The Soft Side (I). Henry James: La anécdota como categoría literaria

soft sideParece extraño que después de haber escrito dos cuentos de tan celebrado virtuosismo narrativo como fueron Otra vuelta de tuerca y En la jaula, Henry James regresara a los viejos temas que le habían dado cierta celebridad al principio de su carrera. Es verdad que no atravesaba un buen momento de reconocimiento público y que los directores de las revistas a las que enviaba sus piezas cortas comenzaron a exigirle una brevedad paralela a su falta de interés entre los lectores. Generalmente le pedían cuentos no superiores a las 5.000 palabras, que Henry James solía rebasar con generosidad, aunque ateniéndose a una cierta contención verbal. El resultado de esa época vino recogido en el volumen de relatos The Soft Side (El lado sensible, 1900).

Los cuentos abordan temas muy dispares aunque suelen mantener un tono malicioso que ya apenas abandonaría al escritor hasta el final de su vida. Un ejemplo sencillo de este hecho lo encontramos en Europa (Europe, junio de 1899): nos presenta a una anciana matriarca de Boston que vive con sus tres hijas maduras y solteras. Mrs. Rimmle enviudó hace treinta años y el recuerdo más imborrable de cuantos ha vivido procede de su viaje a Europa al comienzo de su matrimonio. Desde entonces, ha mantenido una fidelidad a la memoria europea, a su cultura y a sus lenguas, que ha contagiado a las hijas; sin embargo, éstas no han salido de Boston a pesar de que han programado varias veces viajar a Europa junto a otros familiares.

Hay una nota común a estos vanos intentos: cada vez que alguna de ellas ha planeado cruzar el Atlántico, su madre se ha puesto enferma y ha abortado cualquier posibilidad de viaje. No hace falta añadir que Mrs. Rimmle recupera la salud en cuanto pasa la fecha de embarque.

Henry James rescata la idea del interés por Europa de las jóvenes norteamericanas, que ya había plasmado en Cuatro encuentros, para perfeccionarla en esos ambientes opresivos y postergadores tan característicos de su última época. Insistimos en esta idea como precursora de algunos temas bien conocidos de escritores del siglo XX. No obstante, en la postergación planteada por James hay un punto de crueldad ya que por lo general procede de una persona concreta –que por tanto ejerce de verdugo- al contrario que, por ejemplo, las infinitas demoras de Kafka, cuyo origen es absurdo o desconocido.

Con esta misma idea está planteada The Great Condition (La gran condición, junio de 1899). Dos ingleses se enamoran de una norteamericana a la que conocen en un barco. Mrs. Damerel parece tener un “pasado” en el Oeste americano, y Bertram Braddle quiere casarse con ella y la interroga para que se lo diga. La mujer le contesta que se lo confesará seis meses después de que se casen, y ante la sorprendida respuesta de Braddel –en principio, ya no tendría remedio el matrimonio- acaban por alejarse.

Este hecho lo aprovecha Henry Chilver, a quien su amigo Braddel ha puesto al corriente de la condición, y que le propone matrimonio a Mrs. Damerel arriesgándose a que ella pueda contarle algo deshonroso después de casados.

Sin embargo transcurridos los seis meses él no quiere saber nada de ese pasado. Ella insiste en desvelarlo, pero Chilver rechaza el ofrecimiento. Mientras, Braddel, que sigue enamorado de la mujer, ha seguido investigando por su cuenta pero se encuentra con que no hay nada repudiable o comprometedor en la vida de Mrs. Damerel, sino más bien pruebas de valentía y excelente conducta. ¿Ha renunciado a ella inútilmente? Una postrera conversación entre los dos, dará la respuesta. Que sea capaz de comprender lo que ocultaba ella será su castigo. Al contrario de la maldición bíblica, Braddle será castigado por no querer saber, y cuando la curiosidad lo lleva a preguntárselo a quien definitivamente ha rechazado, será ésta la que lo destruirá contándole la verdad.

El viejo tema internacional es resucitado en The Given Case (El caso supuesto, enero 1899) esta vez con una muy concisa historia sobre las dos formas opuestas de ver el “coqueteo” por parte de ingleses y franceses. Los primeros son representados por Philip Mackern, que galantea con una joven comprometida con un hombre que se encuentra en la India. La segunda idea puede verse en el enamoramiento que Barton siente por Mrs. Despard, una mujer separada pero no divorciada de su marido, al que ya no quiere.

La confrontación entre los dos puntos de vista se resume en que los ingleses cuando flirtean están convencidos de que existe una debida compensación (cuando el hombre queda verdaderamente tocado) mientras que los franceses retroceden, consideran el acto de coquetear un acto deshonroso. “Es un asunto grave”, piensan los dos bandos, pero las conclusiones a tal hecho son opuestas.

Como se comprenderá, el desafío de James en una pieza tan costumbrista es hacerlo interesante con una alta condensación narrativa que obligue al lector a no levantar la vista hasta que no termine el cuento. Las confidencias, las reflexiones, las propias anécdotas, agudamente contadas, son narradas de una forma brillante por una tercera persona que se sitúa en el puesto de observador, tan querido para Henry James.

