Amado Nervo (1870-1919). México
Amado Nervo fue un poeta mexicano perteneciente a una familia de clase media. Las dificultades económicas que acuciaron a su familia le impidieron finalizar sus estudios, de Teología y Filosofía, primero, y de Derecho más tarde y tuvo que trabajar desde muy joven para poder sostener a su familia. Con una temprana vocación religiosa, en toda su obra, de estilo modernista, aflora un cierto componente de misticismo y espiritualidad que marcó, sobre todo, sus primeras obras poéticas. La temática de su obra lírica tiene un cierto componente existencialista que aborda desde una visión compasiva al ser humano y sus dilemas, así como aspectos más metafísicos como el sentido de la vida, el amor y la muerte.
Trabajó como periodista y fue corresponsal en París, en donde conoció a destacadas figuras de la Literatura como Oscar Wilde, Leopoldo Lugones, Paul Verlaine o Rubén Darío. Justamente en París conoció al gran amor de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con quien compartió su vida más de diez años, hasta su fallecimiento prematuro en 1912. La muerte de su amada Ana Cecilia marcó profundamente a Amado Nervo y parte de ese sentimiento luctuoso lo reflejó con singular maestría en sus versos de La amada inmóvil, que no se publicó hasta después de la muerte del poeta, pues Amado Nervo consideraba esa obra como una serie de textos íntimos. Su Ofertorio supone, sin ningún género de duda, uno de los momentos líricos de mayor emoción, una de las joyas líricas más importantes de toda su producción poética. A su regreso a México, trabajó como profesor, embajador y, por último, fue nombrado ministro plenipotenciario, hasta el día de su muerte. El poema que hoy vamos a comentar se titula En paz:
EN PAZ
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida,
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino,
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno;
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas,
mas no me prometiste tan sólo noches buenas,
y en cambio tuve algunas santamente serenas….
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
El poeta salda cuentas con la vida en un bello poema de recursos consonantes, que configuran la partitura musical donde navega.
Lejos se halla este Amado Nervo del joven aquel que ponía la culpa de lo que acontece en lo abstracto. Del que oraba por la Amada inmóvil sin que la vida lo escuchase.
En su madurez, reconoce el poder de la libertad del individuo hasta el punto de ser la única responsable de los acontecimientos. Y exime a la vida, considerada como algo separado del sujeto:
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino.
Amado Nervo se adhiere al versículo bíblico de sembrar en tierra buena para recoger frutos. En este caso, establece la balanza de la justicia existencial, y defiende que lo que pongas en ella será lo que encuentres:
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas.
Quizás Amado Nervo nos ofrece un velado mensaje: ¡atrévete a ser libre! Busca y persiste en las cosas que verdaderamente quieres. No tengas miedo a la libertad.
Si la vida no le promete nada, no le engaña en sus expectativas, entonces es el individuo el centro del devenir personal:
hallé sin duda largas noches de mis penas,
mas no me prometiste tan solo noches buenas.
Para asumirte a ti mismo como artífice de tu destino, tienes que aprender a andar solo con tu conciencia,
hay que soportar esa seguridad, esa autonomía, y no aferrarte a ataduras ningunas, como padres, grupos, dioses. Hay que ir mas allá de una pancarta y tomar partido en la conquista de tu propio destino. Así podrás como Nervo, decirle a la vida:
¡Vida, nada me debes,! ¡Vida, estamos en paz!
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