En Mortal y rosa (1975), Francisco Umbral dejó de lado su característico ingenio y sarcasmo para escribir su libro más íntimo y desgarrador. La obra nace del dolor personal: la muerte de su hijo pequeño, Miguel, a causa de una leucemia. Umbral, que había deslumbrado con su estilo afilado y provocador en la prosa periodística y en la novela, se enfrenta aquí a un reto distinto: convertir la experiencia más dolorosa de su vida en palabras. El resultado es un texto de una belleza sobrecogedora y una profundidad que rara vez se alcanza.
La estructura de Mortal y rosa es fragmentaria, como la mente de un hombre que no puede dejar de pensar en la pérdida. No hay un relato lineal ni una historia cerrada: Umbral va encadenando reflexiones, evocaciones y descripciones que giran siempre alrededor de la figura del niño perdido. Cada página es un latido, un destello, una manera de no olvidar.
El título mismo encierra el latido contradictorio de la obra: la conciencia de la muerte (mortal) y el fulgor de la vida (rosa). Así, Umbral recurre a la poesía, a la imagen, a la música de las frases para intentar atrapar lo inasible: el amor que sobrevive a la ausencia. El niño es casi una presencia fantasmal que recorre las páginas, un espíritu luminoso que habita la memoria del narrador.
La voz de Umbral en este libro es radicalmente distinta a la de sus columnas y novelas más cínicas. Aquí hay ternura, vulnerabilidad y un desgarro que no se disfraza con el humor. El lenguaje se convierte en un bálsamo y en un arma: las frases son precisas y fulgurantes, cargadas de ritmo y musicalidad, pero también de una sinceridad que conmueve hasta lo más hondo.
Lo más sorprendente de Mortal y rosa es cómo Umbral consigue que el dolor de la muerte se convierta, página a página, en un canto a la belleza. No hay nada complaciente en esta obra, nada que edulcore el sufrimiento; y sin embargo, en cada línea late la convicción de que la vida, aunque breve y frágil, está llena de una intensidad que la muerte no puede borrar.
Este libro no es solo una elegía por un hijo perdido. Es, también, un testimonio de la capacidad de la literatura para transformar la desesperación en algo más alto, más humano, más perdurable. Con Mortal y rosa, Umbral nos dejó un legado de palabras que arden y consuelan, un recordatorio de que la belleza puede ser —y es— el único consuelo cuando ya no queda nada. Una obra que, como la rosa del título, es frágil y eterna a la vez, destinada a florecer una y otra vez en la memoria de quien la lea.
Mortal y rosa. Francisco Umbral. Editorial Destino.