A mediados de 1914 se produce un hecho fundamental en la vida de Jorge Luis Borges: su padre, como se estaba quedando ciego a pesar de no llegar a los 40 años, creyó que ya no podría continuar su carrera como abogado. Por ello decidió ponerse en manos de un famoso oculista de Ginebra. En su Autobiografía, Borges indica someramente cómo fue el plan del viaje:
“La idea del viaje era que mi hermana y yo fuéramos a la escuela en Ginebra; íbamos a vivir con mi abuela materna, que viajó con nosotros y posteriormente murió allí, mientras mis padres hacían un recorrido por Europa.”
Más tarde, en 1967, el escritor reconocería en una entrevista a César Fernández Moreno: “Éramos tan ignorantes de la historia universal, sobre todo del futuro inmediato de la historia, que viajamos el año 14 y quedamos encajonados en Suiza”.
Este viaje finalmente duraría 7 años.
El joven Borges en Europa
A pesar de que la familia de Georgie pertenecía a la clase media, en aquellos años el peso argentino era una de las monedas más fuertes del mundo, por lo que podía permitirse un viaje así. Suponemos que la otra razón que impulsó a Jorge Guillermo Borges a viajar a Europa fue su amor por la cultura, que lo hacía pasar por el prototipo de caballero culto argentino que veía Europa como un lugar cargado de historia y una cadena de museos.
De hecho, aunque desembarcaron en España, fueron directamente a Inglaterra, en particular a Londres y Cambridge. Después cruzaron el Canal de la Mancha y llegaron a París, ciudad por la que Borges nunca sintió simpatía a pesar de que, con los años, sería el lugar donde descubrirían su talento literario y lo proyectarían a nivel internacional.
De París se trasladaron a Ginebra, donde quedaron los niños instalados en el colegio, mientras que los padres se marchaban alegremente por tierras germanas en agosto de 1914, justo el mes en que Prusia declaró la guerra. Con ciertas dificultades regresaron a Ginebra y allí vivieron hasta el final de la conflagración. Un tiempo después llegaría la otra abuela, Fanny Haslam, desafiando a los submarinos alemanes con su genuino carácter británico y el coraje adquirido en tierras argentinas junto a su marido. En un cierto momento, la vida en Ginebra se convirtió en una exacta reproducción de la vida familiar que llevaban años atrás en Buenos Aires.
Borges y Ginebra
Los lectores que conocen la vida de Borges saben que su relación con Ginebra fue muy estrecha, hasta el punto de ser la ciudad que él mismo eligió para morir. En la entrevista de 1967 con Fernández Moreno, recuerda los brillantes días que vivió en esa ciudad:
Borges: Llegué a conocer a fondo Suiza y a quererla mucho.
Fernández Moreno: Esa época usted la ha recordado, hacia 1927, como “gris y apretada de garúas”
Borges: Sí, pero eso era entonces; ahora, no. Ahora, cuando volví a Suiza al cabo de cuarenta años, sentí una gran emoción y una sensación de volver a la patria también, porque las experiencias de la adolescencia, todo eso, ocurrieron allí… Ginebra es una ciudad que yo conozco mucho más que Buenos Aires. Además, Ginebra puede conocerse porque es una ciudad de tamaño natural, digamos. En cambio, Buenos Aires es una ciudad ya tan desaforada que nadie la conoce.”
En su Autobiografía, Borges retoma este recuerdo casi idílico de la ciudad suiza al describir su rutina diaria:
“Vivimos en un piso de la parte sur o antigua de la ciudad. Todavía conozco Ginebra mucho mejor que Buenos Aires, lo que se explica fácilmente porque en Ginebra no hay dos esquinas que sean iguales, y uno aprende rápidamente las diferencias. Cada día caminaba a lo largo del Ródano, un río verde y helado, que corre por el centro mismo de la ciudad y que es atravesado por siete puntos totalmente diferentes entre sí.
El edificio de apartamentos donde vivieron los Borges está todavía allí, en la rue del barrio antiguo, no muy lejos del Collège Calvin, al que Georgie concurrió durante cuatro años.
Durante ese tiempo, el adolescente Borges (llegó a Ginebra con 13 años) viviría muchas experiencias fundamentales para el posterior devenir de su carrera literaria, y también concurrieron una serie de circunstancias personales que le marcarían fuertemente ciertos aspectos de su carácter.
Atrás quedaba Buenos Aires, y quien conoce en profundidad la biografía de Borges, sabe que nada se había dejado en la Argentina. Nada salvo el único amigo que tuvo en su corta estancia en el Colegio Nacional Manuel Belgrano de su barrio de Palermo, en 1909: nos referimos a Roberto Godel.
