La atadura. Vanessa Duriès

Vanessa Duriès era una joven francesa de 20 años cuando entró por primera vez en el apartamento de Pierre, un hombre cortés, elegante y experimentado. Lo primero que descubrió en la estancia fue una serie de disciplinas que colgaban de las vigas y fotos abiertamente explícitas expuestas sobre una cómoda. Era como si aquellos accesorios de cuero, acero o látex pudieran hablar. Poco después, Pierre se convertiría en el Amo y pareja de Vanessa, que contaría su experiencia en La atadura, una breve novela que aún fascina a quienes se acercan al mundo del BDSM.

Al contrario de otras obras sobre esta temática, La atadura tiene la virtud de la autenticidad, no solo porque sea una historia real, sino porque está contada desde el asombro y la admiración por un tipo de sexo que por lo general es incomprendido o produce directamente rechazo.

Como sabemos, las actuales novelas que introducen este tema en sus argumentos lo hacen para adobar con un toque picante sempieternas historias de amor (lo que evita el aludido rechazo) o, si nos remitimos a clásicos como Historia de O, no dejan de ser obras de ficción cuya «verdad» puede ponerse en entredicho sin dificultad.

La atadura fue publicada en 1993, aislada por tanto de todo fenómeno literario acerca del erotismo más o menos bizarro (aunque en Francia la literatura erótica jamás ha decaído en interés por parte de lectores y escritores), y como buena novela francesa, a pesar de ser escrita por una mujer tan joven -o quizás por eso mismo- tiende a la teorización y los motivos últimos de una práctica sexual casi desconocida por el gran público.

He de reconocer que esta obra me fascina por esa mezcla de ingenuidad, teoría y escenas lúbricas, todo ello desarrollado en su justa medida. Desde luego, quien quiera informarse sobre el BDSM tiene que acudir a La atadura porque contiene con una concisión y una exactitud prodigiosa de lo que la propia Vanessa denomina «Las reglas del juego».

Un juego complejo, emocionante, difícil de llevar a veces (y no cuento de entender…) y que conlleva, cuando se hace bien, una serie de virtudes poco utilizadas en otros tipos de sexo, como son la sinceridad, la entrega, el cuidado continuo o el saber en cada momento el lugar que cada uno ocupa en la relación sin que ello sea una limitación, sino más bien una liberación.

Escribe Vanessa Duriès acerca de su experiencia:

«La confianza que une al Amo y a su esclava es fundamental; es una confianza que condiciona y autoriza todos los excesos, y con ellos, todas las dichas.»

Se me dirá que también la confianza es fundamental en cualquier relación sexual del tipo que sea, pero ni condiciona ni autoriza excesos, sino más bien genera el efecto contrario cuando una de las partes queda frustrada por no ver satisfechas sus necesidades claramente expresadas gracias a esa confianza.

A este respecto, la escritora (y esclava) aclara:

«La relación de poder que se establece entre el amo y su esclavo es sutil y delicada. Por eso es necesario que los esclavos sepan indicar a sus amos los límites que no deben franquearse. La autoridad absoluta se funda en un complejo juego de equilibrios, y el menor paso en falso rompe la armonía y hace que la consideración que sentían el uno por el otro se resquebraje. Todo ser humano tiene sus límites, y el esclavo no es una excepción. Ningún amo debe trasgredir los límites morales o físicos aceptados por el esclavo o la esclava. Y cualquier quebrantamiento de esta regla puede ser mortal (…) Ni el uno ni el otro deben jamás defraudar.»

El análisis de ese equilibrio de poder, tanto en el sexo como en la vida diaria (Vanessa y Pierre eran también pareja sentimental y convivían juntos) es uno de los puntos fuertes del libro, y para el que esto escribe, lo más interesante porque explica el erotismo en estado puro. Las escenas sexuales (que son abundantes) «ilustran» y para determinados lectores excitan, pero no indagan en el erotismo que subyace en toda relación sexual, o incluso sentimental, como ocurre en este caso.

Y es que las relaciones sadomasoquistas, cuando son honestas y auténticas, son muy diferentes de lo que puede suponer el público lego en la materia. Vanessa Duriès tiene la virtud de decir las cosas por su nombre y no idealiza su tendencia sexual con prejuicios y clichés absolutamente equivocados, quizás porque lo vivió en primera persona y sabía de qué iba el percal.


La escritora francesa Vanessa Duriès

Puede extrañar que sostenga con total seguridad que quien dirige una relación BDSM es la esclava o sumisa. A poco que comprendamos este tipo de relaciones sacaremos la conclusión de que un Amo se halla en una situación de absoluta dependencia con respecto a su esclavo. No existiría ni tendría justificación alguna si no fuera por el esclavo, o dicho con otras palabras: el amo es el esclavo del esclavo, pues depende de que éste acepte someterse a las prácticas sexuales que lo excitan.

En definitiva, es un sutil juego de dependencias en el que el esclavo puede ser quien ostente el auténtico poder en la relación sadomasoquista. Este aspecto resulta patente en otra gran obra sobre este tema, La Venus de las pieles, de Sacher-Masoch, cuya relación sadomasoquista (también real) finalizó precisamente cuando el esclavo -el propio escritor- no aceptó lo que él consideró «caprichos» o extralimitaciones de su Ama, o dicho con una palabra más entendible, no respetó su acuerdo con ella.

