Intimidad. Hanif Kureishi

Nadie debe suponer que el amor sea razonable: Hanif Kureishi (1954) imagina a un hombre llamado Jay que una noche llega a comprender que el amor es un juego sucio, en el que tienes que mancharte las manos, en el que debes encontrar la distancia adecuada entre las personas: si están demasiado cerca, te aplastan; si están demasiado lejos, te abandonan. Intimidad (1998) podría ser la memoria personal de Hanif Kureishi, como de tantas otras personas, que también se puede contar con la lógica de una novela.

Narrada a lo largo de una sola noche, la historia es contada por Jay, un escritor y guionista cinematográfico de cuarenta y tantos años, que ha alcanzado todo lo que puede desearse a su edad: el éxito en su profesión, una mujer inteligente y resolutiva que trabaja en la industria editorial, dos hijos pequeños a los que adora, una hermosa casa. Además ha mantenido relaciones extraconyugales que le han satisfecho, sobre todo la última, con una chica mucho más joven que él. Pero después de seis años de vida en común, esa noche Jay ha decidido que debe marcharse de la casa, que su relación con Susan ha terminado. No es una decisión repentina: lleva tiempo pensándolo, aunque Susan no sabe nada, no sabe que él no volverá nunca más a vivir con ella; cuando su mujer salga hacia el trabajo y los niños estén fuera de la casa, cogerá algunas cosas, las que quepan en su maleta, y se irá a vivir con Víctor, un amigo que lleva divorciado un tiempo y que ni siquiera tiene mucho sitio en su apartamento para él.

Hay algo de trágico en su decisión: tiene la sensación de que va a abandonar a sus hijos, que hará algo que les dolerá y les marcará, pero no puede echarse atrás; durante los últimos días ha pensado en la ruptura continuamente, el mundo se le ha vuelto boca abajo, y aunque él trata de convencerse de que abandonar a una persona no es una tragedia, que puede ser doloroso, piensa que hay cosas peores en la vida.

Durante esa larga noche, Jay está pero ya no está en su casa, la habita como un fantasma, el contorno de las cosas se desfigura, toman un brillo inesperado, los recuerdos lo asedian, en ocasiones siente náuseas, le dan ganas de gritar, se siente como un avión que cae en picado. ¿Qué puede esperarle en los próximos días, cómo será su futuro fuera de aquellas paredes? ¿Hay alguna razón lo suficientemente poderosa que pueda compensar tanto dolor, tanta renuncia? Se lo pregunta, y a la vez, sin llegar a creerlo del todo, se sorprende impresionado por el hecho de no sentirse demasiado atado a las cosas, suficientemente libre y suelto para poder marcharse por la mañana.

El dolor afila los sentimientos, presta una lucidez brutal a cada uno de sus actos. En la larga reflexión que va desplegando conforme se acerca la hora de recoger sus cosas va descubriendo los desencantos de la madurez, las negociaciones, las dificultades de la vida en pareja, la infelicidad cotidiana, las claudicaciones a las que somete la propia vida, y lo hace con una sinceridad que conmueve: Intimidad es, ante todo, un libro conmovedor, porque se plantea algunas de esas preguntas que cambian una vida: ¿para qué sirve la libertad? ¿Por qué nuestras ilusiones son también nuestras creencias más importantes? ¿Qué quedan de las promesas hechas hace tiempo? ¿Cuál es el modelo de una pareja feliz, de una familia ideal? ¿Cuándo se acaba el amor?

Leyendo esta novela he recordado una frase sorprendente de José Antonio Marina: “El amor, por supuesto, no existe”. Siguiendo el recorrido vital que Jay hace la noche que piensa abandonar a su familia, se comprende que el amor es una suma de sentimientos, muchas veces encontrados, a la que le damos una importancia tal que le impone una serie de significados culturales que termina por ser una exigencia. La curiosidad, la pasión, el interés, el cariño, la ternura, la comprensión, el orgullo, el desamparo, la soledad son sentimientos que van desgranándose a lo largo de las páginas de la novela hasta llegar a una conclusión que Ortega ya descubrió en su día: amar una cosa es estar empeñado en que exista, no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde esa cosa esté ausente. Hanif Kureishi, de forma muy inteligente, no contrapone el odio al amor, simplemente hace que su personaje deje a su mujer, no porque la odie, sino porque ya no tiene sentido en su existencia, ya no la necesita para existir, no se beneficia con su presencia.

Y eso lo vemos durante esa noche, en la que Jay compartirá aún momentos con Susan, cenará y conversará con ella, sin contarle en ningún momento que no volverá a vivir en esa casa. Vemos su desinterés por ella, aunque en algún instante piense que sigue siendo adorable, que ella ha sido el motor de la familia, la que le ha dado dinamismo a su vida conyugal. Pero, para Jay, es preferible que las cosas nos provoquen temor que aburrimiento. Y se siente aburrido de esa vida: prefiere el silencio, incluso la oscuridad, a escuchar cualquier otra palabra de su mujer.

Finalmente, lo que comprendemos es que Hanif Kureishi ha hecho con esta novela una radiografía del mundo de hoy, con sus placeres y sus contradicciones. ¿Qué le espera a Jay fuera de su casa? El mundo, tal como es ahora, al que se enfrentará Jay, donde entiende el amor como mercado libre, en el que se puede curiosear y comprar, mirar y elegir, alquilar y rechazar, al gusto de cada uno, donde no hay compromisos duraderos, ni seguridad, donde cada cual tiene que cuidarse de sí mismo, o no hacerlo. “La satisfacción, la expresión de la propia personalidad y la creatividad son los únicos valores existentes”, dice Jay, y los reconoce como buenos, o al menos mejores que el deber, el sacrificio, la dedicación a los demás y la propia disciplina. ¿Es posible en esta generación privilegiada el amor entre dos personas, al menos como nos dijeron que era? Kureishi no llega a contestar a esa pregunta, porque no sabemos que será de Jay después de esa larga noche de dudas y confesiones. Pero sí parece que nos deja un mensaje implícito, que vale para toda una generación: que hoy, en las relaciones sentimentales, con el amor no basta.

Intimidad. Hanif Kureishi. Anagrama, 2005


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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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