Cartas a Roberto Godel
Aunque es una figura casi anecdótica en la vida de Borges, fue el primero en conocer las vivencias de su amigo Georgie en las pocas cartas que éste le envió desde Europa. Sus casas estaban separadas por apenas unas cuadras, en el barrio de Palermo y su amistad no pudo ser muy profunda, pero en cualquier caso Borges, siempre agradecido con todas las personas que pasaron por su vida, escribiría en 1932 el prólogo a un libro de poemas de Roberto Godel.
La cuestión es que gracias a estas escasas cartas podemos conocer el estado de ánimo de Georgie en Suiza, muy diferente a la imagen benévola que más tarde quiso dar de ella y que sin duda alimentó con una asimilación más madura de lo que realmente supuso para él la paz del país helvético.
La primera carta, de 1915, reza así:
Ginebra, Suiza.
Querido amigo:
He recibido tu carta fechada 2 de febrero. Te mando mi pésame por la muerte de tu abuelito. Aquí yo ando bastante bien, aunque siempre con ganas de volver a Buenos Aires. He dado mis exámenes de medio año y el profesor me dijo que a pesar de haber haraganeado seis meses, veía que había hecho un esfuerzo prodigioso y he sacado muy buenas notas. Aquí, como en Buenos Aires, todos odian a los alemanes o “bosches” como los llaman. En mi clase hay un muchacho de Alsacia- Lorena. Dice que los alemanes obligaron a su familia y a él a dejar el país. Por eso se ha venido a Ginebra.
Hay en Suiza también una cantidad de refugiados belgas. Ginebra es el centro de la Cruz Roja. Bueno, basta de política.
Mi hermanita, de tanto hablar francés, se confunde a cada rato hablando español y pone palabras francesas.
Hace unas semanas, nevó y toda la calle quedó blanca. Era lo más lindo. Aquí en Ginebra no hay trineos pero en Friburgo, una ciudad en que hemos pasado unos días, los usan y los caballos llevan cascabeles en el pescuezo. Bueno, che, adiós. Saludos a tu familia y recibí un apretón de manos de tu amigo.
Jorge L. Borges
P.D.: En Suiza son tan ignorantes sobre la R. Argentina que mi maestro me preguntó si yo había visto indios patagones y se quedó admirado cuando le dije que en mi país no había “enormes bandas de chevaux libres”…
¡Date cuenta!
Te mando estos versos “macaneados”
I
Querido amigo Godel
ya tu carta he recibido
y veo ahí muy complacido
que has pasado al 3er. año
subiendo como Catáneo
hasta que llegues, amigo
a ser doctor archi-vivo
con hopalanda de paño.
II
Montado en tu bicicleta
tu atraviesas la campaña
llevando con furia y zaña
el Pampero por delante
mientras que yo, principiante
Se me cortó la furia poética.
CHAU.
La siguiente carta está fechada más de un año después, en la que ya se advierte una curiosidad literaria y un relato de sus vivencias algo más descriptivo:
Ginebra, 11 de marzo de 1916
Mi querido amigo:
Acabo de recibir tu carta. Te quejas de mi mutismo y sin embargo he contestado a todas las cartas que me has mandado. Supongo que mi última respuesta se habrá perdido en el Correo.
Veo que estás entusiasmado con la segunda parte del Quijote, que por cierto aventaja de mucho a la primera. La trama es más variada, los protagonistas están mejor estudiados y contiene capítulos magníficos como aquellos en que describe el gobierno de Sancho en la ínsula de Barataria, la vuelta de Don Quijote a su aldea y su muerte. Yo creo que uno de los principales encantos del Quijote reside en el estilo y en el idioma. He hojeado hace poco una traducción francesa: no puedes figurarte la ñoñería infligida a la obra maestra de Cervantes. En cuanto a los “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes” jamás los he leído y con la guerra resultaría muy difícil encargarlos de España.
Por ahora estoy dedicado al estudio de la filosofía alemana: Schopenhauer y Hartmann ante todo.
En el colegio sigo como siempre. He trabado amistad con dos muchachos: Stalkine, el primero, es ruso de Odessa, moreno, bajo y vivaracho; Michels, el segundo, es hamburgués, alto, largo, flaco, de pelo colorado, ojos azules acuosos y manos como garfios.
Hemos tenido un tiempo muy frío últimamente, hasta doce grados bajo cero una mañana. Ha nevado bastante. Bueno che mañana me levanto a las siete. Son las once ya, te escribo esto sentado en la cama, con mi pupitre arrimado a ella. Adiós, saludos a tu distinguida familia.
