Algunas novelas sobre el amor intentan idealizarlo; otras, diseccionarlo hasta convertirlo en un estudio de sus miserias. Bella del Señor, de Albert Cohen, hace ambas cosas a la vez: exalta la pasión hasta convertirla en un mito y, al mismo tiempo, la desnuda con una precisión cruel, mostrándonos que, más allá del deseo, el amor absoluto puede ser un espejismo fatal. Publicada en 1968, esta obra monumental es una de las grandes novelas del siglo XX, una historia de devoción y locura, de belleza y hastío, de una pareja atrapada en el éxtasis y la condena de su propio sentimiento.
La historia gira en torno a Ariane y Solal, dos seres destinados al arrebato y a la ruina. Ariane es la esposa de un burócrata anodino de la Sociedad de Naciones en Ginebra, una mujer de una belleza espléndida pero prisionera de una vida convencional y aburrida. Solal, en cambio, es un hombre ambicioso y seductor, un judío de origen humilde que ha escalado hasta los círculos más altos del poder. Cuando se cruzan, la atracción es inmediata, pero lo que podría haber sido un romance más se convierte en un viaje sin retorno hacia la obsesión y la autodestrucción.
Desde el momento en que Solal y Ariane se entregan el uno al otro, su amor se vuelve absoluto, excluyente, devorador. Viven en un mundo cerrado donde no existe nada más que ellos mismos, y es precisamente esa perfección insoportable la que termina condenándolos. En su búsqueda del ideal, ambos se encierran en un universo de gestos exagerados, de adoración mutua que roza lo teatral, de promesas de eternidad que, paradójicamente, los conducen al tedio. Porque el amor absoluto es también el amor sin escapatoria, y lo que comienza como éxtasis pronto se convierte en asfixia.
El estilo de Albert Cohen es una de las grandes hazañas de la novela. Su prosa es exuberante, desbordante, cargada de ironía y lirismo, capaz de pasar del registro más sublime a la sátira más feroz en cuestión de líneas. Hay en Bella del Señor páginas enteras dedicadas a la adoración del amor, pero también monólogos interminables que ridiculizan la pomposidad del mundo diplomático, la mediocridad de la burguesía y la propia farsa de las relaciones humanas. Cohen no se conforma con contar una historia de amor; la eleva a una tragedia grandiosa, pero también la desmitifica con un humor implacable.
Uno de los aspectos más fascinantes de la novela es la manera en que juega con las expectativas del lector. Al principio, parece que estamos ante una historia romántica, una pasión arrebatadora que desafía las normas sociales y las convenciones del matrimonio. Pero poco a poco, Cohen nos muestra que este amor es también una cárcel, que la perfección buscada por Solal y Ariane es, en el fondo, una forma de vacío. Lo que empieza como devoción se transforma en aburrimiento; lo que parecía deseo infinito se convierte en hartazgo. Y en este proceso, el autor no nos ahorra ninguna de las contradicciones humanas: el amor como éxtasis y como tortura, como salvación y como condena.
A lo largo de sus casi mil páginas, Bella del Señor es una novela que no deja indiferente. Puede resultar excesiva, a veces incluso agotadora, pero esa es parte de su grandeza: Cohen no busca la mesura ni la contención, sino el exceso, la exageración, la grandilocuencia como forma de verdad. Su novela no es solo una historia de amor, sino una sátira de la sociedad, una exploración de la identidad judía, un retrato despiadado del poder y de la hipocresía que lo rodea. Y, por encima de todo, es una obra que desmonta el mito del amor romántico al mostrarlo en su forma más pura y destructiva.
Pocos libros han capturado con tanta maestría la paradoja del amor: la necesidad de ser dos y el deseo de seguir siendo uno mismo, la entrega total y el miedo a la pérdida, la promesa de la eternidad y la certeza de su imposible cumplimiento. En ese juego de opuestos, Bella del Señor sigue siendo una de las novelas más deslumbrantes y crueles jamás escritas sobre la pasión, un canto a la belleza del amor que, en su propia perfección, lleva la semilla de su propia destrucción.
Bella del señor. Albert Cohen. Anagrama.