Siete lunas y siete serpientes, de Demetrio Aguilera Malta: alegoría mágica sobre el bien y el mal

Portada de Siete lunas y siete serpientes, de Demetrio Aguilera Mata

Casi veinte años fueron los que invirtió el escritor ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta en escribir su novela Siete lunas y siete serpientes, inscrita en el realismo mágico y que es una bella alegoría de la eterna lucha entre el bien y el mal. Al igual que ocurre con la mayoría de las obras del realismo mágico, esta obra tiene una buena dosis de denuncia y crítica social a veces muy explícita y otras velada por los elementos alegóricos que el escritor utiliza en esta novela, como la naturaleza animal y vegetal, para hacer trascender esa la lucha del bien contra el mal. En Siete lunas y siete serpientes lo humano, lo animal y lo vegetal se hermanan de tal modo que las fronteras entre lo real y lo mágico llegan a parecer al lector completamente naturales.

Siete lunas y siete serpientes cuenta la historia de un pueblo llamado Santorontón y muy especialmente de algunos de sus habitantes, que se debatirán en dos bandos, el de “los buenos”, liderado por el padre Cándido, un viejo sacerdote que tiene conversaciones con el Cristo Quemado, que baja de la cruz cada vez que debate con él de diversos temas, y  el de “los malos” representado por Crisóstomo Chalena, el hacendado ricachón del pueblo que ha hecho un pacto con el diablo, un hombre que carece de escrúpulos y que es capaz de mantener esclavizado a todo el pueblo con tal de lograr sus miserables objetivos.

Entre estos dos personajes del sacerdote y el hacendado, el verdadero protagonista es Candelario Mariscal, un hombre cruel que fue abandonado cuando era un bebé en la puerta de la iglesia del padre Cándido. Éste lo recogió y lo crió, pero un día, siendo ya adulto, Candelario se emborrachó  y quemó la iglesia de su padrino, que desde ese momento lo expulsó de su casa y lo rechazó como ahijado. Unas pocas ruinas y un Cristo Quemado fue lo único que pudo rescatar el sacerdote de aquella bellaquería de su ahijado, que siguió haciendo maldades.  Por ejemplo, se cuenta cómo Candelario se transforma en un caimán para encontrarse con Josefa Quindales, a quien pretende. En forma de caimán llegó a la isla de los Quindales y, al no encontrar a Josefa, da muerte a los padres y viola a Clotilde, la hermana de la muchacha. Ese acto generará la locura de Clotilde, que desde entonces busca a los hombres con el único objetivo de castrarlos. También se lanzará una maldición sobre Candelario, consistente en que el espíritu de Josefa (que muere poco después del asesinato de sus padres) lo visitará cada noche, para satisfacer su insaciable apetito sexual. Deseando deshacerse de la maldición, Candelario recurre al brujo Bulu-Bulu quien le ofrece como única solución para liberarse de su maldición casarse con su hija. Solo el matrimonio, le dice, hará desaparecer al fantasma de Josefa.

No menos importantes en esta alegoría del bien y del mal son el joven doctor Juvencio Balda, que se alinea con el padre Cándido en su lucha contra el mal y cuyas buenas intenciones casi le cuestan la vida. Juvencio tratará de curar la locura de Clotilde Quindales, y terminará enamorándose de ella. Por su parte, el hacendado Crisóstomo Chalena trata de aprovecharse del pueblo apropiándose del agua y tratando de esclavizarlo a cambio darles el agua que él ha acaparado, pero el pueblo de Santorontón terminará revelándose  con ayuda de los animales para construir un embalse propio. La aparición de los animales, en este caso los monos, como personajes clave de Siete lunas y siete serpientes es una muestra más de su alto componente alegórico-mágico. Los monos no solo ayudan a los humanos en esta ocasión, sino que salvan la vida al doctor Juvencio Balda. Por ese motivo, Chalena trata de eliminarlos y manda a sus hombres a exterminarlos a todos, sin éxito.

Un papel especialmente relevante es el del brujo Bulu-Bulu, pues su papel es ambiguo y parece compartir elementos del bien y el mal. El título de Siete lunas y siete serpientes tiene su explicación en el primer capítulo, y se corresponde con una especie de fábula sexual que nos remite a la historia de los Tin-Tines. Demetrio Aguilera Malta nos narra en este capítulo la lucha de dos Tin-Tines, una especie de duendes cuyo aparato sexual es utilizado como mazorca, que vienen a perturbar el sueño de Dominga, la hija del brujo Bulu-Bulu. Pero el Tin-Tin vencedor que gana el derecho de seducir a Dominga perderá la partida ante una serpiente X-Rabo-de-Hueso también muy interesada en atormentar el sueño de la joven Minga. Ésta consigue matar a la serpiente cuando ya empezaba a adentrarse en ella, pero Dominga no consigue deshacerse de estas presencias nocturnas ya que se encuentra “alunada”: condenada durante siete noches a que la visite la serpiente. Su padre ve como único remedio a su tormento una boda porque “sólo un hombre le quitará las lunas, y las serpientes”. La visita de Candelario pidiéndole consejo para liberarse de la maldición que le atormenta le permitirá solucionar también la maldición que trastorna a su hija Dominga.

El mundo animal, muy presente en toda la novela, adquiere un factor simbólico crucial, pues los animales vienen a representar los instintos del hombre. Por ejemplo, Chalena, el hombre que roba toda el agua del pueblo, es capaz de transformarse en un sapo, y  Candelario, puede convertirse en un caimán, algo que hace cada vez que quiere violar a una mujer o a realizar alguna de sus fechorías. Las serpientes forman parte de este peculiar bestiario y, en este caso, actúan como un símbolo fálico, y los monos, por su parte, se convierten en los aliados de los hombres “buenos” o, dicho de otra forma, son los animales más “humanizados” desde el punto de vista del bien. El tigre se presenta como un animal mágico y protector, que encarna al brujo  Bulu-Bulu, quien decide sacrificar un tigre para que la boda de su hija con Candelario esté bendecida con la fuerza del animal y le permita luchar contra la serpiente que la visita.

Toda la acción de Siete lunas y siete serpientes transcurre en apenas un par de días, previos a la preparación de la boda de Candelario. La oposición de todo el pueblo es uno de los elementos que generan interés en la historia, en especial, el rechazo del padre Cándido, padrino de Candelario, que sostendrá unas interesantísimas conversaciones con el Cristo Quemado. Hay una trasfondo de simbología cristiana que es más que evidente y palpable en la novela y que, en contra de lo que pueda pensarse, sobre todo por los más reticentes a los temas religiosos, aumenta el interés de la narración, pues tiene la originalidad de hacerlo desde una perspectiva “mágica” más que “milagrosa”, hasta el punto de que el Cristo Quemado es una estatua de madera que se baja de la cruz y se encarna cada vez que quiere hablar con el padre Cándido. Lógicamente, el Cristo tratará de convencer al padre Cándido durante toda la novela de que perdone a su ahijado y sea capaz de reconducirlo por la senda del bien. No hará falta que desvele si esto sucede o no, ni tampoco es lo más relevante de esta maravillosa novela cuya lectura recomiendo vivamente.

Siete lunas y siete serpientes. Demetrio Aguilera Malta. Editorial Fondo de Cultura Económica.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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