La señora Dalloway. Virginia Woolf: La vida presente

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Un día puede ser tan importante como una vida entera. Virginia Woolf (1882-1941) pensó que el tiempo que se configura en el espacio de una vida es siempre presente; el antes y el después, el pasado y el futuro, vienen y se extienden hacia el infinito, más allá de la vida particular. Son las horas la que nos comprenden. En La señora Dalloway (Mrs. Dalloway, 1925) oímos continuamente las campanadas del Big Ben desgranando lo que somos, cercando el espacio y el tiempo en el que nos movemos, marcando con su trascendencia de horas imprescindibles el presente, no lo que fuimos ni lo que seremos.Virginia Woolf trató de narrar en La señora Dalloway la historia invisible de una mujer que sabe hacer en su cotidianidad el milagro de la invención diaria de la vida. Clarisa Dalloway es una mujer de la alta sociedad londinense, de cincuenta y dos años, casada y con una hija, que quiere dar una fiesta. La seguiremos desde el momento de la mañana en que sale a comprar flores, un espléndido día de junio de 1923, hasta la recepción vespertina.

Tenía la extrañísima sensación de ser invisible, no vista, desconocida; ya no volvería a casarse, ya no volvería a tener hijos ahora, y sólo le quedaba este pasmoso y un tanto solemne avance con todos los demás por Bond Street, este ser la señora Dalloway, ahora ni siquiera Clarissa, este ser la señora de Richard Dalloway.

La trama, ausente de sucesos y acciones relevantes, leve y sinuosa, se complica solo por la presencia de un personaje complementario, Septimus Warren Smith, un superviviente de la Primera Guerra Mundial, que va paseando su sombría locura por las soleadas calles de Londres. Ninguno de los dos, a pesar de vivir una misma unidad temporal, se encontrarán nunca; sus historias se desarrollan de forma paralela, ligadas entre ellas por la unidad del espacio, que es la propia ciudad de Londres, y por el hilo de algunos otros personajes que mantienen relaciones entre ellos, o ven las mismas cosas al mismo tiempo y se rozan y se cruzan en sus recorridos, iguales o convergentes.

 Los hombres no deben cortar los árboles. Hay un Dios. (Septimus anotaba estas revelaciones al dorso de sobres.) Cambia el mundo. Nadie mata por odio. Hazlo saber (lo escribió). Esperó. Escuchó. Un gorrión, encaramado en la verja ante él, pió Septimus, Septimus, cuatro o cinco veces, y siguió emitiendo notas para cantar con lozanía y penetración, en griego, que el crimen no existe.

Sabemos lo que Clarissa hace ese día, sus compras, sus paseos, las instrucciones a los criados, los preparativos de la fiesta, pero también conoceremos lo que pasa por su cabeza, sus inquietudes, sus dudas, sus miedos, parte de su pasado. Treinta años atrás, Clarissa se había enamorado, siendo correspondida por Peter Walsh, un fogoso y joven admirador, que ese mismo día de junio de 1923 regresa de la India, después de haber conseguido bien poco, comprometido con una mujer casada. Sin embargo, sabemos que Clarissa no se casó con él sino con Richard Dalloway, un parlamentario, hombre mesurado y suponemos que aburrido, que sabe amarla de una manera protectora. Además, en el transcurso de las horas que transcurren durante ese día, Clarissa recordará a una amiga de su juventud, Sally Seaton, una muchacha divertida y liberal, con la que quizás mantuvo un escarceo amoroso, el único pecado (por llamarlo así) que conocemos de Clarissa Dalloway.

Lo extraño ahora, al recordarlo, era la pureza, la integridad, de sus sentimientos, hacia Sally. No eran como los sentimientos hacia un hombre. Se trataba de un sentimiento completamente desinteresado, y además tenía una característica especial que sólo puede darse entre mujeres, entre mujeres recién salidas de la adolescencia. Era un sentimiento protector, por parte de Clarissa; nacía de cierta sensación de estar las dos acordes, aliadas, del presentimiento de que algo forzosamente las separaría.

Peter y Sally representan lo que ya no es Clarissa, la pasión, la entrega, la energía vital, el error. Ella es ahora la encarnación de una suprema sabiduría mundana, del saber estar. Puede que sea superficial, frívola, un tanto anodina, pero ella avanza por las calles de la ciudad sintiendo el puro gozo de vivir, del presente, aprovechando la precisión del instante, alejada de cualquier cosa que le pueda suponer un problema. Y mientras la vemos caminar, se cruza con su opuesto, con Septimus, el hombre traumatizado por el pasado, el antiguo soldado que ve la vida a través de un embudo, aquejado, aunque vaya acompañado por su mujer, de una soledad plagada de recuerdos infaustos, terribles.

La señora Dalloway no es una novela de gran profundidad psicológica, y sin embargo, conocemos cada uno de los pensamientos de sus protagonistas. El gran logro de Virginia Woolf en esta novela es la perspectiva con que mira a sus personajes y a la propia historia, lo que la convierte en una obra especial. Para ello, Virginia Woolf empleó la técnica del monólogo narrado desde la omnisciencia, en tercera persona, pero mostrando a la vez la entonación del habla del personaje, por lo que parece que estuviéramos escuchando a éste en primera persona.

Se quedó parada unos instantes, contemplando los autobuses en Piccadilly. Ahora no diría a nadie en el mundo entero qué era esto o lo otro. Se sentía muy joven, y al mismo tiempo indeciblemente avejentada. Como un cuchillo atravesaba todas las cosas, y al mismo tiempo estaba fuera de ellas, mirando. Tenía la perpetua sensación, mientras contemplaba los taxis, de estar fuera, fuera, muy lejos en el mar, y sola; siempre había considerado que era muy, muy peligroso vivir, aunque sólo fuera un día. Y conste que no se creía inteligente ni extraordinaria.

Ello convierte a esta novela en un prodigio de estilo narrativo, como si la escritora hubiera colocado una cámara dentro de los pensamientos de sus personajes, que se mueve a la vez que éstos, y nos va contando simultáneamente lo que sienten y lo que ven, sus sentimientos y sus vivencias puramente físicas. No hay un solo narrador que cuente la historia, sino que son varias las voces que irán surgiendo a lo largo del relato, que se entrecruzan, hablan entre sí, se separan y vuelven a juntarse, como un travelling cinematográfico de la conciencia que no tuviera cortes entre planos.

La novela está trabajada con los mismos elementos de los que está hecha la poesía. Aunque muy lejos del lenguaje lírico, los personajes y su entorno están bañados con ese halo luminoso que es la vida, de manera que a cada momento se capta la importancia del instante, la forma y el color de las cosas, el detalle como si fuera una parte del universo, y la suma de detalles termina formando un conjunto que es la expresión más pura de la vida cotidiana, sin sorpresas ni grandes momentos, pero llena de revelaciones que extraen todo su jugo al momento presente y que suponen una delicia para el lector que se acerque a esta depurada y elegante novela.

La señora Dalloway. Virginia Woolf. Alianza Editorial.

Para conocer algo más sobre la vida y la obra de la escritora Virginia Woolf, añadimos un breve documental en español.

Así mismo recomendamos la película homónima de la directora holandesa Marleen Gorris, que si bien no alcanza las cotas de grandeza de la novela, si refleja a través de la mirada y los gestos de Vannesa Redgrave los matices que difícilmente pueden ser traducibles en imágenes, prodigio sólo al alcance de una actriz que hace de la interpretación un arte (Tráiler de Mrs Dalloway, 1997).

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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