Cuando un lector se acerca a una novela como Un día en la vida de Iván Denísovich le cabe plantearse si leerla como tal obra literaria o hacerlo como un innegable testimonio político. No en vano, su publicación en 1962 supuso el reconocimiento de su autor, Alexandr Solzhenitsyn, más que como escritor, como opositor y denunciante del régimen estalinista, que él mismo había sufrido.
De hecho, Un día en la vida de Iván Denísovich era el relato de un preso que cumplía una pena de trabajos forzados en un campo especial, igual que le había ocurrido a ese desconocido maestro de escuela llamado Alexandr Solzhenitsyn. Y tuvo suerte: la tímida apertura del régimen soviético durante la era Jruschov permitió –e incluso alentó- la difusión de esta breve novela.
Como es bien sabido, Alexandr Solzhenitsyn ganaría el Premio Nobel de Literatura pocos años después, en 1970, y se convirtió en el más conocido y fervoroso disidente de la Unión Soviética. En 1973 publicaría Archipiélago Gulag, tal vez la obra complementaria a Un día en la vida de Iván Denísovich, en la que denunciaba, esta vez con datos reales, las atrocidades cometidas contra sus compatriotas en los campos de trabajos forzados en Siberia durante el régimen soviético.
Por ello, ante la peculiaridad de este autor, casi más reconocido como disidente que como novelista, ¿es posible distinguir el valor literario del valor documental? El análisis detenido de Un día en la vida de Iván Denísovich nos da una buena respuesta.
En busca de la clave literaria
Un día en la vida de Iván Denísovich describe, como su propio título anuncia, una jornada del protagonista en un campo de trabajos forzados situado en la estepa rusa. Naturalmente, Alexandr Solzhenitsyn, como autor de la obra, decide desde el principio cómo va a ser esa jornada. Y lo que decidió es que fuera un día cualquiera, sin ningún tipo de incidente reseñable ni hecho recordable.
Y es que lo primero que advierte el lector inteligente cuando lleva leídas pocas páginas es que no va a ocurrir nada destacable en el resto de la novela. Ello no quiere decir que estemos ante una obra insulsa o aburrida. Más bien todo lo contrario: cada momento, cada minuto del campesino Iván Denísovich Shújov es un acto heroico. Porque lo que plantea desde el primer instante Alexandr Solzhenitsyn es la terrible lucha por la supervivencia de esos presos ateridos por el frío extremo.
Será este frío absoluto de la estepa rusa uno de los grandes protagonistas de Un día en la vida de Iván Denísovich. Ese frío que no deja pensar, ni apenas actuar. Ese frío que se convierte en el gran enemigo de los prisioneros, más aún que los propios carcelarios. La crueldad de la naturaleza se confabula con la crueldad de las autoridades, y es responsabilidad de Alexandr Solzhenitsyn poner en valor un hecho así, no solo como documento sino como vehículo literario alrededor del cual gira la vida de estos hombres.
Una jornada cualquiera
Sería lógico pensar que si Alexandr Solzhenitsyn hubiera deseado plantear un documento de denuncia, habría cargado las tintas en cada episodio de la vida de sus personajes. Pero su elección fue la contraria y, sin duda, la idónea: narró una rutina de tal manera que deshumanizó a sus criaturas. Conforme se avanza en la lectura, se detecta una fuerte verosimilitud en el relato: lo que realmente es un día cualquiera en la vida de un ser cualquiera.
Para ello, Alexandr Solzhenitsyn describe esta jornada con un estilo directo, desgarrado, objetivo. Naturalmente es una falsa objetividad, porque nace del deseo de su autor por hacer pasar lo que escribe como si fuera lo que realmente ocurrió un día más en un campo de trabajos forzados. Esta feliz decisión del escritor ruso convierte Un día en la vida de Iván Denísovich en una obra maestra.
Ese estilo sencillo, directo, nace de otra sabia decisión: aunque la novela está escrita en tercera persona, se plantea en todo momento desde el punto de vista de un simple campesino. Es decir, se trata de una falsa tercera persona, trufada de pensamientos, opiniones y recuerdos de un pobre infeliz al que lo único que le importa es vivir el presente de la manera más cómoda posible –si la palabra cómoda es admisible en esa situación. Y aquí reside otro acierto de Alexandr Solzhenitsyn: nunca plantea explícitamente la palabra supervivencia.
El enemigo y la memoria
En esa labor de deshumanización que sin duda llevaba a cabo el régimen soviético, y del que Un día en la vida de Iván Denísovich es un testimonio privilegiado, era fundamental la ausencia absoluta de política dentro del campo de concentración. De hecho, a este trabajo de deshumanización lo llamaban despolitización. Lo terrible es que desposeían de cualquier acto superfluo a los prisioneros. Y uno de estos actos superfluos era la memoria.
Llama la atención que casi ningún personaje recuerde –o al menos le importe- el motivo por el que cumple su pena. El caso de Iván Denísovich Shújov es tan absurdo como el de sus compañeros. En 1942 fue apresado por los nazis en una batalla, pero junto a otros cuatro compañeros lograron escapar a los pocos días. Al reencontrarse con su propio ejército, los mandos militares decidieron –siempre lo decidían así- que los alemanes los habían dejado escapar para que hicieran una labor de espionaje para ellos. En definitiva, a Iván Denísovich lo juzgan como espía y traidor a su patria, para lo que es torturado convenientemente a fin de que él mismo se declare así.
Este absurdo –como tantos que se viven en esta jornada- sin embargo no es tomado como tal por los personajes, lo que evita cualquier atisbo de dramatismo. Precisamente esa ausencia casi total de emociones contra sus opresores será uno de los factores más llamativos de la novela. Sorprendentemente, Un día en la vida de Iván Denísovich se asienta sobre la falta de resentimiento, de ira, ni siquiera de juicio moral o político. En ese terrible campo especial no hay tiempo para el rencor, porque lo único válido es sobrevivir. Pero ni siquiera se puede pensar un solo instante en la propia supervivencia. No hay tiempo ni para eso.
El lector juzga
Llegado a este momento volvemos a recordar la cuestión planteada al principio: ¿cómo juzgar una novela como Un día en la vida de Iván Denísovich? Mario Vargas Llosa, en un excelente artículo sobre esta novela, opina que está más cerca de la historia que de la literatura, y añade:
Pretender juzgar Un día en la vida de Iván Denísovich cercenándola de su contexto histórico e ideológico, como aséptica creación artística, sería un escamoteo que privaría a la obra de aquello que le imprime dramatismo y vitalidad: su carácter documental y crítico.
Sin duda es así, pero invito al lector de esta reseña a acercarse a la novela con los sentidos estéticos alerta. Cuando se va descubriendo cada uno de los múltiples recursos literarios desplegados por Alexandr Solzhenitsyn, este relato se disfruta como lo que es: una exquisita joya literaria que consigue superar en valor al escalofriante testimonio histórico.