No soy Stiller fue la primera novela que escribió el hasta entonces arquitecto suizo Max Frisch, publicada en 1955. Aunque ahora un tanto olvidado, Max Frisch formó parte de un puñado de escritores suizos –junto a Dürrenmatt, por ejemplo- que marcaron una forma de hacer literatura a mediados del siglo XX. De hecho, No soy Stiller es una novela emblemática de ese período, que recogiendo el legado humanista de Bertold Brecht, trató de analizar la situación del hombre en una sociedad que comenzaba a dar muestras del orden implacable que más tarde derivó en la actual globalización.
Un problema de identidad
La novela se basa en un hecho muy concreto: un ciudadano americano, llamado Michael White, es detenido y encarcelado por las autoridades suizas, que están plenamente convencidas de que se trata de un tal Anatol Stiller. Stiller era un escultor de medio pelo que desapareció hace un tiempo y que dejó tras de sí un reguero de daños.
White defiende su identidad, pero nada hace cejar en su empeño a la policía suiza. Su abogado, también convencido de que es Stiller, le anima a que escriba un diario contando los episodios fundamentales de su vida. No soy Stiller es el conjunto de los siete cuadernos que escribe el preso en la cárcel, al que se añade al final un epílogo del fiscal que lleva el caso.
Naturalmente, en sus escritos White mantiene que no es Stiller, una defensa que, conforme avanza la novela, va extrañamente debilitándose conforme empiezan a aparecer por la cárcel personas que tuvieron que ver con el escultor a lo largo de su vida.
¿Quién es Stiller?
Lo cierto es que cuando más enconadamente defiende el preso su identidad americana, es decir, al comienzo de la novela, tampoco es que dé muchas señas acerca de su pasado. Las únicas experiencias americanas de White son relatadas por éste a su guardián en la cárcel, un hombre sencillo e ingenuo que se va tragando una serie de peripecias por Estados Unidos y México del presunto White, que parecen sacadas de un delirante western o una alocada película de aventuras.
Sin embargo, el lector no tiene por qué dudar de la desesperada alegación de White. Todo se complica cuando aparece en la cárcel la mujer de Stiller, a la que el escultor maltrató psicológicamente. Julika reconoce inmediatamente a su marido cuando se enfrenta a Michael White, y no será la única, sino que por la cárcel pasarán también amigos y el hermano de Stiller, que ni se plantea la posibilidad de que ese hombre que tienen ante ellos sea otra persona distinta a Stiller.
Max Frisch crea así una paradoja en la mente del lector: :¿Michael White es Stiller, o los demás se pueden confundir físicamente con una persona que habían conocido con anterioridad? Frisch, en un elegante requiebro al lector, no toma partido por unos ni por otro, y sabiamente deja en suspenso la identidad de Stiller. Ese recurso lo logra cuando se va conociendo el destino de cada uno de estos recién llegados personajes, a los que interesa que esa persona que tienen delante sea Stiller.
Una sociedad hiperorganizada
Lo que consigue Max Frisch con esta incertidumbre es crear el clima perfecto en su novela para elevarla a un nivel superior. No soy Stiller es una novela existencial, una novela que se plantea la verdadera identidad de los ciudadanos frente al Estado y frente a los demás.
Max Frisch fue siempre muy crítico con su país, Suiza. En esa nación en la que aparentemente nunca pasa nada, realmente ocurre lo peor que le puede ocurrir a un ciudadano: está sometido a unas reglas estrictas de las que no puede salir, por mucho que quiera.
En No soy Stiller, la autoridad mantiene que una persona es quien ella dice que es a pesar de que esa persona defienda a ultranza que se trata de otra. Son las normas, las reglas del poder. Uno no puede ser quien dice ser, sino quien decide el Estado que sea.
Por supuesto, esta reflexión, que pronto aparece en la mente del lector avezado, no llega a través de pesadas digresiones del autor, sino que es el correr de los días y los acontecimientos de la trama lo que conlleva a esa conclusión. En una sociedad perfeccionista en la que todo está en su sitio, no hay cabida para la diferencia. Lo que hará Max Frisch en esta novela es poner en tela de juicio esa presunta libertad perfecta, que vale tanto para Suiza como para cualquier país civilizado actual:
Solo constato cuán dudosa es esa libertad del ciudadano, de la que tanto se pagan, como si fuera la verdadera libertad del hombre; y llego a la conclusión de que como nación íntegra, como Estado entre otros Estados, son tan poco libres como cualquier infeliz entre potentados. Solo gracias a su insignificancia (a su actual falta de importancia histórica) pueden llegar a imaginarse que no dependen de nadie; esta impresión la deben también a su instinto comercial que les obliga a ser diferentes con las naciones poderosas. Quien encuentra bien todo lo que hacen los poderosos de la tierra, porque vive de ellos, siempre se sentirá libre e independiente. Pero, ¿qué tiene que ver eso con la libertad?
El contrapunto genial
Igual que ocurre en la música, el contrapunto es un recurso literario perfecto para hacer brillar aquello que el autor quiere comunicar. En este caso, Max Frisch se vale de la figura del fiscal del caso. El fiscal es un hombre mediocre, que ha llegado a ese puesto después de una larga y dura carrera. Es la imagen del hombre que, siguiendo lo que hay que hacer, llega adonde tiene que llegar.
Pero se da la circunstancia de que su mujer, hace unos años, fue amante de Stiller. Él no lo conoció personalmente, y es posible que esté delante de él, pero es el único personaje de la novela que al menos se plantea la posible identidad del presunto Stiller. Y ello por una razón: es el único personaje que, en un momento de su vida, fue libre.
Lo curioso es que la libertad de la que gozó el fiscal fue la libertad sexual. Desde el comienzo de la relación con su mujer, le pidió que solo se mantuviera con él si ese era su deseo, sin ningún tipo de compromiso. El amor –entiende el fiscal- es una expresión de la libertad: estás junto a una persona porque realmente quieres estar, no por obligación. Como no podía ser de otra manera siendo un personaje de Max Frisch, termina perdiendo a su mujer por un tipo de medio pelo como Stiller.
A modo de conclusión existencial
Ruego encarecidamente al lector que llegue al final de esta extraordinaria novela porque es una genialidad más de Max Frisch. Para el autor suizo –y tal como refleja en este final-, todo se tambaleaba, nada es seguro, nadie es realmente libre.
No soy Stiller es la gran novela sobre la identidad humana. No solo no ha envejecido con el tiempo sino que está más presente que nunca en la actualidad. Max Frisch pensó que el mayor símbolo de la libertad es la propia identidad. Y esto, que parece incontestable, no lo es, y no lo ha sido históricamente hablando; porque usted, aunque no se lo crea, es aún López, García, Castro o Molina solo porque el Estado todavía no ha decidido que usted sea Stiller.