Tu amigo
Jorge Borges
Rue de Malagnou 17
P.D.: Te felicito por tu victorioso examen. Mi hermana —te acordarás- se empeña en escribirte.
Recuerdos de Norah. Se acuerda cuando jugábamos con Parengo a los Pieles Rojas?
Más de un año después volvemos a tener noticias de las experiencias de Georgie tal como las estaba viviendo en ese momento. Algunos de los fragmentos serán fundamentales para conocer las primeras (y muy desconocidas) incursiones de Borges en el mundo literario y que desarrollaremos en próximos capítulos:
4 de diciembre de 1917
Mi querido amigo:
Acabo de recibir tu carta del 19 de octubre. Aquí en Ginebra todos andamos bien y seguimos arrastrando con más o menos paciencia nuestras vidas aburridas. Ayer nevó: hoy se está derritiendo la nieve y haciendo un barrial en las calles.
Veo por tu carta que sigues esperando una “gran ofensiva” que concluya rápidamente con esta guerra. Esto me parece muy difícil en las condiciones actuales, cuando los combatientes se cuentan por millones. Es imposible destruir un ejército de dos, tres o cuatro millones. Si lo baten no tiene más que retirarse hasta encontrar terreno favorable para la defensa y ahí se atrinchera. Si un ejército tiene disciplina y ametralladoras y alambre de púa y pala para cavar trincheras nadie lo aniquila. Y si el país es bastante grande y el ejército bastante numeroso la maniobra de ataque adverso, retirada y atrincheramiento unos kilómetros más atrás pueden continuar años y años.
Yo empiezo a creer más y más en la posibilidad de una revolución en Alemania. No sé si el pueblo alemán está listo para ello. Sin embargo algunos acontecimientos recientes, la tentativa de sublevación en la flota, los motines en Berlín y el magnífico ejemplo de la Revolución Rusa me dan esperanza.
Yo deseo esta revolución con toda mi alma.
Puedo asegurarte que la juventud intelectual alemana saludaría esta revolución con entusiasmo.
He leído últimamente gran cantidad de libros, publicaciones y revistas firmadas por los escritores jóvenes de Alemania. Todos ellos, Johannes V. Becher, Franz Plemfert, Otto Ernst Herre, Max Pauluer, Gustav Meyrink, Franz Werfel, Harendever y otros muchos, son tan enemigos del militarismo como tú y lo declaran abiertamente.
Ya que tratamos temas literarios te pregunto si no conoces un gran escritor argentino, Rafael Barrett, espíritu libre y audaz. Con lágrimas en los ojos y de rodillas te ruego que cuando tengas un nacional o dos que gastar, vayas derecho a lo de Mendesky —o a cualquier otra librería— y le pidas al dependiente que te salga al encuentro un ejemplar de «Mirando la vida” de este autor.
Creo que ha sido publicado en Montevideo este libro. Es un libro genial cuya lectura me ha consolado de las ñoñerías de Giusti, Soiza O’Reffly y de mi primo Alvarito Melián Lafinur.
Vengo de dar una vuelta por el centro y vuelvo impresionado como siempre por la extraordinaria fealdad de las muchachas suizas. Tienen las caras llenas de pecas, son muy cursis, tienen manos y pies gigantescos y como nunca se lavan y están sudando de patearla todo el día, tienen un olor que apestan. Da gracias a Dios que no vives en Ginebra.
Yo ya no voy más al Colegio y me estoy preparando a dar dos años en uno para acabar ligero.
Tomo lecciones particulares en un Instituto cerca de casa. Me estoy volviendo muy haragán y tengo un odio profundo a ese farsante de Cicerón y a las raíces cúbicas algebraicas.
Bueno, adiós y saludos a tu distinguida familia.
Farewel, oh my brother!
Jorge Luis Borges
-CHAU-
En la siguiente carta ya anuncia los que serían, a la postre, la redacción de sus dos primeros cuentos y ahonda en su aburrimiento respecto a la vida en Suiza:
23 de mayo
Querido amigo:
Ayer recibí tu extensa carta del 15 de marzo. ¡Mil felicitaciones por tu bachillerato! Creo poder asegurarte que en unos veinte o veinticinco días estaremos ya en tierra hispana. Sólo esperamos a que el Consulado de Francia nos mande nuestros pasaportes. Mi abuelita como sabrás está bastante enferma y los médicos han declarado que le es imposible pasar otro invierno aquí. Por eso nos vamos. Me dices que te has encontrado con mi primo hermano Franky. Ha de ser un pedazo de muchacho ahora. Yo por ahora me estoy preparando para un examen endemoniado que probablemente no rendiré pues tiene lugar al fin de junio.
