La marcha Radetzsky. Joseph Roth: El fin de los buenos tiempos

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Hay músicas que marcan una época, y pocas de ellas son tan significativas como El Danubio azul de Johann Strauss. Aquella música marcaba el ritmo de una sociedad, de un imperio que bailaba a su son entre las guerreras de los hombres y las ropas almidonadas de las mujeres. Era una época de despreocupación, de calma y de indolencia, regida por ese compás de tres por cuatro, suave, lánguido y férreo a la vez, de las cosas ya establecidas, sin discusión. Fueron los tiempos en los que los hombres creían ser felices, esa calma chicha que precede a las grandes tormentas. Con ese tránsito de la tranquilidad al furor del caos escribió Joseph Roth (1894-1939) una novela memorable: La marcha Radetzsky (1932), precisamente porque él fue uno de los testigos de aquella conflagración.

La novela es la historia de tres generaciones de una familia, los Trotta, que empieza en 1859, durante la batalla de Solferino. En ella, el primero de esta saga salva con su cuerpo de una muerte segura al mismísimo emperador Francisco José. Será a partir de ese momento cuando comencemos a ver el discreto ascenso de la familia Trotta dentro del Imperio austrohúngaro, y también será el momento en que empecemos a comprender que el verdadero protagonista de la historia no son los austríacos de aquella época, sino el emperador Francisco José, el alma de aquellas vidas, el baluarte de una forma de entender la vida, el gobierno y la servidumbre.

Será el emperador Francisco José el eje sobre el que se engrasa la historia: todos lo sirven, todos lo aclaman, desde que es joven hasta que languidece en su palacio de Viena. La vida de sus súbditos no puede entenderse sin su magnífica presencia. Será él quien hará barón al primer Trotta, y será también su única tabla de salvación, el solo motivo de su fe en la realidad, cuando sea expulsado del paraíso de la creencia sencilla en la virtud, en la verdad y en el derecho, cuando se encuentre de frente ante la gran mentira de esa sociedad hecha de falsas heroicidades.

Su hijo, por su decisión, no seguirá la profesión de militar, y terminará siendo un acomodaticio jefe de distrito. La saga familiar continuará, ya sin su presencia en la tierra, con su nieto, que se integrará pronto en el ejército, no ya como un simple soldado, sino como el nieto del héroe de la batalla de Solferino. La tranquila y desahogada historia del jefe de distrito así como la más agitada de su hijo en el ejército, un ejército exclusivamente preparado para la paz, será el hilo conductor de una historia apasionante, pero lo más importante de ella será ver el desmoronamiento de esa sociedad feliz conforme se inicia el siglo XX y que culminará con la Primera Guerra Mundial.

Ese paso de las mañanas de domingo escuchando la Marcha Radetzsky sentados tranquilamente en una terraza, al ruido de los obuses en la Gran Guerra será el gran logro de esta novela, que va calibrando sabiamente los grados de deterioro de una sociedad cada vez más convulsa, pero que no pierde en ningún momento de su punto de mira la figura de su emperador, un hombre al que se considera grande y bueno, justo y digno, infinitamente lejano y cercano, por el cual merece morir bajo los acordes de la Marcha Radetzsky.

Su presencia será aplastante. En los cuarteles, en las oficinas, en los casinos, su retrato se impondrá sobre la vida de sus súbditos, y el más joven de los Trotta, oficial de su ejército, verá cómo el tiempo pasa, cómo morirá su abuelo, héroe de Solferino, cómo envejecerá su padre, y sin embargo comprobará que el emperador solamente ha envejecido un día, a una hora bien determinada, y desde aquel momento parece permanecer encerrado en su vejez helada y eterna, plateada y espantosa, como dentro de una armadura de cristal para inspirar respeto, como si los años no pudieran atacarle.

Pero llegará el momento en el que ni el emperador será responsable de su monarquía; parecerá que ni Dios quiera ser responsable de ese mundo que se va hundiendo. Antes las cosas eran más fáciles, todo estaba asegurado, cada piedra en su sitio, los caminos de la vida estaban bien empedrados. El ejército dormitaba en los casinos y los burócratas podían levantarse con seguridad sabiendo que el sol se pondría para todo el Imperio. Pero un día, un día que llegó sin previo aviso, las piedras de los caminos estuvieron puestas de cualquier manera, y los techos tenían goteras y la lluvia penetraba en las casas y cada uno tenía que saber por qué camino quería ir y en qué casa iba a vivir. La Gran Guerra comienza y el emperador va muriéndose poco a poco en Viena, sin que sea ya el garante de nada, abandonados sus siervos al fragor de la lucha.

La Marcha Radetzsky no es un fresco histórico, sino todo lo contrario: la intrahistoria de una época, el seguimiento de unos personajes que no son dueños de sí mismos, sino del momento que les ha tocado vivir. Han bailado el sereno vals a la luz de las velas de un mundo que se iba apagando, y cuando menos se han dado cuenta, el mundo no ha amanecido sino que se ha sumido en la oscuridad de la sangre, espesa y pegajosa, que derrumbará con su presencia todo un imperio, una vida, una forma de entender el mundo.

La marcha Radetzsky. Joseph Roth. Edhasa.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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