Zuleika Dobson. Max Beerbohm

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Para Stendhal el enamoramiento es una equivocación, una especie de fraude semiinconsciente que las persona cometemos, una y otra vez, para animarnos a seguir en la existencia. El enamorado se sitúa fuera de este mundo, como en un inmenso pozo, y no consigue ver las cosas como realmente son. Las grandes parejas de enamorados que la historia de la literatura nos ha brindado llevan dentro de sí un germen de trágico destino sólo igualado a la desmesura de su pasión. Y sin embargo siguen ahí, incólumes, como ejemplo de lo que debe ser el amor.

Sólo podía ser un célebre caricaturista quien llevara hasta sus últimas consecuencias esta idealización del amor literario. Max Beerbohm (1872-1956) fue un brillante cultivador del humor británico, irónico y paradójico, que escribió una sola novela en su fructífera y perezosa vida: Zuleika Dobson (1911). Nada más que por este libro, Beerbohm entró en los anales de la literatura universal, aunque sólo fuera a fuerza de dar una nueva vuelta de tuerca a un tema tan manido e infinito como es el amor. Una vuelta de tuerca que trasroscó para siempre lo que puede dar de sí un enamoramiento sobre el papel.

Absténganse de seguir leyendo los que disfruten con una bella novela de amor, porque en Zuleika Dobson hay tal sobredosis que podrían indigestarse espíritus delicados. Difícilmente podrá encontrarse una pareja de enamorados con tales encantos que la simple descripción de sus personalidades apabullan al lector más templado.

Ella, Zuleika Dobson, es una mujer de tan radiante belleza que, ya en la primera escena, nada más descender del tren que la ha llevado a Oxford, los estudiantes que están en el andén se olvidan de los familiares que han ido a esperar. Padres, hermanas, primas, recorren en vano la estación buscando a los jóvenes alumnos que han formado un cortejo para acompañar en silencio hasta la salida a la esbelta joven.

Por supuesto, en el landó que la lleva hasta la universidad se cruza con un apuesto duque que sobre su poni ni siquiera tiene la deferencia de mirarla de soslayo. A partir de ese momento, será el objeto de deseo de la caprichosa Zuleika, puesto que ha sido el único hombre conocido que no ha pedido su mano en cuanto se ha cruzado con ella.

Porque Zuleika, no hace falta decirlo, es de esas personas creadas para organizar el caos cósmico, una ninfa para la cual la admiración de los hombres constituye el elemento más importante de la vida. No hay nada en ella de narcisismo: su belleza sólo le interesa por la gloria que siempre le aporta.

Y por si el lector no lo tenía claro, Beerbohm se dedica a llenar páginas y páginas con los estropicios causados por su ninfa en todos los salones y cortes de Europa por los que ha pasado. ¿Es que Zuleika añade a su hermosura el atractivo de su riqueza? No, no podría ser tal vulgar. Lo que ocurre es que Zuleika es maga, se dedica a la prestidigitación, pero no esperen de ella una virtuosa de su oficio: sus trucos son malos, pero ese hecho a la gente no le importa nada, comparado con su capacidad de seducción.

¿Y el duque? Tampoco en este caso Beerbohm ahorra en descripciones acerca de su ascendencia noble, las distinciones, territorios, palacios y caprichos que posee, y cuya enumeración en los propios labios del duque lo convierten ante el lector como el perfecto lechuguino inglés.

¿Cómo no van a unirse dos seres tan perfectos? Lo aclara Beerbohm: este pasional amor lo cuenta tal y como se lo dictaron las musas, así que no esperen el típico retrato de dos seres ensimismados por el enamoramiento, porque la realidad es mucho más cruda: Zuleika nunca ha entregado su corazón, pero el deseo y la necesidad de entregarlo son muy fuertes en ella. En cuanto al duque, jamás se ha enamorado antes porque por encima de todo siente un amor que absorbe todo su espíritu: el amor a sí mismo, el amor que sólo un dandi puede sentir.

Una cena, unas cuantas miradas intensas, el intercambio de unas perlas bastan para que el idilio comience con una ferocidad que desgarra. Él la desea, ella lo ama… ¿Lo ama? Sí, lo ama, pero sólo durante unos pocos minutos, hasta que se percata de que el duque se halla seducido por sus encantos, es decir, como todos los demás hombres. En ese momento lo aborrece, puesto que lo que creyó durante un instante que era una persona extraordinaria no es más que un común enamorado más. Y el duque, ante esa negativa, solo puede responder como lo haría un caballero: dándose muerte por ella.

Sin duda, esta novela incluye una de las historias de amor más cortas que se han escrito jamás. De las más cortas y de las más extravagantes, porque después de la escena del rechazo, que aparece en las primeras páginas, el resto de la obra consiste en demostrar cómo todo el género masculino, y en este caso hablamos de todos los alumnos de Oxford, puede sucumbir en masa a la belleza de una mujer, tomando unas dimensiones desorbitadas, hiperbólicas, hasta llegar en su éxtasis a la más horrible de las matanzas colectivas.

En este sentido, y para aclarar al lector con qué género de novela puede encontrarse, diríamos que Zuleika Dobson es a las novelas de amor lo que El Quijote es a los libros de caballerías. Y no nos referimos a las novelas románticas de principios de siglo, sino que la acidez y el sarcasmo de Max Beerbohm llegan a tal grado de agudeza que su caricatura atraviesa las fronteras del tiempo alcanzando hasta las novelas de amor de nuestros días.

Cuando, tras disfrutar de una lectura tan gratificante y distinta, el lector cierra esta obra que pone boca arriba y en estado de asfixia uno de los sentimientos más nobles del ser humano, cabe preguntarse si es que el amor siempre ha sido igual en todas las épocas o son las obras literarias cuyo objeto es el amor las que son idénticas entre sí, valgan las distancias artísticas entre ellas. ¿O no será que confundimos amor con enamoramiento? Porque pensándolo despacio, ¿acaso alguna vez supo Romeo lo que es el amor?

Zuleika Dobson. Max Beerbohm. Destino.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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