Me entusiasma naturalmente la idea del viaje, primero: porque tengo muchas ganas de ir a España (¡patria de mis antepasados y mi raza!) y segundo pues he haraganeado mucho y le tengo miedo al examen.
Además profeso un odio cordial a la Suiza. Patria de hoteleros y fabricantes de chocolate. (¡y son tan feas las muchachas ginebrinas!) Esto último no te parecerá muy importante, pero si pensás que tengo diez y ocho años y algunos meses de edad, verás enseguida lo espantoso de ese hecho.
¿Y tú oh mi hermano no tienes nada que contarme sobre el Gran Tema? Aquí estamos en verano y esta mañana he ido a nadar al lago.
Bueno che adiós y saludos de tu amigo
Jorge Borges
P.D.: He escrito un par de parábolas tituladas “El Profeta” y “El Héroe” y las he enviado a «Caras y Caretas”. Si las ves publicadas ahí por alguna remota casualidad, me harás el favor de mandarme el número. Dirigí tu respuesta a mi dirección actual. Si nos hemos ido a Barcelona, el Correo nos mandará la carta desde Ginebra.
CHAU
Finalmente reproducimos la última carta de su estancia en Suiza, de 1918, esta vez desde Lugano, que anuncia la que sería una constante en la vida de Borges: sus sucesivos enamoramientos.
Lugano
Mi querido amigo:
Acabo de recibir tu carta del 7 de setiembre y el recorte de “La Razón” por los cuales te agradezco mucho. Desde hace un mes nos encontramos en Lugano, en la Suiza italiana.
Actualmente estoy estudiando con la intención de pasar mi examen de bachillerato en Francia, en el Midi o quizás en París. No esperamos más que el fin de la guerra (¡y no es poco, eh!) para irnos a Francia.
Desde el punto de vista de la belleza pura, Lugano es una magnífica ciudad. El lago azul, las altas montañas formando un anfiteatro, la fila de edificios sobre el Quai, todo en fin.
Y sin embargo, ¡oh compañero y hermano! estas bellezas no me inspiran más que spleen y hastío. Tú ni sueñas siquiera feliz habitante de tierras llanas, en la influencia deprimente que puede ejercer la proximidad de altos montes. Para expresarme fantástica y macaneadamente te diré que arrojan una sombra sempiterna sobre el espíritu, que cercan, oprimen, aniquilan, pulverizan, ahogan y aplastan.
Los luganenses me resultan antipáticos. Son italianos puros, guarangos, gritones, compadres. Al oírlos me parece que estoy en mi país.
Las luganenses son muy morenas y muy cursis. Es una idiosincrasia pero a mí las morochas siempre me dan la idea de sucias. Sin duda pensarás que este malhumor mío ha de tener raíces hondas y desconocidas.
Su explicación es sencillísima: he dejado en Ginebra una muchacha de la cual estaba empezando a enamorarme seriamente. Este viaje me ha obligado a romper bruscamente con ella. Siempre nos escribimos y yo le prometí estar pronto de retomo Pero hablemos de otra cosa.
Ayer he sido testigo de un pequeño incidente callejero. En una vidriera habían colgado un retrato más o menos idealizado del glorioso general Díaz. Se formó un grupo de gente. Una vieja desdentada y escuálida con facha alcahuetesca se detuvo ante la efigie heroica y exclamó: “Il nostro generale, quanto é bello!”…
Por hoy carissimo amici no tengo más que decirte. Me abruma un dolorazo de cabeza. Adiós y un apretón de manos de tu amigo tétrico.
Jorge Luis Borges
En los tres años siguientes Georgie le escribiría sendas cartas desde Barcelona y Palma de Mallorca. Poco después, en 1921, Borges arribaría a Buenos Aires donde mantuvo una discreta amistad con Roberto Godel y, como se ha dicho, algunos años después, en 1932, prologó un libro de poemas de Godel, Nacimiento del fuego, en el que escribiría:
Este Nacimiento del fuego registra en versos memorables el del amor: época de terribles esperanzas y de incertidumbres gloriosas […] Mi amistad con Roberto Godel es larga en el tiempo. En nuestro común Buenos Aires, en el desierto craso y chacarero de la Pampa Central, en un jardín mediterráneo en la Pampa, en otros menos sorprendentes jardines de los pueblos del Sur, he conocido muchos de los versos publicados aquí. Los he difundido oralmente; los he conmemorado con lentitud, bajo las peculiares estrellas de este hemisferio. Sé que también intimarán contigo, preciso aunque invisible lector.
Publicado en Cartas de un joven escritor, revista Ñ, junio de 2007