Un hombre astuto, de Robertson Davies: La curación por el espíritu

Un hombre astuto. Robertson Davies. Reseña de CicutaDry

Un hombre astuto fue la última novela escrita por Robertson Davies. Publicada en 1994, un año antes de la muerte del autor, iba a formar parte de la llamada Trilogía de Toronto, que de esta forma quedó truncada. Como es conocido por los lectores de Robertson Davies, el escritor canadiense publicaba sus novelas en forma de trilogías. No es casualidad que esta última llevara el nombre real de la ciudad que lo vio crecer profesional y académicamente, a diferencia de las tres anteriores, cuyas ciudades a las que estaban dedicadas –Salterton, Deptford y Cornish- eran lugares inventados, o al menos no reconocibles de inmediato por el lector. Y había motivos para ello.

Una novela cargada de sinceridad

Cuando Robertson Davies comenzó a escribir su Trilogía de Toronto tenía 76 años y una larga carrera académica y literaria tras él. Naturalmente, también tenía una extraordinaria experiencia vital y, en su caso, una sabia comprensión de esta experiencia.

La Trilogía de Toronto sería, a mi entender, su testamento literario, una especie de encuentro con temas que escapan, de alguna manera, a los habituales en el mundo literario por su especial complejidad o por ser, en principio, materia poco atractiva para el lector medio. Seguro de su inteligencia y su gran talento, los acometió en estas dos novelas que llegó a tiempo a publicar, y nunca sabremos cuáles serían los temas que pensaba abordar en la tercera novela nunca escrita.

Como se indicó en una reseña anterior, la primera novela de la trilogía, Asesinato y ánimas en pena, era una sensible reconstrucción de la vida de los antepasados del protagonista, cuya existencia podría ser la de cualquiera de nuestros antepasados y que ponía en el punto de atención la importancia de un legado que pasa absolutamente desapercibido en nuestras vidas por falta de información o de interés.

Temas extraños en una novela

En Un hombre astuto, y con la ciudad de Toronto de fondo, es decir, personajes que podrían ser reales en un entorno real, Robertson Davies se adentra en unos temas que, podríamos decir, suelen ser marginales en la literatura de los últimos años. En este caso –y sin ánimo de relacionarlos todos- el canadiense principalmente abordó el tema de la salud, de la religión y del arte en su vertiente aficionada.

Para ello se vale de un personaje, el doctor Jonathan Hullah, que gracias a uno de los recursos favoritos del autor –un Macguffin- se siente obligado a escribir una especie de diario en el que recoge lo más señalado de su vida.

Tengo la impresión de que este doctor, el hombre astuto del título, tiene un parecido más que razonable con el propio autor, Robertson Davies. Ambos escriben desde la vejez, ambos han mantenido una intensa vida profesional y ambos han entendido que los hechos y las relaciones humanas están cargados de un fuerte componente espiritual que no tiene por qué coincidir con la existencia de Dios o con el abrazo a una religión para determinar su importancia. El propio personaje reconoce en un momento dado que lo que está escribiendo no son unas memorias sino un Bildunsromane alemán acerca de la formación del espíritu humano.

El Macguffin

En Un hombre astuto, la excusa que escoge Robertson Davies para intrigar al lector en primera instancia es la repentina muerte del muy anciano padre Hobbes, un sacerdote anglicano con ribetes católicos, en plena consagración de la Hostia y delante de todos sus feligreses. Entre esos feligreses estará el doctor Hullah, que entre el lógico barullo formado en el altar y posteriormente la sacristía, certifica el fallecimiento súbito como una parada cardiaca.

Se da la circunstancia de que el anciano sacerdote era un ejemplo de bondad entre su feligresía, quitándose literalmente el pan de la boca para dárselo a los más necesitados. Este hecho hace que muera en olor de santidad, una santidad que es promovida por un viejo amigo del doctor, a la sazón también sacerdote de la parroquia y hombre proclive a ciertos fanatismos religiosos.

Si bien este acontecimiento tuvo lugar muchos años antes del momento en que se desarrolla la historia, una joven periodista –personaje que ya apareció en la anterior Asesinato y ánimas en pena– comienza a indagar para su diario en un afán de recuperar hechos importantes en la vida de Toronto y termina entrevistando al doctor Hullah. Desde el principio intuimos que algo se esconde en aquella muerte que el doctor no quiere desvelar, de manera que esa astucia del título será la manera que tenga el médico de desviar la atención de la periodista.

La religión y el espíritu

Como decíamos, uno de los temas principales de Un hombre astuto es la religión. Tal vez para los países hispanohablantes nos resulte extraña la forma de abordarla que tiene Robertson Davies, puesto que nuestra religión predominante es la católica y difícilmente pensamos en cualquier otra que afecte a nuestras vidas.

Sin embargo, en Canadá hay una infinidad de religiones debido a su multiculturalismo. Y no solo es que haya muchas; es que cada una tiene sus particulares versiones. En el caso de la creencia religiosa que aborda el doctor Hullah, se trata del anglicanismo –como sabemos, una derivación del catolicismo- cuyos límites en cuestión de rituales son algo confusos, al menos fuera de Gran Bretaña.

