Irrational man. Woody Allen: el instinto contra la razón

irrational man cartel Woody AllenSé que no puedo ser objetivo con Woody Allen, porque se trata de uno de mis directores de cine preferidos y me declaro como uno de sus incondicionales más recalcitrantes. Aunque a estas alturas, creo que no necesita presentación y mucho menos justificación, Woody Allen, con más de cincuenta películas a sus espaldas, es uno de los cineastas más prolíficos y con una imaginación que parece no agotarse nunca y que produce al increíble ritmo de una película por año, pero no solo eso: se trata de uno de los más brillantes directores y guionistas que ha dado la cinematografía. Creo que fue José Luis Garci a quien le oí en cierta ocasión un comentario con el que no puedo estar más de acuerdo: si alguna vez le concedieran el premio Nobel de Literatura a un guionista, el primero debería ser Allen. Años más tarde, leí un comentario muy parecido que hacía Alejandro Amenábar en una entrevista.

Irrational man ha sido mi cita anual con Woody Allen este año y, lejos de ser una comedia romántica, como parece sugerir el tráiler, se adentra en un oscuro drama, recurriendo a una temática que ya ha sido abordada anteriormente por Woody Allen: el crimen. La primera película en la que trataba este asunto fue la magnífica Delitos y faltas, y no volvió a filmar sobre esta temática hasta dieciséis años después, produciendo la que considero una de sus mejores películas en toda su filmografía y mi favorita dentro de esta serie de películas “criminales”: Match point. Un par de años más tarde repitió la experiencia con suma maestría en El sueño de Casandra. Y cuando uno pensaba que Woody Allen había abordado la temática del crimen y la culpa desde todos los ángulos posibles, reaparece ocho años más tarde con Irrational man, que tiene un enfoque totalmente diferente. Y esa diferencia estriba en que en las otras películas ya mencionadas en las que se trata el crimen, el azar y la moralidad, los protagonistas se veían abocados a cometer esos delitos para salvarse a sí mismos, ya sea su posición social, su matrimonio o por pura necesidad económica. En Irrational man, por contra, el protagonista se decide a cometer el crimen no por su propio beneficio, sino para ayudar a una extraña, convencido de que con su acto el mundo será un poco mejor.

Aunque esta película no ha contado con el favor de la crítica o, al menos, no ha causado demasiada sensación, desde mi punto de vista se trata de uno de los filmes más logrados que Allen ha rodado en los últimos años. Comenzando con la elección de los actores, a mi juicio acertadísima, con un Joaquin Phoenix que parece hecho a medida para el papel de Abe Lucas, un profesor de Filosofía amargado que se presenta como un ser obnubilado, desconcertado, que arrastra su existencia con la amargura del fracaso y que parece despertar de nuevo a la vida cuando se cruzan en su camino dos mujeres (interpretadas por Emma Stone y Parker Posey) completamente distintas que se sienten irresistiblemente atraídas por el halo que desprende el profesor. Irrational man es una película que seguramente será catalogada y criticada por ser demasiado intelectual, pero es que abordar el tema de la ética en el cine siempre conlleva ese riesgo. Pero Woody Allen demuestra que los años y la experiencia juegan a su favor y sabe llevar con estilo y elegancia una historia que vuelve a plantear la disyuntiva entre la razón y el instinto, el eterno conflicto entre el crimen y el castigo. El argumento que se plantea es aparentemente simple: Abe es un filósofo en horas bajas, con un vacío existencial tan profundo que ya nada le interesa, ni sus clases, ni las relaciones sentimentales ni el impulso creativo. Todo en él ha quedado literalmente anulado: es incapaz de escribir una sola línea de un ensayo que tiene en mente desde hace años y su bloqueo es tal que incluso padece de impotencia sexual. Cuando todo parece irremisiblemente perdido para él, una conversación escuchada en una cafetería despierta en él un interés que le hace despertar de nuevo el interés por la vida. Cree que si logra ayudar a la mujer que se lamenta por estar a punto de perder la custodia de sus hijos a causa de que un juez va a fallar injustamente en su contra, su vida podrá cobrar nuevamente algún sentido. Acabar con la vida de ese juez, eliminar a un parásito que hace el mal, según lo que le dicta su intuición, podrá ayudar a ser más feliz a otras personas y, aunque sea de un modo infinitesimal, se plantea la posibilidad de que una acción violenta como el asesinato de un juez corrupto, podrá hacer un poco mejor el injusto mundo que él y otras personas habitan.

Con ese punto de partida, y con una estructura narrativa en la que los dos personajes principales hacen de narradores paralelos usando sendas voces en off, Allen mantiene un ritmo y una tensión constantes a lo largo de toda la película. Utilizando como contrapunto el humor negro, lleno de una perversa ligereza, Woody Allen nos lleva con maestría hacia un desenlace rotundo y trágico, algo que el espectador intuye, aunque con un efecto en cierto modo sorprendente y en la que asistimos a interesantes reflexiones sobre la existencia, la responsabilidad y el instinto que nos lleva a cometer acciones irracionales. El profesor Abe parece abocado a vivir en primera persona esa sentencia kafkiana que afirmaba: “Hay un punto a partir del cual no existe el retorno. Ese es el punto al que hay que llegar”.

Al margen del guión impecable, la dirección magnífica y las extraordinarias interpretaciones, me gustaría reseñar dos elementos que siempre son muy importantes en todas las películas de este director aunque suelan pasar desapercibidos: me refiero a la música que acompaña las escenas, siempre elegida personalmente por Allen y que me parece de un gusto exquisito, y la fotografía del iraní Darius Khondji que nos deleita en este caso con algunas escenas que parecen auténticos cuadros en los que Joaquin Phoenix camina junto al mar o mira absorto hacia un lago mientras la luz del atardecer difumina su figura.

Dedico esta entrada a mi querido Héctor, nuestro colaborador más joven del blog, cinéfilo precoz y ferviente admirador de Woody Allen y del buen cine.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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