El cero y el infinito. Arthur Koestler: La pasión totalitaria

120.El cero koestler

El siglo XX fue el siglo de los totalitarismos. No de los absolutismos, sino de otra forma de hacer política, de imponer las ideologías sobre los ciudadanos siguiendo un criterio de lógica que a la postre resultó ser injusto. La literatura no podía ser ajena a tal fenómeno. El cero y el infinito (Darkness at Noon, 1940) es una buena muestra de cómo una ideología va cercenando cualquier oposición encontrada, aunque esa oposición nazca de su propio seno, y de cómo va sobreviviendo, olvidando sus primeros postulados, engañando a los ciudadanos en un laberinto de irracionalidad que deviene en el mero asesinato.

Arthur Koestler (1905-1983) ingresó en el Partido Comunista en 1931 y viajó pocos años después a la Unión Soviética. Tras la Guerra Civil Española se convirtió en un acérrimo enemigo del régimen de Stalin, una vez que conoció los testimonios de aquellos que habían luchado contra el dictador soviético. No eran aquellos años fáciles para oponerse a un régimen que vivía plácidamente con la complicidad de las potencias occidentales. El Partido Comunista tenía una gran fuerza en Europa y la ideología leninista aún no había mostrado su peor cara ante el mundo, no se había hecho visible en todo su horror.

Pero Koestler fue valiente y dijo la verdad. Esta novela, aparte de su innegable valor como obra maestra, es un ejemplo de cómo la literatura puede aliarse con la realidad para contar la verdad. Estremece pensar que más de 40 años antes de que cayera el telón de silencio que preservó la dictadura soviética, Koestler tuviera el coraje de contar lo que allí estaba pasando.

Y lo hizo a través del proceso de un personaje imaginario, Nicolás Rubachof, padre de la dictadura del proletariado, uno de los primeros dirigentes de la Unión Soviética. Hablo de personaje imaginario, pero Rubachof es la síntesis de muchos disidentes que dieron la vida por defender una ideología que cayó en desgracia tras la subida al poder de Stalin. A Rubachof lo encontramos en la cárcel cuando se abre la novela, y a lo que asistiremos a lo largo de sus páginas será a los interrogatorios a los que le someten para que confiese su participación en un supuesto atentado contra el Número Uno, que es como se llama a Stalin en la novela.

El Número Uno, sin aparecer en el relato, es el verdadero protagonista porque su presencia se impone desde el poder que ostenta. No hay nada que se le escape, no hay una sola palabra dicha en contra suya, ninguna actitud contra su persona que no sea castigada con la pena capital. Sus ansias de venganza son inmensas. Y para ello cuenta con una serie de subordinados, procedentes de una segunda generación de revolucionarios, los que no vivieron esa revolución pero sí la hacen imponer, convencidos de su justicia. En esos interrogatorios, lo que va a comprobar el lector, es el juicio dialéctico entre las ideas y la realidad, entre las buenas intenciones y la brutalidad de una situación impuesta.

Serán dos los interrogadores de Rubachof: uno, un viejo camarada que combatió por la Revolución junto a él, que tratará de convencerlo a través de la dialéctica; y otro, un subordinado joven que sólo entiende de tácticas para arrancar las confesiones, sean o no verdad. Es apasionante ese juego entre el reo y el verdugo para sonsacar una declaración: si con el primer interrogador se trata de llegar a la verdad a través del convencimiento íntimo, en el segundo caso solo valdrán las argucias para sonsacar lo que las ideas no son capaces de conseguir. Una fuerte luz permanente sobre el interrogado, un día detrás de otro manteniendo las mismas acusaciones, sin dejar dormir al reo, machacándolo con el sopor, con la falta de sueño, serán suficientes para arrancar cualquier confesión.

Pero no solo son apasionantes los interrogatorios: también hay una parte de la vida de Rubachof que lo vuelve extremadamente interesante: en un momento dado, cuando él aún ostentaba un cargo en la Revolución, también fue un verdugo, también llevó a la muerte a personas queridas por salvar sus ideas y su vida. La historia de su secretaria y amante Arlova es de una singular belleza: ella se inmola por él, no por un amor humano, sino por una insana admiración por el personaje Rubachof, héroe del pueblo.

Lo mismo ocurre con otras dos personas, fieles seguidores del revolucionario: pagarán con la denuncia pública y con la muerte por no someterse a los designios de Rubachof. Ya no se tratará de la defensa de las propias ideas, sino de una manera de imponer la voluntad, de sentirse fuerte atrincherado en el poder. Las personas no son nada comparado con la imagen del Partido: todo se debe al Partido, nadie es nadie sino una pieza más del engranaje. Por la lógica del Partido se llega a la sinrazón impune.

No hay nada entre el cero y el infinito. O se está con el Partido o se está en contra de él. Cualquier observación, cualquier minucia es observada por el Partido como una traición. De eso habla El cero y el infinito: del poder voraz, que no admite réplica pero que sigue su lógica hasta el absurdo. Desde el principio sentimos que el juicio contra Rubachof es inútil: él no podrá defenderse, porque ya está escrita la sentencia. Pero a pesar de ello, el juicio continúa. Es la manera que tiene el poder de acallar su conciencia, de exponer a los ciudadanos que pueden estar tranquilos porque el poder elimina a quienes atentan contra su libertad.

De alguna manera, El cero y el infinito se acerca al mundo kafkiano, donde el individuo no tiene ninguna importancia frente al poder superior. Pero estos interrogatorios existieron en la realidad y Koestler lo que hizo fue exponerlos en una novela que solo su talento impidió que fuera cruel. Pero es un testimonio único de esa vergüenza que recorrió el siglo XX con su pasión totalitaria.

El cero y el infinito. Arthur Koestler. Debolsillo.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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