Precisamente esa laxitud da pie a que una persona como el doctor Hullah, nada creyente, acuda todos los domingos a misa. Repito que para los católicos hispanohablantes esta circunstancia es extraña, puesto que nosotros asistimos a misa solo en el caso de que creamos firmemente en la liturgia. Por eso es tan interesante la forma de tratar la religión que acomete Robertson Davies en esta novela.

El doctor Hullah acude a los oficios religiosos por su vistosidad y por la, digamos, calma espiritual que le dispensa. Da igual que crea más o menos en el Dios de los sermones, o en la Eucaristía. Lo importante para él es que es una manifestación del espíritu humano, una –digamos- necesidad para mantener un cierto equilibrio mental o, dicho de otra manera, para compensar el fuerte materialismo en el que vivimos.

En estos oficios religiosos es muy importante la música, y para ello acude el doctor Hullah: dos buenos amigos suyos están a cargo del coro y del órgano, y no cabe duda de que esa música eleva el espíritu y además de forma gratuita y en el entorno exacto en el que debe ser escuchada. A eso hay que sumar la curiosidad, tan importante en el desarrollo de la sabiduría y tan olvidada en la actualidad. Escuchar el sermón, entender qué lleva a los feligreses a asistir a la misa, hablar con otros parroquianos o con el mismo sacerdote acerca de los temas del espíritu es una forma más de espiritualizarse uno mismo.

En este sentido cobra especial importancia un personaje también traído de la novela anterior de la trilogía, un periodista que se ocupa de la sección religiosa de su diario y cuyas conversaciones con el doctor Hullah son antológicas. Igual importancia tienen los diálogos con esos dos amigos músicos a los que nos referíamos, también no creyentes, uno de ellos homosexual, que entienden la religión como una forma de comprender el ser humano y sus necesidades.

El arte y el espíritu

Otro tema fascinante de Un hombre astuto es su forma de abordar el arte. No olvidemos que la novela se desarrolla en una ciudad real, y Robertson Davies lo que hace es retratar esa necesidad del ser humano por crear algo, por hacer arte, aunque no se tenga un especial talento para ello.

Estos dos músicos antes referidos son un ejemplo de lo que queremos decir: ellos lo hacen lo mejor posible para un acto religioso absolutamente local, pero eso compensa enormemente en sus vidas. Tendemos a pensar el arte como una manifestación humana que solo pudiera encontrarse en museos, teatros y salas de conciertos, es decir, como una exquisitez solo apta para determinados creadores elegidos por el dedo del Destino.

Esta novela lo que nos viene a decir, con una serie de personajes que hace lo que puede para liberar su instinto, es que el arte puede habitar en cualquier casa, en cualquier ser humano que esté mínimamente dotado para ello, y ese arte pequeño, casero, tal vez poco talentoso, es la mejor medicina para esa persona para encontrar un sentido en la existencia.

La salud y el espíritu

Precisamente de medicina es de lo que sobre todo trata Un hombre astuto. El doctor Hullah no es un médico cualquiera. Sus vivencias como médico en la Segunda Guerra Mundial le han hecho ver que es posible la curación por el espíritu.

Las mejores páginas de la novela son las que tratan de este fascinante tema. Y es que Robertson Davies no era de esos escritores vagos y poco imaginativos que describen a su personaje de una manera interesante pero después no son capaces de desarrollar esa faceta a ojos del lector.

Durante buena parte de la obra vamos a ver con nuestros propios ojos la manera que tiene el doctor Hullah de tratar a sus pacientes. Y como gran escritor inteligente que es, no lo va a dotar de unas especiales cualidades, sino que también veremos sus pequeños fracasos y sus miserias, los límites de sus creencias. Pero al menos quedará mostrada la tesis del autor de que la ciencia, con todas sus bondades y sus adelantos, necesita también del espíritu porque –al menos la ciencia médica- se aplica sobre seres humanos.

La moribunda y triste música de la humanidad

En un párrafo de este curioso diario del doctor Hullah puede apreciarse lo que durante novela va a desarrollarse a los ojos del lector:

Supongo que si tuviera que definir mi método de trabajo diría que es una especie de medicina psicosomática con la que trato de cambiar los síndromes patológicos mediante el lenguaje y, consecuentemente, mediante la razón. Y algunas veces, en esa oscuridad fibrosa que subyace a la razón. Es posible que el cambio nunca sea completo, pero el paciente –o, casi siempre, el paciente- se siente mucho mejor porque ha aprendido a encarar un modo distinto la faceta individual de la vida y el cuerpo con el cual se experimenta esa vida.

En definitiva, Robertson Davies lo que plantea en esta novela, a través de su doctor Hullah, es la importancia del humanismo en cualquier faceta de la vida, incluso para un dolor de cabeza. Lo humano está en todo, en ese incienso que se eleva en una iglesia en la que suena Bach o en una consulta médica donde una persona acude porque siente molestias y lo mismo es una simple indigestión gástrica que un cáncer.

Es fascinante observar cómo Robertson Davies, sin perder en ningún momento el interés de la trama, va desplegando detalle por detalle, con una gran sensibilidad, esa triste y moribunda música que habita dentro del ser humano y que también lo engrandece con su capacidad de entrega y sufrimiento. Robertson Davies en su última novela apeló a esa aventura maravillosa que es la existencia, llenar de azar, lucha, determinación y destino, y que pareciera que no hubiera tenido secretos para el gran escritor canadiense.

Un hombre astuto. Robertson Davies. Libros del Asteroide.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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