Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos: la fascinación por el poder absoluto

Portada de Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos

Desde los tiempos más antiguos, el poder es algo que siempre ha fascinado a los hombres. Pítaco de Mitilene, uno de los Siete Sabios de Grecia dijo aquello de que “Si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder. El poder no corrompe; desenmascara.” Esta misma idea se ha ido repitiendo a lo largo de los siglos y podemos encontrar multitud de fuentes y citas que inciden en el mismo sentido. Lo que Augusto Roa Bastos nos transmite en su novela de Yo el Supremo va en la misma línea. A través de la figura histórica de José Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Supremo de la República de Paraguay durante un periodo de veinticuatro años, Augusto Roa Bastos construye una compleja y extraordinaria parábola sobre el poder, la supremacía y la tiranía.

Dentro de la narrativa hispanoamericana el tema de la novela del dictador se ha usado recurrentemente por grandes escritores como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa. Todos esos autores han sabido reflejar, con un lenguaje propio y un estilo único, la figura de los dictadores en el continente americano. Por la propia historia de estos países, los abusos políticos se han sucedido de diferentes maneras de modo que este ha sido un tema que ha permitido a los narradores hispanoamericanos desarrollar distintos enfoques profundamente intelectuales que tomaban como base la crítica al abuso de poder.

Siempre me gusta recordar, sin embargo, que fue el genial Valle Inclán con su Tirano Banderas el autor que empezó a tratar el tema de los dictadores hispanoamericanos en sus novelas. La de Augusto Roa Bastos quizá sea la más compleja de todas y, literariamente hablando, desde mi punto de vista, tal vez sea la que mejor representa la temática del poder. Digo esto por dos razones:

Por un lado, la novela del dictador trata una temática que, por desgracia, ha formado parte de la idiosincrasia política hispanoamericana y, por tanto, ha condicionado su Historia. Del mismo modo que fenómenos como las dos Guerras Mundiales condicionaron de manera definitiva a los narradores europeos, la turbulenta política de los estados hispanoamericanos también ha dejado una huella en sus escritores.

Por otro lado, la figura del dictador crea una imagen especialmente importante. Se trata del diálogo sobre los límites de la realidad. Dado el poder que tienen este tipo de personajes, funcionan como singularidades en la Historia. Y, precisamente, de eso se aprovechan los escritores, que encuentran en esa condición un caldo de cultivo narrativo excelente para desarrollar todas las posibilidades que este tema ofrece, como telón de fondo, para hablar del poder, la libertad y de las opciones de justicia en el ser humano.

Yo el Supremo es, para muchos críticos y lectores, la mejor obra de Augusto Roa Bastos. Y no solo eso, sino que está considerada como uno de los mejores textos escritos en lengua castellana en el siglo XX. Se trata de un libro tremendamente curioso y original, que desarrolla un nuevo estilo narrativo a través de intercambios en la narración de modo que se aprecia una evidente intertextualidad entre sus diferentes secciones. La novela mezcla realidad y ficción con fragmentos escritos por el propio dictador e intercalando el estilo clásico de la narración. En este sentido, los capítulos de la novela alternan muy diferentes formas narrativas. Una de ellas es el Cuaderno Privado de El Supremo, una especie de diario donde el dictador escribe con autocomplacencia para sí mismo; otra es la llamada Circular Perpetua, que contiene las órdenes que el dictador iba dando a sus subordinados; también nos encontramos con los apuntes que toma su secretario y escribiente Policarpo Patiño; también encontramos cartas, memorandos, pasquines, testimonios variados y monólogos que conforman una cosmovisión total sobre el poder absoluto, un auténtico collage de voces, estilos, formas y tiempos.

Curiosamente, el protagonista de Yo el Supremo no se nos presenta como un sujeto demoniaco o perverso, sino que el autor prefiere tratarlo desde una perspectiva más objetiva, digamos, al modo de un historiador, mostrando sus luces y sus sombras. En ese sentido la novela nos ofrece apuntes y datos exactos y se retrata de manera fidedigna la personalidad del mandatario. Todo ello para gestionar un discurso que habla sobre la necesidad de libertad en el ser humano.

Su significado último es una crítica feroz y absoluta a los sistemas autoritarios y a su manera de hacer depender toda una sociedad de los caprichos o manías de un solo individuo. La injusticia, el ansia de libertad y la crueldad o el abuso de poder son algunos de los temas que se emplean en una obra que destacó tanto en su tiempo como en el nuestro.  Un tema sobre el que Augusto Roa Bastos volvería recurrentemente en otras novelas y cuentos. Como él mismo dijo:

El tema del poder, para mí, en sus diferentes manifestaciones, aparece en toda mi obra, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar. El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan”.

Yo el Supremo. Augusto Roa Bastos. Alfaguara

Otras reseñas de obras de Augusto Roa Bastos: Hijo de hombre

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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