Otro aspecto que trata con brillantez La atadura es la serie de sensaciones que la sumisa obtiene de su entrega. La presencia de lo desconocido fascina a la esclava, como también el ingenio del amo, que se renueva sin cesar para salir airoso de todas las pruebas. Para la esclava resulta muy excitante ignorar lo que sucederá en el curso de una sesión y no poder predecir las sorpresas que el amo le tiene reservadas. Este tipo de asombro continuo, a poco que lo pensemos bien, es difícil de encontrar en lo que se suele denominar sexo convencional.

No obstante, esta impermeabilización a la rutina en el sadomasoquismo depende, como es natural, del grado de complicidad y comprensión entre amo y sumiso, infinitamente más intenso y sutil que en las relaciones convencionales.

Vanessa Duriès confiesa abiertamente la suerte que tuvo:

«Mi gran dicha estriba en haber encontrado a un Amo a mi medida, que espera precisamente aquello que yo puedo darle y que me da todo cuanto estoy en mi derecho de esperar».

Este pequeño párrafo encierra toda una didáctica del BDSM: el Amo hecho a la medida del esclavo (y no al revés, como se suele suponer), y ese intercambio de deseos, voluntades, cuidados y atenciones tan propios del sadomasoquismo bien entendido: el papel del Amo exige una creatividad fuera de lo común, mientras que el esclavo debe dar muestras de una gran resistencia física y mental. En definitiva, una entrega total unida a un exigente nivel de imaginación.

Esto lleva a la escritora a internarse en los recovecos más excitantes de lo que ella llama «un arte cerebral». Lo mental está inmerso de una forma onmipresente en las relaciones BDSM, y Vanessa Duriès le da una vuelta de tuerca con su amor (correspondido) por Pierre, su Amo. Lo mental se mezcla con lo sexual y lo sentimental, y en este terreno, que es donde resbalan la mayoría de las obras de esta temática (el amor suele ser más convencional que en un libro de Sissy Emperatriz), el texto de La atadura es insuperable.

Recojo un párrafo que, sin ánimo de que lo entienda el lector lego, resume a la perfección esa mezcla de emociones, racionalidad y amor aludida anteriormente. Estamos en una sesión en la que el amo de Vanessa, debidamente inmovilizada, le clava varias agujas en los pezones. A este respecto, ella escribe:

«Descubrí que la excitación mitiga el dolor y lo transforma en una situación difusa. Estableciendo una analogía, llegué a la conclusión de que, al igual que le sucede a un pecho debidamente acariciado, una esclava amada y ensalzada, alimentada por la sola pasión de su amo, puede aceptarlo y soportarlo todo (…) Cada vez que una aguja me atravesaba la piel, gritaba para mis adentros: «Amo mío, te adoro con toda mi alma, y solo mi amor por ti me permite soportar dolores tan espantosos. Gracias, Amo mío, por permitirme que te demuestre así mi amor. Tu amor me da la fuerza que me ayuda a salir triunfante de lo que hasta esta noche me habría parecido imposible…»

Además de la escena reproducida, propia de las prácticas «dolorosas» del sadomasoquismo (las más conocidas por el público en general, y que en realidad son placenteras para los ejecutantes), en este tipo de sexo también hay prácticas físicas «sin dolor» (juegos con cuerdas, por ejemplo), sexo más o menos convencional, pero también hay un tipo de prácticas poco conocidas y que se basan fundamentalmente en la humillación, como es lógico, del amo a la esclava.

En La Atadura, las escenas sexuales sobre todo se centran en la humillación de Vanessa por parte de su Amo Pierre de todas las formas posibles. Era su forma erótica de relacionarse, que a su vez supone un nuevo juego o sistema de equilibrio sexual y sentimental de fuerte aspecto mental.

Aquí las relaciones de poder son especialmente singulares, porque lo que para los demás la palabra «humillación» significa de degradante o abyecto, para los practicantes del BDSM es una fuente inigualable de placer.

Hay que leer La atadura para comprender hasta qué punto el sexo puede alcanzar un grado máximo de entendimiento y conocimiento de uno mismo y de la persona a la que se ama; y en el BDSM, ese grado solo se alcanza cuando se practica de verdad, con plena honradez y sin que sirva de excusa o medio para aprovechados que pretenden acostarse con alguien mediante engaños. Vanessa Duriès lo comprendió muy bien cuando escribió: «esta penosa miseria sexual nos reafirma en nuestra elección: el sadomasoquismo es un arte, una filosofía, un espacio cultural vetado a los mentirosos y a los hipócritas redomados».

Esta breve novela no tiene un final al uso. Simplemente se interrumpe en el momento en que la confesión pública de Vanessa Duriès está acabando a la vez que el texto, de modo que es una especie de «hasta luego», que resume magistralmente lo que sentía en ese instante en su relación con su amo:

«Ahora quiero a Pierre más que nunca y creo que el amor, sea cual fuere su naturaleza, puede convertirse en un salvavidas o, mejor aún, en una baliza a la que agarrarse.

Todavía ignoro si el amor de Pierre es tan profundo como el mío, pero cada vez soy más consciente de que amar es lo más importante que hay en el mundo. De ahí que haya hecho mía esta máxima que encontré en un libro: «Prefiero amar una vez que ser amada toda mi vida».

Pocos meses después de publicar esta obra, Vanessa Duriès murió en un accidente de automóvil a los 21 años. Nunca sabremos si hubiera sido amada toda su vida, pero sí sabemos que amó una vez de la forma más bella que se puede amar.

La atadura. Vanessa Duriès. Tusquets.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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