Tampoco ajeno a la mera anécdota es Paste (La imitación) escrito en un enfebrecido y fructífero segundo semestre de 1899. Como es normal en estos casos, la calidad de unos cuentos difiere de otros e incluso se echa mano –como en este caso- de un cuento (El collar de diamantes, de Maupassant) que ya de por sí arrastraba un tema tan conocido como el “robo” de unas joyas. Pensamos que la admiración que James sentía por el escritor francés lo llevó a permitirse este préstamo literario. El propio James lo cuenta así en el prefacio a la Edición de Nueva York:

Una joven pobre, bajo una presión “mundana”, esto es, la necesidad de quedar bien en una ocasión importante, toma en préstamo de una vieja compañera de escuela, ahora más rica que ella, un collar de diamantes que, por un caso nunca esclarecido, tiene la desgracia de perder. Su vida y su orgullo, como los de su marido, se ven sacrificados desde el momento del espantoso incidente, a la devolución de lo debido; con un esfuerzo después de otro, un sacrificio tras otro, un franco detrás de otro y después de excusas, justificaciones y una desesperada explicación de la imposibilidad de restituir el objeto perdido, consiguen finalmente saldar su deuda.

Este cuento le parecía a James un divertimento inocuo, y resulta sorprendente que siendo así lo incluyera en lo que podríamos llamar sus “obras selectas” –la Edición de Nueva York– en detrimento de otros relatos que, a nuestro juicio, lo representan mejor y revisten más interés. Es cierto que no desperdicia la ocasión de crear una situación angustiosa, de puro horror, basado en nada, porque nada hay reprochable en la joven que no lo sea en mayor grado en la dueña del collar. Tal vez en esa ingeniosa situación, tan propia de la narrativa francesa, se basó James para  tener en tan alta estima esta historia.

Siguiendo con los dramas de costumbres encontramos Miss Gunton of Poughkeepsse (mayo de 1900), que si bien se puede catalogar dentro de los relatos que encierran una sola anécdota, ésta lo es de forma cerrada y concisa hasta llegar a la crueldad, una especie de cruda variación de Daisy Miller contada, no obstante, con una alegría sorprendente por parte de una dama inglesa, Lady Champer.

Tal vez el tono desenfadado lo dé la debida distancia cultural ya que se relata el caso de una muchacha norteamericana en oposición a una familia de Nápoles. A pesar de vivir en Europa la joven Lily Gunton mantiene sus democráticos modos norteamericanos de una manera un tanto peculiar: se mantiene firme en su propia costumbre de que la novia siempre reciba la bienvenida de parte de la madre de la familia en la cual se apresta a ingresar.

Así se lo comunica en Londres a su prometido, un príncipe italiano. El joven, afligido por la actitud de la novia, intenta luchar contra su propia familia, contra la rigidez de su madre e intenta que ésta haga una concesión: que escriba ella en primer lugar. Por una mera cuestión de protocolo –en este caso, de protocolo italiano- la madre se vuelve inflexible: espera a que la muchacha escriba —es lo apropiado. Esto es exactamente lo que dice la muchacha: en el caso de ella se trata de una idea fija: no puede, no quiere y no debe. Se obstina exactamente igual que la madre.

¿Qué pasa entonces con el joven, con el compromiso, con la boda? La chica le pregunta si lo que desea es que se humille. Lo que resulta divertido es el descubrimiento que hace la dama inglesa que narra los hechos: piensa que la tozuda aspiración de “ser bienvenida” por parte de la joven Lily es precisamente la tradición de la familia italiana. James encuentra en esta paradoja un motivo de regocijo, puesto que la americana, movida por su actitud despreocupada, está dispuesta a seguir las costumbres europeas –ser bien recibida- que ella, en principio, no tiene por qué observar, pero siempre que se haga a su manera –o más bien la de su país.

No deja de ser también un tema de costumbres –al que podríamos añadir el sempiterno tema internacional– una anécdota que le ocurrió al propio James y que lo convirtió en uno de sus cuentos con protagonista literato, John Delavoy (enero-febrero de 1898): cuando James quiso publicar un ensayo sobre Dumas en una revista norteamericana, fue rechazado porque podría chocar con la “gazmoñería del medio”, es decir, ser escandaloso entre los lectores norteamericanos de la revista. Hay una fuerte ironía en el hecho de que el artículo estuviese dedicado especialmente a discutir los malentendidos provocados, en una obra de arte, por la tendencia a “confundir el objeto con el sujeto” característica de cierta beatería inglesa o americana. James opinaba que el gusto de Dumas por los casos escabrosos podía distraernos de pensar que el francés era un “moralista profesional”.

En el caso relatado en el cuento, el narrador-crítico se enfrenta a la contundente figura de Mr. Beston, director de Cynosure, todo un personaje que controla “un cuerpo de suscriptores tan vasto como un ejército de reclutas”, en una colisión dramática donde los objetivos financieros y estéticos chocan inevitablemente. Un artículo sobre John Delavoy es primero aceptado y más tarde rechazado bajo el pretexto de que las novelas de Delavoy son poco delicadas para los lectores de este periódico familiar. De una forma bastante divertida apreciamos que el editor aparece como un esclavo absoluto de sus poco inteligentes suscriptores. Digamos que el editor se pone obtusamente en el lugar de mentes obtusas, de forma que confunde lo escrito con lo interpretado.

Henry James se vengaba de aquellos profesionales que quieren darle las ideas mascadas a los lectores, y de camino, de esos escritores que escriben para un público ya determinado en lugar de buscar sus propios lectores. Curiosamente, el articulito de Dumas que le rechazó el obstinado editor a James fue publicado posteriormente por dos revistas norteamericanas, con cierto éxito.

The Soft Side. Complete Works of Henry James. Delphi Classics.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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