Creo que Italo Calvino fue uno de los pocos, si no el único, escritor italiano de su generación, plagada de figuras incontestables como Natalia Ginzburg, Cesare Pavese, Elsa Morante, Dino Buzzati o Eugenio Montale (por citar solo algunos), que ahondaron en lo fantástico o en lo extraordinario (y El barón rampante es solo una muestra de esa afirmación), y es que de todos es conocida la profunda admiración que el escritor sentía por Borges, a quien consideraba un referente.
Aunque sus comienzos literarios estuvieron marcados por el neorrealismo imperante en Italia, Italo Calvino tuvo el atrevimiento de alejarse de esa corriente y establecer su propio camino que lo llevó a experimentar, al principio tímidamente, con la literatura fantástica. Fue el propio Calvino que dijo en una ocasión que: “Los relatos fantásticos son significativos, porque nos dicen muchas cosas sobre la interioridad del individuo y sobre la simbología colectiva”.
Y mediante esa experimentación, Italo Calvino concibió una trilogía de novelas a las que más tarde tituló como Nuestros antepasados y que estaba compuesta por El vizconde demediado, El barón rampante (posiblemente la mejor) y El caballero inexistente. Las tres son una especie de fábulas impregnadas por lo fantástico. Pero en todas ellas subyace un elemento existencial que las hace más interesantes.
En mi opinión El barón rampante, de Italo Calvino, desafía las reglas de la realidad sin necesidad de recurrir a la fantasía explícita. Podría definirse como una fábula llena de humor, melancolía y sabiduría que nos recuerda que la literatura, como la vida, es un ejercicio de equilibrio entre la rebeldía y la contemplación. Con su protagonista instalado para siempre en las alturas, Calvino construye una historia que, aunque parece ligera, encierra profundas reflexiones sobre la independencia, la identidad y la relación entre el individuo y la sociedad.
La novela nos lleva al siglo XVIII, a la región de Liguria, en Italia, donde el joven Cosimo Piovasco di Rondò, heredero de una familia aristocrática, toma una decisión radical el 15 de junio de 1767: tras una discusión con sus padres, sube a un árbol y jura que nunca más volverá a tocar el suelo. Lo que parece un arrebato infantil se convierte en un estilo de vida, en una declaración de principios que marcará su destino para siempre. Desde ese momento, Cosimo vivirá, amará, luchará y reflexionará sobre el mundo sin abandonar nunca la copa de los árboles.
A través de la voz de su hermano menor, Biagio, quien nos narra la historia con una mezcla de admiración y nostalgia, seguimos las aventuras de este barón singular que aprende a moverse entre las ramas con la destreza de un acróbata. Desde su exilio autoimpuesto, Cosimo observa el mundo con una perspectiva distinta, libre de las ataduras que imponen la tierra y la sociedad. Se convierte en un lector voraz, en un pensador ilustrado, en un amante apasionado y en un personaje casi legendario cuya vida transcurre entre el idealismo y la realidad.
Lo fascinante de El barón rampante es la forma en que Calvino juega con la metáfora sin convertirla en un simple artificio. Cosimo no es solo un niño caprichoso que decide vivir en los árboles; es un símbolo de la libertad llevada hasta sus últimas consecuencias, de la resistencia frente a un mundo que impone normas y expectativas. Su vida en las alturas no es una huida, sino una forma distinta de estar presente, de participar en la historia sin perder su independencia. Desde su refugio, se involucra en los acontecimientos de su tiempo, se comunica con filósofos ilustrados, combate a los piratas y se convierte en una figura mítica para quienes lo rodean.
El estilo de Calvino es, como siempre, una delicia. Su prosa es ágil, irónica, elegante, con esa ligereza que no es superficialidad, sino una forma de profundidad sin peso. El barón rampante se lee con la fluidez de un cuento, pero detrás de su aparente sencillez hay una estructura narrativa perfectamente construida y una riqueza simbólica que da múltiples lecturas. La novela es, a la vez, una historia de aventuras, una reflexión filosófica y una sátira social que nos invita a cuestionarnos cuánto de nuestra vida está condicionada por las convenciones y cuánto podría ser distinto si nos atreviéramos a mirar desde otra perspectiva.
Más allá de su valor como fábula, El barón rampante es también un homenaje a la imaginación y a la capacidad de inventarse una vida propia. Cosimo no solo desafía la gravedad, sino también el destino que le habían trazado. Su elección de vivir entre los árboles es una afirmación de autonomía, una negación de lo establecido, pero también un acto de amor hacia el mundo. Porque, aunque nunca vuelve a tocar el suelo, nunca deja de estar profundamente conectado con la realidad que lo rodea.
Pocos escritores han logrado, como Calvino, narrar con tanta ligereza y profundidad a la vez. El barón rampante es una de esas novelas que pueden leerse como una aventura fascinante o como una reflexión sobre la condición humana, y en ambos casos, deja una huella imborrable. Es un libro que nos recuerda que, a veces, para entender mejor la vida, hay que aprender a mirarla desde las alturas.
El barón rampante. Italo Calvino. Siruela.