A merced de la tempestad, de Robertson Davies: Compasión por los personajes

A merced de la tempestad. Robertson Davies. Reseña de Cicutadry

A merced de la tempestad fue la primera novela escrita y publicada por Robertson Davies, en 1951. El escritor canadiense, a la sazón, tenía 38 años, una edad relativamente longeva para emprender por primera vez la publicación de una novela, pero es que Robertson Davies se tomó la narrativa de una forma muy peculiar: sus mejores obras las escribiría a partir de los 55 años y estuvo publicando novelas hasta su muerte, a la edad de 82 años.

Una trayectoria teatral

Que A merced de la tempestad gire en torno al teatro no resulta asombroso para los conocedores de la vida de Robertson Davies. A partir de 1940, de regreso a Canadá procedente de Oxford, se dedicó al periodismo -una columna humorística- y a  escribir comedias.

Todo esto lo llevó inteligentemente a esta primera novela: el mundo del teatro, el ambiente académico y el humor sustentado por años de escritura en un periódico. Y para que este último ingrediente –el humor- fuera la argamasa conveniente para la deliciosa trama que tenía en la cabeza, redujo el mundo del teatro al “mundillo” del teatro, es decir, al teatro aficionado, en el que podía campar a sus anchas con lo que más le gustaba a Robertson Davies: desentrañar los pequeños detalles de la condición humana.

Como el propio título insinúa, la novela trata de los preparativos de un grupo de aficionados para representar La tempestad, de Shakespeare. No es casualidad que Robertson Davies eligiera esta obra, un tanto peculiar en la producción del gran poeta inglés, ya que se trata de una comedia pastoril, género ya en su momento un tanto anticuado y que en pleno siglo XX queda aún más fuera de lugar, sobre todo para un grupo de aficionados cuyos recursos de todo tipo son bien limitados.

El mundo aficionado

Además estos aficionados viven en una ciudad, Salterton, imaginada por el autor aunque fácilmente reconocible por sus seguidores. Hemos de recordar –aunque posiblemente ya lo sepa el lector- que Robertson Davies estructuraba su producción novelística en forma de trilogías, y que la trilogía que inaugura A merced de la tempestad se titula Trilogía de Salterton.

En la realidad, Salterton se trata de la ciudad canadiense de Kingston, una pequeña localidad que en el momento en el que se producen los hechos narrados en la novela apenas tenía 100.000 habitantes. Además –como bien se encarga de introducir el escritor al principio del texto- se trata de una ciudad histórica, con lo que ello supone en un país tan joven como Canadá.

Los aficionados que conoceremos a lo largo de la novela tendrán ese carácter un tanto rancio que suelen poseer los habitantes de las ciudades de provincias cuando la ciudad destaca por su rancio abolengo. Ya digo que en Canadá el rancio abolengo es una categoría que añade, si cabe, más presuntuosidad al calificativo, cuestión esta que Robertson Davies aprovecha muy bien para dotar de una fina ironía al retrato de los personajes.

La fina caracterización de los personajes

Si bien en A merced de la tempestad, como primera novela que es, no nos encontramos aún el asombroso encanto del Robertson Davies de novelas posteriores, también es verdad que desde sus comienzos tuvo el preciado don de hacer verosímiles a sus personajes. Y no solo verosímiles: podríamos decir que una de las grandes cualidades de  Robertson Davies fue crear personajes cercanos, con los que se encariña el lector sin necesidad de sentirse identificado.

El autor canadiense siempre tuvo una excepcional capacidad para ir aportando sutiles detalles de cada personaje, de modo que cuando el lector avanza en la novela, ya parece conocerlos de siempre. Y como también es característica de Robertson Davies, sus novelas son corales, desplegando una facilidad sorprendente para mover varios personajes a la vez en la misma escena.

Ya digo que esta es una característica del autor, pero en A merced de la tempestad se nota más si cabe que en otras novelas porque en ésta se encuentra muy atenuada la carga erudita que suele asombrar en su producción posterior. Digamos que la parte más intelectual de la novela –por llamarlo así- se encuentra implícita, ya que el conocedor de la obra de Shakespeare sabe que La tempestad es una comedia difícil de representar y también diríamos que difícil de entender. La irónica paradoja estaría en que lo vaya a intentar un grupo de aficionados.

El amor entre las tablas

Para que no falte de nada, Robertson Davies se atreve a mezclar personajes de todas las edades y ámbitos. Desde profesores universitarios que creen saber de interpretación teatral por el solo hecho de proceder del mundo académico hasta señoras que no tienen nada mejor que hacer para entretenerse que montar obras teatrales en un jardín privado que no es el suyo.

Podríamos hablar de un espléndido repertorio de miserias humanas puestas al descubierto si no fuera porque esas mismas pequeñas miserias las tenemos cualquiera de los lectores. A merced de la tempestad es como la vida misma, pero con encanto. Nada malo sucede en realidad, y si es cierto que en la novela habrá un momento de tensión dramática, tampoco será de gran calado, porque las penas en las que Robertson Davies se detiene son, simplemente, penas de amor.

De alguna manera el autor lo resume en este fragmento de diálogo que a continuación reproducimos:

Lo que me encanta del teatro de aficionados es que todo se hace contentando a todo el mundo. Seguro que eso se echa de menos entre profesionales, porque no habrá más que una serie de gente dando órdenes y otra obedeciendo; sin mimos ni alegría para nadie.

El encanto de esta novela, precisamente, está en su forma de ahondar en la piedad humana: en el mundo amateur, todos quieren contentar a todos… siempre que uno se salga con la suya. En ese tira y afloja, en esa pequeña tensión llena de mimos de un grupo de vecinos y conocidos que quiere poner en marcha un proyecto común, está la complicada tarea del escritor de hacerlo creíble, interesante y agradable. Y eso se logra a través de la inmensa mirada compasiva de Robertson Davies, un escritor dotado como pocos para elevar la condición humana muy por encima de sus miserias.

A merced de la tempestad. Robertson Davies. Libros del Asteroide.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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