Camino sin señalizar, de Jaime Molina: las relaciones de poder

Camino sin señalizar. Jaime Molina. Reseña de cicutadry

Nadie tiene derecho a que se le cumplan los deseos: Jaime Molina ha imaginado en su novela Camino sin señalizar a una mujer, Irene, que aprende que los sueños no son derechos de obligado cumplimiento. Ya lo escribió Santa Teresa: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas”. Tal vez por eso Irene, antes de dirigirse a cumplir sus húmedos sueños, habla con su amiga Marta, policía, mujer leal y de mente madura. Con ella, Jaime Molina introduce una brillante idea en una novela negra: la madurez llega cuando se mide la distancia infinita entre deseo y realidad.

Traspasar la lógica de las relaciones

Jaime Molina es un experto en inventar situaciones en las que el orden de todos los días está a punto de saltar por los aires. En Camino sin señalizar inventa la historia de una pulsión, una pulsión sexual. Marta se ha citado con un desconocido en una casa de campo, en mitad de la nada. No es un encuentro cualquiera. La incertidumbre de la cita la traslada a su amiga Marta: tal vez Irene está ciega y no puede ver el posible peligro que corre. Tal vez sea una ceguera por pulsión: la sangre riega demasiado deprisa el cuerpo predispuesto deseoso de sexo.

Pero no es cualquier sexo el que imagina Jaime Molina en la mente de su personaje Irene, mujer enigmática. Ella acude a esa casa solitaria y desconocida a obedecer, posiblemente a ser atada, castigada, a sentir su carne lacerada por un látigo o una pala de madera. En Camino sin señalizar, Jaime Molina decide traspasar la línea del horizonte, la lógica de las relaciones personales, la convencionalidad del sexo.

No es Camino sin señalizar una novela sexual, pero todo el texto rezuma sexualidad. Jaime Molina nos invita a la sugerencia: ¿qué pueden sentir, qué pueden pensar una mujer y un hombre que han decidido mantener una relación sadomasoquista? Es sagaz el escritor linarense: por lo pronto, esconderse, guardar el secreto. ¿Son oscuras las relaciones sadomasoquistas? ¿Hay algo que esconder ante los demás?

Los mecanismos del poder

Decía Jaime Molina en la presentación de Camino sin señalizar que la obra trata, sobre todo, de la dominación. Esto es cierto, pero requiere un matiz: la dominación puede o no ser consentida. En las relaciones BDSM, como la que desea vivir Marta, cada acto, cada conducta se consensua. Cada cual impone sus condiciones. Entonces, ¿quién domina a quién?

Jaime Molina ha escrito una brillante novela sobre las relaciones de poder. Poder en todos los ámbitos; poder por parte del dominante pero también por parte del sometido. Poder en la oscuridad, en el secreto, en la evidencia, en la lucha por imponerse, en la necesidad de esclarecer un acto. Camino sin señalizar es una novela negra, un libro en el que aparecen asesinatos sin resolver que el lector desea que sean resueltos. Pero también es una novela que deja sin resolver, al arbitrio de los lectores, un tema enigmático: los mecanismos del poder.

Si Camino sin señalizar fuera tan solo una novela policíaca interesaría exclusivamente por la resolución del caso. Esa es una de las limitaciones del género negro, limitaciones para un público limitado en sus exigencias literarias. Afortunadamente, Jaime Molina plantea mucho más que la resolución de un asesinato: es capaz de crear tensión trazando la senda que lleva al camino de la locura.

El abismo de la pulsión

El enigma de Camino sin señalizar no está en el sentido de la historia sino en la naturaleza de las cosas que cuenta. Jaime Molina ha descubierto el abismo que separa a ciertas personas de los demás, el lado oculto de quien tal vez se explora a sí mismo, la transfiguración del deseo sexual en pulsión por lo aventurado.

¿Qué lleva a una mujer a someterse sexualmente a otra persona? Jaime Molina va dando pistas a lo largo de la novela: esa pulsión puede existir en cualquier momento de la existencia de esa mujer, no solo en una sesión de BDSM. El autor reconstruye con sutiles flashes algunos instantes de la vida de Irene, su necesidad de obediencia, también su urgencia por huir o por sentirse amada.

Al igual que Irene, su amiga Marta, mujer casada, policía por vocación, también vive su personal relación con el poder. Un policía puede tener mucho poder, incluso puede abusar de él. La suya es otro tipo de pulsión: la de mantener la lógica de las cosas, o la que debería ser la lógica de las cosas: los malos a un lado, los buenos al otro. En el lado de los buenos está ella, y su amiga Irene, o eso cree Marta, aunque Irene secretamente tiende al otro lado. Pero la realidad se tuerce: en ese otro lado ocurrirá un asesinato, un asesinato que además, ella, Marta, podría haber evitado. Una duda mantiene en vilo al lector: ¿en qué lado está Irene?

El juego sexual

Camino sin señalizar es como un cuaderno de notas sobre personalidades divididas, confundidas, en medio del desorden de la vida. Se vislumbran historias desquiciadas, apuntes psicológicos, fantasías sexuales. Se apuntan juegos de poder, psicopatías, seducción, engaño, sometimiento.

Despliega Jaime Molina en su novela la semilla de la inquietud: no hay mayor imposición a otra persona que asesinarla. Se le roba el resto de su vida, pero eso no es todo. La inquietud no sobreviene tanto por saber quién ha sido como por querer conocer por qué ha sido. Y la mezcla de sexo y muerte es siempre inquietante: recuérdese Instinto básico, aquella película en la que sospechamos desde el principio el quién pero nunca llegamos a saber el por qué.

Ahí reside realmente el verdadero poder: el asesino domina la escena, domina a los demás. Antes ha dominado y ha resuelto la vida de otra persona. En Camino sin señalizar se encuentran furtivamente dos seres: un amo y una sumisa. Los mecanismos del poder están pactados: así es el juego en el BDSM. ¿Siempre son un juego las relaciones sadomasoquistas?

Tras ese juego se esconde un drama: la muerte. Pero para alguien, en ese drama comienza un juego, el drama forma parte de ese juego que estableció antes de citarse con la víctima. Y ni siquiera hace falta que la víctima sea la persona sometida, o que el dominante sea necesariamente el verdugo. En los juegos siempre cabe la sorpresa y Jaime Molina consigue en esta novela que un simple juego sexual se convierta en un acontecimiento perturbador.

Camino sin señalizar. Jaime Molina. Editorial Nazarí

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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