El poder y la gloria. Graham Greene: Los conflictos de la fe

Graham Greene

Hay historias que no tienen edad, porque se repiten sin misericordia a través de los tiempos. Una de esas historias es la de la persecución de las víctimas, de los débiles, por parte del poder. Graham Greene (1904-1991) supo renovar ese oprobio fijando su vista en la persecución a la que fue sometida la Iglesia Católica en los años treinta bajo el régimen del presidente Calles. No lo hizo por casualidad: en 1929, Greene se convirtió al catolicismo y entendió que las ideas religiosas podían constituir una buena base para el relato de las pequeñas tragedias humanas. El poder y la gloria (1940) fue el fruto de sus investigaciones en México, pero no debe entenderse esta novela como una crónica de denuncia de aquellas persecuciones, sino como una forma conmovedora de adentrarse en el corazón humano.

Hay muchos motivos para considerar a Graham Greene como un gran escritor, pero si algo destaca sobre el resto de autores es por su agilidad técnica y compositiva. En una historia de persecuciones injustas, lo lógico habría sido mostrarnos a la víctima como un ser angelical, seguro de sus ideas, mientras que en el otro bando cabría suponer una brutalidad innata. Sin embargo, en esta novela supo invertir habilidosamente los términos: por un lado nos encontramos con un sacerdote perseguido en el sur de México, el único que no ha huido de aquel territorio ni que tampoco ha cedido a casarse para renunciar a sus ideas religiosas. El padre se nos muestra como un ser cobarde, borracho, arrogante, vanidoso, que oculta una historia vergonzosa, puesto que ha tenido una hija con una mujer a la que apenas conoce. Por otra parte nos encontramos con su perseguidor, un teniente que no bebe, que no se deja seducir por las mujeres, que cumple estrictamente con la ley. El hombre probo es el teniente, el perseguidor, mientras que el débil es el sacerdote, que está dispuesto a hacer cualquier cosa para escapar de la muerte.

El relato seguirá las andanzas del sacerdote, que se va ocultando del teniente, malviviendo en aldeas que no pueden prestarle auxilio, pues quien se lo conceda morirá fusilado por el teniente. Es ésta una novela de profundo contenido existencial, pero también se puede leer como una amena novela en la que se desconoce el destino del sacerdote y se sigue con atención sus idas y venidas, escapando por poco de su triste destino.

Sin embargo, hay una trampa en la novela: el lector se identifica inmediatamente con el cura, porque se muestra mucho más humano que su verdugo. Graham Greene parte de que todo hombre es un pecador, y que hacia ese pecador hay que mostrar toda la compasión de la que es posible un ser. El teniente, dentro de su integridad, no parece una persona normal, no tiene debilidades, cumple estrictamente con su destino. En cambio, el destino del padre -el father whisky– se le escapa de las manos porque a cada momento cae en sus debilidades.

Hay, eso sí, un fondo ascético en él; lo prueba en uno de los mejores momentos de la novela: un campesino se acerca a él y se invita a ir a su lado para protegerlo, para llevarlo a un lugar seguro. Pero ese campesino es la misma imagen de Judas, que busca de manera sibilina cobrar la recompensa que hay por capturar al padre. El sacerdote lo sabe, sabe que va hacia el martirio, pero no se considera digno de él: en el siglo XX ya no hay mártires de la Iglesia, sino simples hombres que caen bajo el peso de la injusticia sin querer, porque ellos no están dispuestos a dejarse prender por sus ideas. El padre sabe perfectamente que caerá en ese martirio inmerecido, trata de remediarlo, pero tampoco verterá todas sus fuerzas en ello.

El poder y la gloria muestra como pocas novelas la agonía del cristianismo, esa lucha unamuniana entre la entereza y la cobardía, entre la duda y la seguridad. El padre celebra misas en las que repite que el hombre se encuentra ignominiosamente en la tierra, padeciendo el sufrimiento solo por encontrar en el más allá la misericordia de Dios, que le dará el Paraíso. Pero ni él mismo se lo cree, porque en lugar de abrazar esa muerte por la fe, la rehúye, le da miedo, porque ante todo es un hombre, un ser que tiene espíritu pero también carne, carne pecadora que abraza la debilidad allá donde se encuentre.

Graham Greene no escatima en mostrarnos el lado más pecador de su sacerdote, y lo hace con una evidente habilidad técnica. No hay un solo instante en que podamos pensar que el padre José es un santo, aunque hay muchos momentos en que puede alcanzar esa santidad. El que no duda, sin embargo, en su anti-clericalismo y su materialismo es el teniente: él sí es un ser coherente, que lleva sus ideas hasta las últimas consecuencias.

Como decía, esta novela puede leerse en esa clave espiritual, no obstante infinitamente humana, pero por otro lado nos encontramos con un relato trepidante, lleno de suspense, típico de la novelística de Graham Greene. El escritor era consciente de que una novela no solo se construye con ideas, sino que hay que darle al lector la suficiente dosis de diversión para que sea amena. Y esta novela lo es. Incidimos en su parte ideológica porque es lo más significativo de ella, pero no lo es todo ni mucho menos.

Greene era un mago de las estructuras narrativas, de saber formar ese puzzle de historias entrecruzadas que dan más intensidad a la trama, que atraen poderosamente la atención del lector. Por tanto, ésta es una novela que no puede defraudar al lector inteligente: tanto el que busca profundidad como el que busca diversión. Y procurar las dos cosas no es tarea fácil. Sin embargo, siempre fue la marca de la casa de Graham Greene: no olvidar al lector, pero tampoco olvidar al ser humano que hay dentro de él.

El poder y la gloria. Graham Greene. Edhasa.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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