Decía el título de una canción que “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”. Y algo así es lo que intuimos que les pasa a Sidney y Alicia Bartleby, un joven matrimonio cuya relación está claramente deteriorada por varias razones: para comenzar viven en una casa de campo apartada en donde apenas tienen relaciones sociales; a eso hay que añadir la frustración profesional de Sidney, un escritor que no logra ser reconocido y que se amarga con su fracaso; y, por último, los consiguientes problemas económicos que este fracaso profesional les acarrea, malviviendo con la pequeña renta de Alicia y los pocos ingresos que Sidney obtiene con lo que le devengan unas acciones heredadas y la venta de algunos guiones televisivos que escribe a medias con su amigo Alex. Aunque se intuye que Alicia trata de apoyarlo en su faceta creadora dándole algunos consejos, estos acaban sonando como reproches en la cabeza de Sidney, por ejemplo cuando le dice: “Estás lleno de argumentos, pero fuera del papel”. Si a ese malestar añadimos la pérdida de pasión y amor en un matrimonio que apenas lleva dos años y la aparición de una tercera persona, un hombre atractivo que parece interesarse por Alicia, el conflicto que todo esto genera está ya servido.
Patricia Highsmith es una maestra que sabe cómo generar suspense partiendo de una materia prima (me refiero a los personajes) aparentemente anodina, incluso vulgar. Los personajes no dejan de ser gente corriente con problemas corrientes. Las discusiones que mantiene la pareja, por ejemplo, muchas veces son por asuntos meramente domésticos. Otra característica que también es reconocible como propia de su estilo es que la autora nunca juzga a sus personajes, prescinde del maniqueísmo y no los presenta como buenos o malos, sino simplemente como lo que son: personas con su propia complejidad, moralidad y sentimientos. Patricia Highsmith nos demuestra en este libro cómo el exceso de imaginación de un artista (Sidney), le puede llevar a situaciones totalmente incontroladas.
La trama de suspense arranca en el momento en que Alicia le dice a su marido que se va de la casa por una temporada, aunque se siente capaz de decirle cuándo volverá. Si alguien pregunta por ella, Sidney debe decir que está en casa de sus padres. Para Sidney no hay ningún problema. La marcha de su esposa le proporcionará tranquilidad para escribir, o eso piensa él. Podrá terminar su novela, y también los capítulos de una serie de televisión. Sidney anota en su cuaderno una serie de apuntes en los que imagina que su mujer no se ha ido voluntariamente, sino que él la ha asesinado. Imagina diversas formas para ese crimen ficticio: unas veces la tira por la escalera, otras la estrangula, otras la ahoga en la bañera… Para poder comprender mejor lo que se siente en la piel de un asesino. Sidney imagina que realmente ha asesinado a su esposa y decide salir una mañana muy temprano con herramientas para enterrar un cadáver, aunque lo que realmente entierra es una vieja alfombra apolillada. Para su desgracia, la señora Lilybanks, una vecina que tiene buena relación con Alicia, lo ve salir de su casa aquella mañana cargando la alfombra enrollada.
Pasada una semana desde la partida de Alicia, esta no ha dado señales de vida, ni siquiera a sus padres. En realidad se ha reunido con Edward Tilbury, un joven apuesto, soltero y sin problemas económicos que no esconde si interés por ella y con quien acaba teniendo una aventura. Alicia no quiere dar señales de vida por temor y vergüenza a que su familia y allegados descubran el affair que está teniendo. Ni siquiera cuando la policía se presenta en casa de su marido y la foto de ella aparece en todos los periódicos es suficiente para que Alicia cambie de opinión. El hecho de que Sidney se haya convertido en sospechoso de asesinato y que eso esté afectando a la buena racha que está comenzando a tener (han aceptado varios capítulos de sus guiones para la televisión y por fin una editorial ha aceptado publicar su novela) parece preocuparle lo más mínimo. Cada paso que da Sidney para tratar de demostrar su inocencia y hacerle entender a la policía que él no ha asesinado a su esposa, parece destinado a complicarle aún más las cosas. Cuando la señora Lilybanks decide contarle a la policía que vio a Sidney saliendo de su casa antes del amanecer y cargando una alfombra enrollada, justo al día siguiente de la supuesta partida de Alicia, provoca toda clase de rumores entre los habitantes del pueblo, quienes comienzan a mirarle como si fuese un monstruo. La policía le pide a Sidney que les indique el lugar exacto donde enterró la alfombra y, cuando por fin la encuentran (sin el cadáver, lógicamente), Sidney va a ver a la señora Lilybanks para explicarle que no siente rencor alguno por ella, y que comprende que la haya denunciado. Pero al verlo entrar en la casa, a la señora Lilybanks le da un infarto y muere, lo que complica todavía más la situación de Sidney y pone a prueba incluso a sus amigos y colaboradores más cercanos. Sin embargo, sorprende ver cómo, pese a las adversidades, Sidney reorienta continuamente su situación como si esta pudiese ser aprovechada para el argumento de una novela, y no deja de hacer anotaciones en su cuaderno, posibles ideas para una futura novela, en la que imagina la desaparición de Alicia como una ficción y anota incluso los interrogatorios que la policía le realiza, como parte de los diálogos de esa historia.
Naturalmente, Sidney espera que, antes o después, Alicia tendrá que dar señales de vida, pero lo que no sabe es que Alicia es plenamente consciente por las noticias de que está dada por desaparecida y, lejos de querer aclarar el malentendido, decide ocultarse más todavía tintándose el pelo y alquilando con su amante una casa en la playa bajo un nombre falso. Así las cosas, el argumento va ganando en interés y suspense en un crescendo continuo que mantiene al lector en vilo hasta la última página. Como en la mayoría de sus novelas, Patricia Highsmith sabe perfectamente llevar al límite a todos sus personajes. La tesis de Crímenes imaginarios puede ser la misma que plantea esta escritora en otras muchas obras: que cualquier persona puede ser capaz de asesinar si se presentan las circunstancias adecuadas. Una obra intensa, muy original, con personajes admirablemente retratados y con una concepción de la trama, a mi juicio, perfecta. Leer a Highsmith es, como decía su amigo Graham Greene, una mezcla de placer y escalofrío, y no le faltaba razón: las historias que esta gran novelista imaginó son como un mapa descarnado de la crueldad, el retrato psicológico de unos personajes que parecen verse empujados hacia el mal sin haberlo buscado, simplemente porque sí, y todo ello lo hace sin pretender presentarnos una moraleja, sin juicios ni dictámenes. Decididamente, leer a Highsmith resulta imprescindible no ya solo para entender y apreciar la narrativa negra y la influencia que sus obras marcaron en muchísimas películas y libros posteriores, sino para deleitarnos con la mejor Literatura, con mayúsculas.
Crímenes imaginarios. Patricia Highsmith. Anagrama
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