Mantícora. Robertson Davies

El pasado puede resultar una losa pesada, pero resulta imprescindible conocerlo y entender a las personas que nos rodean en nuestra vida para poder llegar a conocernos a nosotros mismos. Esta podría ser la tesis de este libro, aunque para disfrutar de él no se precise encontrar ninguna enseñanza, y basta con sumergirse en sus páginas. Y es que Robertson Davies es un mago de la palabra escrita, lo que demuestra una vez más en esta impresionante novela (la segunda parte de la llamada “Trilogía de Deptford”). En ella, Davies disecciona a sus personajes como un cirujano experto, sabe darle a cada historia el matiz y el tono adecuados, mantiene una cierta intriga y logra un efecto de tensión permanente en el lector.

Los personajes de “El quinto en discordia” vuelven a aparecer en esta novela, aunque desde una perspectiva totalmente diferente. Si en la primera parte era el viejo profesor Dunstam Ramsay quien nos ofrecía su particular visión de los habitantes de Deptford, en “Mantícora” es David Staunton, el hijo del magnate Boy Staunton, quien desgrana y analiza a todas las personas que le rodearon, centrándose principalmente en la figura de su padre, con quien está obsesionado desde su trágica muerte (ahogado al caer su coche a un lago, y hallado con una piedra en la boca). La muerte del padre, provoca en David Staunton una crisis nerviosa que le hace caer en la bebida de una forma patológica, lo que unido a su depresión, le determina a viajar a Suiza, donde acudirá a la consulta de una competente psicoanalista jungiana. De hecho, el psicoanálisis y los sueños juegan un papel relevante en la estructura de esta novela, que se centra en el minucioso relato de su vida que David le hace a la doctora Von Haller. David es un abogado de prestigio y su mentalidad es puramente racional. Es incapaz de analizar nada desde el punto de vista de los sentimientos y, ya desde el principio, la doctora Von Haller percibe su problema y trata de hacer aflorar en él esos sentimientos que permanecen estancados, obstruidos. Toda la simbología del psicoanálisis jungiano está latente. La doctora trata de encontrar en su singular paciente las figuras del Ánima, la Sombra, el Amigo, el Ego y, en definitiva, todos los arquetipos que, según el psicoanálisis jungiano, configuran la personalidad de un individuo. David Staunton se rinde desde el principio y se muestra sumamente colaborador, pues su parte racional le dice que debe hacer todo lo posible por curarse. En sus entrevistas no le oculta ningún detalle de su vida, por escabroso que pueda parecer, a la doctora. De hecho para David su visita al sanatorio forma parte de una férrea autodisciplina impuesta por él mismo quien, como profesional de la ley y sumamente respetuoso con ella, se erige en su propio juez, acusado, fiscal y abogado.

Desde el comienzo nos damos cuenta de la importancia capital que ha tenido Boy Staunton, su padre, en la vida de David. Boy, a quien conocemos de primera mano a través del relato de su hijo, ha sido un hombre acostumbrado a dirigir y controlar cada uno de los pasos de cuantos le rodeaban, al igual que al propio Boy le sucedió con el abuelo de David. Pero lo que David conoce de su propia familia no es sino una visión racionalizada, objetivada hasta la saciedad, porque es incapaz de hablar desde un plano emocional. Los puntos de vista del protagonista se cruzan y se mezclan de cuando en cuando con los puntos de vista que ya conocíamos a través de Ramsay en “El quinto en discordia”, lo que enriquece la historia global y le da otra dimensión, como si de repente nos alejásemos de la escena y lo viésemos todo desde mucho más lejos, pero con una perspectiva más global.

El título de la novela, al igual que sucedía con “El quinto en discordia”, nos proporciona una clave, si bien no sabemos cuál, hasta casi mediada la novela. El protagonista se ve a sí mismo en un sueño como un león con cara de hombre, y con una cola terminada en punta. Lleva una cadena atada al cuello y dicha cadena la sostiene una mujer, en la que David cree reconocer a la doctora Haller. Es entonces cuando la doctora le explica que el animal que ha visto es un ser mitológico conocido como mantícora. El mundo de los sueños y la simbología hacen así acto de presencia en la historia. David se ve obligado por la doctora a luchar contra sus propios demonios, o contra los “trasgos”, como ella misma los define, es decir, una especie de duendes ambivalentes que pueden hacer tanto mal como bien.

Tras un año de psicoanálisis, David decide abandonar temporalmente la clínica y regresar a Canadá, donde se siente obligado a volver para atender los negocios que su padre le ha legado. Y por un azar del destino, cuando su marcha parece inminente, se encuentra a tres personajes que entran entonces en juego y que redondean esta portentosa historia. Se trata de Dumstan Ramsay, la inquietante Lisl y el vanidoso mago Eisengrim. Todos ellos saben algo de las circunstancias que rodearon a la muerte de su padre y puede incluso que sepan mucho más de lo que parece. David está seguro de ello. Cada uno de ellos le proporcionará nuevas claves, aunque en definitiva no serán más que retazos de información, nuevas piezas para terminar de componer su particular rompecabezas. Pero será Liesl quien le aporte la ayuda más valiosa, en el plano emocional, iniciándolo verdaderamente en la capacidad de sentir.

Si tuviera que definir la obra de Robertson Davies con un solo adjetivo usaría éste: encanto. A lo largo de casi cuatrocientas páginas, Davies nos abruma con su profundo conocimiento de la psicología humana, desde un plano intelectual pero sin resultar sofocante ni mucho menos cargante. Nada es nuevo, en el fondo. Pero poco importa. Davies es un maestro que no necesita alardes literarios, es sabio como los de antes, una especie de hombre renacentista con el extraño don de saber hablar sobre cualquier disciplina, y hacerlo bien. Es, en suma, un auténtico deleite para los lectores. Un regalo para los que piensan que ya no se escribe nada que merezca la pena, para los que se encuentran aburridos de las temáticas reiterativas y pesadas de otras narraciones. En las novelas de Robertson Davies no sobra nada. Ni falta. Todo un portento. Si no lo han leído todavía, ¿a qué esperan?

Mantícora. Robertson Davies. Libros del asteroide, 2007

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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