Jean Renoir y La gran ilusión, 1937.

Jean Renoir y La gran ilusión

Lo primero que llama la atención cuando se ve una película sobre la Primera Guerra Mundial como debe considerarse La gran ilusión (1937), es precisamente la ausencia de la guerra, la falta de épica, de lucha, de cañonazos, de sangre; y sin embargo, no hay un solo minuto de su metraje en que no aparezca lo que sustenta la guerra, la causa y el efecto, el principio y el final de todas ellas.

Los libros de Historia nos tienen habituados a los grandes nombres de los generales y a los lugares y batallas que fueron fundamentales en el devenir de las contiendas. Lo que no cabe en esos libros es lo que contiene todas las guerras y contiene La gran ilusión: el hombre.

Jean Renoir apostó por dar una visión humana de la guerra; no una visión optimista o amable de ella, sino esa intrahistoria que nunca apareció en los partes oficiales pero que hizo posible que una nación, o una alianza de naciones, pusiera fin a la barbarie de unos pocos energúmenos que no aparecen ni en esta película ni en casi ninguna de las que se han rodado acerca de la Gran Guerra porque ni estuvieron en los campos de batalla ni su existencia merece ser recordada fuera de los fríos datos de la cronología histórica.

Para quien no lo sepa o no lo recuerde, La gran ilusión se desarrolla casi al completo en dos campos de prisioneros alemanes, de donde un grupo de oficiales franceses trata de escapar. La película se divide a su vez en tres partes bien diferenciadas con el común hilo conductor del destino de dos de esos oficiales.

La grandeza de esta película reside precisamente en su falta de énfasis, en la modestia con que Renoir aborda el tema. Pienso que sus virtudes pueden apreciarse mejor por comparación con otras excelentes películas.

La primera parte, que se desarrolla en un campo de prisioneros absolutamente anónimo y cuya historia gira, de alguna manera, alrededor de la prevista huida de los oficiales por un túnel, nos hace recordar el film de John Sturges La gran evasión (Secuencia: el túnel). A su vez, la segunda parte, en la que algunos de los oficiales que hemos conocido son recluidos en una fortaleza excavada en la roca, dada su propensión a las fugas, y en donde destaca la figura del comandante alemán protagonizado magistralmente por Erich von Stroheim, contiene los ingredientes del sentido del honor y la atracción por el enemigo que podemos encontrar en El puente sobre el río Kwai (Secuencia: la recepción).

Pero, a diferencia de estas dos grandes películas, en La gran ilusión hay una decidida preferencia por la sencillez expositiva que hace que los protagonistas se vean revestidos de una humanidad que marca la línea divisoria entre el individuo y la guerra, donde el valor no se encuentra en los actos heroicos ni en las grandes decisiones sino en el sentido del compañerismo, la amistad y la pura supervivencia.

Jean Renoir, con una extraordinaria sensibilidad, aborda el tema de la guerra desde un punto de vista humanístico, esa perspectiva que libera al individuo de los sentimientos violentos y de la fuerza como única arma de convicción. Cuando se ve una película como ésta, uno piensa que en la guerra la vida sería así realmente, porque el ser humano tiende a unirse y solidarizarse en los malos momentos, aunque sea sólo por instinto de protección.

Este grupo de oficiales franceses hacen lo que cualquiera haría: repartir la comida que se tiene, tratar de divertirse un poco aunque sea con modestos espectáculos que sirven para pasar el tiempo, confabularse contra el enemigo con la única ayuda de la mutua confianza y tratar de portarse como si se estuviera en casa, porque los seres humanos son animales de costumbres y allá donde van siempre tratan de regresar al hogar. De esta forma, Renoir abandona cualquier propósito de atraer al espectador con recursos narrativos tan utilizados como el suspense o la acción para centrarse en la más pura naturalidad (Secuencia: el almuerzo).

Habrá quien acuse a la película de ingenua o de sentimental porque en ningún momento aparecen los rigores de la guerra y, lo que puede ser peor, hay una mirada conmiserativa por el enemigo, encarnado como decíamos por el comandante alemán, un hombre en quien se han cebado las heridas de las batallas pero para el que queda el íntimo sentido del honor y la nobleza como rasgo de carácter.

Hay también en la película una mirada peculiar sobre las diferencias de clase, que en la guerra son especialmente importantes a pesar de que el cine no ha hecho apenas referencia a ellas. Por un lado están los oficiales de carrera, el capitán Boeldieu (interpretado por un magistral Pierre Fresnay) y el comandante von Rauffenstein, adultos que juegan a la guerra, y por otro lado están los oficiales que han conseguido el rango en el campo de batalla pero que proceden de la clase civil, figurantes en un mundo militar completamente ajeno a sus vidas ordinarias.

Como haría poco después en Las reglas del juego, Renoir deja los profundos diálogos y las brillantes frases para los aristócratas de la guerra mientras que carga de pragmatismo e ingenio a la clase popular, enseñando de forma diáfana dos mundos que demuestran ser irreconciliables (Secuencia: contraste entre oficiales).

En este sentido la convincente actuación de Jean Gabin es el necesario contrapeso en el que se basa Renoir para su propuesta narrativa, abordada de una manera inteligente y equilibrada, sin apelar a los sentimientos más primarios del espectador con un personaje con el que sea fácil identificarse, sino mostrando a un hombre cualquiera en el que es muy difícil encontrar un rasgo distintivo más allá que su llana humanidad.

Hay muchas y excelentes películas de guerra, pero ninguna como ésta para ver al hombre dentro de esa guerra, su forma natural de actuar desde la intrascendente posición que ocupa en un acontecimiento que lo supera casi en todos los aspectos, salvo en la grandeza.

Así que, si quieren, cierren ahora los ojos y olviden todas las escalofriantes escenas de trincheras de la Gran Guerra, la intensidad bélica de la Segunda Guerra Mundial o las ampulosas atrocidades de Vietnam. Si desean verse de verdad dentro de una película de guerra abran los ojos y empiecen a disfrutar de La gran ilusión.

Para poder ilustrar el texto con determinadas escenas de la película no he encontrado más que los anteriores enlaces que en realidad se trata del film fragmentado en partes. A pesar de los incómodos anuncios y las introducciones gratuitas, espero que sirvan para ofrecer una idea cabal de lo expuesto en esta reseña.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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