Un extraño en mi vida. Richard Quine

Un extraño en mi vida

Richard Quine fue un director de enorme talento y gran sensibilidad con una gran concepción de la puesta en escena y del cromatismo. Comenzó su carrera en Hollywood como actor y guionista hasta que en la década de los 50 decidió pasarse a la dirección. Sin embargo y a pesar de su gran valía nunca obtuvo los éxitos y el reconocimiento de sus dos íntimos amigos, Blake Edwards y Stanley Donen con los que comenzó su andadura colaborando en distintos guiones.

A principios de los 50 descubrió a una actriz con la que mantuvo una larga y compleja relación, Kim Novak. Cuando rodó De repente un extraño, esta relación estaba casi acabada pero aún así le brindó uno de sus mejores papeles mostrando todo su potencial sensual, que él tanto admiraba y haciendo la que quizá sea su mejor película como director.

El argumento girará en torno a la relación amorosa que se establece entre el arquitecto Larry Coe (Kirk Douglas) y su vecina Maggie (Kim Novak).

A través de la vida más cotidiana de ambos vamos conociendo como Larry es un arquitecto de prestigio pero algo frustrado por realizar proyectos puramente alimenticios dejando a un lado su concepción de la arquitectura hasta que un escritor lo contrata para proyectarle una casa más acorde con sus deseos innovadores, volcándose plenamente en ello; y a Maggie, una mujer fría y distante que a pesar de estar casada nunca se ha enamorado y se siente un poco harta de que todos la admiren solo por su belleza. Observaremos las personalidades de sus respectivos cónyuges. La esposa de Larry, Eve, es una mujer práctica y resolutiva enamorada de su marido, mientras el esposo de Maggie aparece dibujado como un hombre pusilánime, tremendamente aburrido e incapaz de atender los más mínimos deseos pasionales de su esposa.

Cuando Eve comienza a intuir el alejamiento de Larry, dará una fiesta a sus vecinos con el fin de animarle e invitará a Maggie sin sospechar que ella es la causa de ese alejamiento.

A partir de ahí, la relación comenzará a dar un vuelco. Larry le escribirá una nota durante la fiesta declarándole su amor y ésta caerá en manos de su vecino, un hombre despreciable, magníficamente interpretado por Walter Matthau, que aprovechará la situación para acosar a Eve y que precipitará la decisión definitiva de Larry respecto a su vida y la de su familia.

Lo que podría ser un argumento eternamente conocido aquí se convertirá, por obra y gracia de su director, en una obra perfecta con un guión sólido y bien construido, con diálogos brillantes y de un enorme realismo, muy alejado del edulcoramiento o sentido de la moralidad con que se trataba esta temática en aquella época y con unas interpretaciones magníficas y enormemente convincentes.

Pero merece una mención especial la puesta en escena que hizo Quine: nos brindó planos de enorme colorido, acorde a las situaciones, como los colores cálidos que utiliza en los encuentros de los amantes. Presenta planos de enorme belleza y sensualidad como el cenital que hará de Kim Novak vistiéndose tras un encuentro furtivo y acercando la cámara hacía su espalda desnuda, casi acariciándola, mientras Douglas sube la cremallera de su vestido. Y la secuencia del paseo de Maggie durante la fiesta por las habitaciones privadas de Eve y Larry observando y tocando sus objetos personales, viendo cómo están dispuestos junto a los de su esposa y, posiblemente, nunca junto a los de ella, nos transmite perfectamente el desgarro, el dolor de Maggie y nos hace partícipes del desasosiego que se desencadenará a partir de ese momento.

La escena final tras una despedida fría entre los protagonistas con Maggie alejándose en su coche ante la mirada lasciva de unos trabajadores cierra este maravilloso film del modo más desalentador posible y lo convierte en una obra conmovedora, romántica, pasional y desconsoladora a partes iguales y, por supuesto, en un canto de amor a la mujer que marcó la vida y la obra de Quine, Kim Novak.

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