de crédito. Desde entonces hasta su muerte, en 1996, Saul Bass ha pasado a la historia como un gran diseñador que contribuyó con su arte a engrandecer todavía más el maravilloso mundo del cine. Para aquellos que amamos el cine, no pueden pasarnos desapercibidos los pósteres o las presentaciones de ciertas películas con las que Bass contribuyó, no ya sólo en un plano puramente estético, sino a formar parte integrada de esas películas, con sus maravillosas secuencias iniciales, como un capítulo más de la historia que estamos a punto de presenciar en la pantalla.

Su talento, descubierto por Preminger, pronto se dio a conocer y Saul Bass fue reclamado por los mejores cineastas de una generación brillante. Robert Aldrich, Billy Wilder, Hitchcock, pasando por Stanley Kubrick, así como por una generación aun más joven integrada por directores de la talla de Martin Scorsese o Ridley Scott, se rindieron a su talento.

Su estilo revolucionó la estética gráfica del séptimo arte. Los más reputados diseñadores gráficos dijeron de él que “despojó al diseño gráfico de la complejidad visual y reduciéndolo a una imagen dominante, sencilla, usualmente centrada en el espacio”.

Y es cierto: Bass utilizaba formas orgánicas sencillas mediante recortes de cartulina hechos con tijeras y trazados con un simple pincel. Pese a su aparente sencillez, esas formas consiguen transmitirnos una gran energía visual ya que están dibujadas con entera libertad y sin ninguna rigidez formal. En cuanto a la tipografía que Bass solía emplear, estaba dibujada manualmente, combinándola en ocasiones con letras de imprenta. Para el artista, cada uno de sus encargos, de sus proyectos, se reducía a resolver un problema visual consistente en trasladar un concepto a una imagen, o usando sus propias palabras: “en una frase visual que sea más de lo que parece a simple vista, o que en cierta forma sea diferente de lo que parece en una primera impresión”. El camino para llegar a esa simplificación no era nada sencillo y para recorrerlo, según reconocía él mismo, el único medio era el trabajo y la perseverancia, un camino tortuoso en el que la inspiración no tenía cabida, pues Bass no creía en ella.

Preminger fue quien lo introdujo en el cine y para él hizo varios trabajos, entre ellos quizá los más conocidos sean “El hombre del brazo de oro” en el que unos simples trazos gruesos horizontales, oblicuos y verticales acompañan la presentación a ritmo de jazz, y sobre todo “Anatomía de un asesinato” (1959), cuyo concepto visual gira en torno a la silueta de un cadáver que se va formando por sucesivas piezas, como un puzzle.

Tuvo que ser otro genio de la talla de Hitchcock quien extrajera de Saul Bass todo su potencial, y así fue como surgió una colaboración entre estos dos grandes maestros de la concepción visual. La que para mi gusto es una de las mejores películas de la historia del cine, “Vértigo”, no sería la misma sin el cartel y la secuencia de apertura de la película, que comienza con espirales moviéndose circularmente que plasman de un modo inquietante la sensación de vértigo, unidas de un modo maravilloso, casi mágico, con la música envolvente e intrigante del gran Bernard Hermann. Unos labios femeninos, un rostro de mujer que nos muestra sus ojos en primer plano, unos planos que se tiñen de color rojo y que desaparecen en sucesivos movimientos espirales, todo ello consigue que el espectador permanezca fascinado, sentado en su asiento y como hipnotizado, con la certeza de que se encuentra ante una película inquietante e impresionante. Saul Bass volvió a trabajar para Hitchcok, volviendo a coincidir también con el talento musical de Bernard Hermann, en los filmes “Con la muerte en los talones” (1959) y “Psicosis” (1960). Los créditos de “Con la muerte en los talones” están construidos a partir de una retícula en perspectiva formada por líneas verticales y horizontales. Los nombres de los actores principales suben y bajan como si estuvieran en un ascensor. Tras la aparición del título del film, aparece la estructura de un edificio con cristaleras que coincide con la retícula creada por las líneas. Con respecto a “Psicosis”, aunque el cartel no es de Saul Bass, sí lo son los créditos y el storyboard. En la secuencia de títulos, Bass utiliza formas lineales blancas sobre fondo negro cuyo movimiento acelerado se sincroniza con la inquietante música de Hermann. Las líneas atraviesan la pantalla horizontal y verticalmente introduciendo los nombres del reparto con un frenesí que pretende reflejar el carácter psicótico del protagonista. Hay quien dice, incluso, que la famosa escena de la ducha fue visualmente concebida por Saul Bass, aunque Hitchcock siempre lo negó.

A sus trabajos con Hitchcock siguieron otros igualmente memorables, como los de “Espartaco” (Stanley Kubrick, 1960) que nos muestran sucesivos detalles en primer plano de esculturas romanas, “Éxodo” (Otto Preminger, 1960) con una llama que acompaña la magnífica música de Ernest Gold, o “West Side Store” (Robert Wise, 1961) donde los títulos aparecen a modo de pintadas o grafitis en paredes de los sórdidos callejones de los barrios marginales neoyorquinos, todo ello con la genial música de Leonard Bernstein como acompañamiento. Con estos títulos Bass se convierte, sin lugar a dudas, en el creador de las mejores primeras secuencias de mundo del cine, en el artista que consigue que no nos aburramos con la presentación de la película y mantengamos nuestra atención desde el inicio.

Tras un interludio en el que dedicó parte de sus esfuerzos a realizar sus propios cortometrajes e incluso a dirigir una película -con escasa repercusión y poco éxito comercial- su trabajo se centró nuevamente en encargos comerciales relacionados con la publicidad y la identidad corporativa para compañías privadas y redujo su actividad como diseñador de títulos de crédito. De esa época son suyas las secuencias iniciales de “Alien, el octavo pasajero” (Ridley Scott, 1979), y otras quizá menos notables como “Al filo de la noticia” (James L. Brooks, 1987), “Big” (Penny Marshall, 1988) y “La guerra de los Rose” (Danny de Vito, 1989).

En los años 90, Martin Scorsese le llama para que realice los créditos de “Uno de los nuestros” (1990). La sintonía entre Scorsese y Bass parece producirse, pues aquella colaboración hizo renacer de nuevo el genio de Saul Bass que volvió a demostrar con la confección de los títulos de crédito para “El cabo del miedo” (1991), “La edad de la inocencia” (1993) y “Casino” (1995), que se convirtió en la última secuencia de títulos con que nos deleitó este gran artista antes de su fallecimiento en 1996.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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