El desierto de los tártaros. Dino Buzzati: La metafísica de la espera

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Cada cual piensa que en algún momento ha de llegarle la fortuna, la hora milagrosa que al menos una vez le toca a cada uno en la vida. Por esa posibilidad vaga, incierta en el tiempo, hombres hechos y derechos consumen la mejor parte de su vida. Sobre esta expectación, esta esperanza, habla Dino Buzzati (1906-1972) en su gran novela El desierto de los tártaros (1940), una novela que ha fascinado a generaciones con su secreto e inaprensible mensaje.

Dino Buzzati

A Dino Buzzati lo han querido identificar con Franz Kafka por la atmósfera de sus novelas, pero el escritor italiano se aleja del mundo de pesadilla del checo para adentrarse en algo más sutil, más misterioso, que es la metafísica de las situaciones, aquello que va más allá de la mera apariencia, de los hechos relatados. Cuando el lector se adentra en El desierto de los tártaros tiene la sensación de que cada párrafo forma parte de una cadena de mensajes que el escritor ha querido transmitir pero de una forma cifrada, como si escamoteara parte del sentido de la narración.

Sin embargo, algo que destaca inmediatamente en la poética de Buzzati es su sencillez, su llaneza, la falta de retórica, la exposición clarísima de los hechos, diríamos que expuestos de una forma incontestable, como si hubiera sido imposible que hubieran ocurrido de otra manera. Quizás ahí resida el secreto del italiano: su falsa claridad. Como los prestidigitadores, expone sus cartas, pero siempre hay un truco final que nos maravilla pero que a la vez nos intriga, porque no sabemos cómo lo ha conseguido realizar.

De hecho, la trama de esta novela aparece con una sencillez rayana en lo naïf: recién salido como oficial de la academia, Giovanni Drogo parte una mañana de septiembre de la ciudad para dirigirse a la fortaleza Bastiani, su primer destino. Como joven que es, solo piensa en el dinero, en las mujeres hermosas que quizás lo mirarán, en los deseados ascensos. No sabe exactamente dónde se encuentra la fortaleza, ni el tiempo que tardará en llegar a ella. Cuando cree que la ha divisado, se encuentra frente a unas ruinas que no pueden ser la fortaleza, así que vuelve a emprender el camino, que será largo.

Por fin alcanza la fortaleza. La mira fascinado, pero se pregunta a la vez qué puede haber de deseable en aquella bicoca, casi inaccesible, separada del mundo. Porque la fortaleza Bastiani se encuentra en la frontera, es un puesto que defiende el territorio de unos improbables enemigos. No es una gran fortaleza, sino una fortaleza de segunda categoría, en una frontera muerta, delante de un gran desierto, el desierto de los tártaros. Lo que está clara es una cosa: nunca sirvió para nada. Se cree, a través de leyendas, que más allá de ese desierto desolador que se extiende frente a sus muros vivieron unos Tártaros, que nunca hicieron peligrar el territorio, pero nada de eso se puede comprobar. Jamás ha tenido que responder a un ataque.

Drogo no ha pedido aquel destino y no parece querer quedarse en él. Nada más llegar a la fortaleza, a través de una extraña burocracia, le ofrecen quedarse un par de meses, tras los cuales el médico le dará la baja para que vuelva a la ciudad. Drogo acepta estas condiciones y pasa a vivir un régimen cómodo en el que destacan una serie de oficiales que toman su trabajo como si estuvieran a punto de ser atacados por el enemigo.

En este punto es donde la novela sabe desplegar toda su sabiduría, donde parece querer indicarnos un significado oculto, porque en la fortaleza todo el mundo está alerta. Parece que en cualquier momento puedan requerirse todos los esfuerzos necesarios para rechazar un ejército, pero lo que la realidad ofrece a Drogo desde lo alto de los muros es un terrible desierto que se pierde en la lejanía, más allá del cual es improbable que viva nadie. Sin embargo, él también caerá en esa fascinación por el infinito, por la esperanza incierta, por los méritos que se pueden contraer en cualquier momento en la lucha, en dotar a su vida de un sentido.

Pasarán los dos meses, y varios años, y Drogo se aclimata a vivir en la fortaleza con una continua incertidumbre por el futuro. Va viendo cómo otros oficiales van dejando su puesto allí y se dirigen a la ciudad, e incluso él mismo, en los permisos que le dan, puede ver a esos mismos oficiales, o a otros, pasear por la ciudad, vivir con mujeres, divertirse, mientras que él sigue desvelándose, solo, lejos del mundo por una amenaza que nunca termina de concretarse.

Aunque no siempre es así: cuando ya lleva muchos años en la fortaleza, un día se avistan unos puntos negros que parecen moverse. Se encuentran tan lejos que ni siquiera unos potentes prismáticos pueden descifrar de qué se trata. La espera se hace angustiosa, porque pasan los días, e incluso los meses, y aquellos puntos negros se hacen un poco más grandes, pero se sigue sin saber de quién se trata. ¿Enemigos? ¿Acaso no es una fortaleza de frontera?

Pasan meses, años, hasta que se descubre que alguien está haciendo una carretera para mover armamento hasta la fortaleza, pero en esos años, paradójicamente, desde la ciudad se ha decidido rebajar el número de efectivos, puesto que parece que por fin se han dado cuenta de que la fortaleza no sirve para nada. Justo ahora que el enemigo parece estar a las puertas, es cuando se encuentran más desguarnecidos. Pero eso no les impide perder la esperanza, el deseo de toda su vida: la espera parece haber merecido la pena.

Hay una gran carga existencial en El desierto de los tártaros, porque en esta novela parece que la vida no tenga ningún sentido, o si lo tiene, es indescifrable. Parece que siempre esperamos que suceda algo, y cuando no sucede, nosotros seguimos con esa esperanza absurda en la que invertimos toda nuestra existencia. Esta novela, en su apariencia sencilla, casi de fábula, esconde una gran verdad, un desasosiego en el lector, que posiblemente no consiga desvelarla del todo porque parece que tiene tantos significados como lecturas. Pero precisamente en eso consiste una obra maestra: admite tantos significados como lecturas y como lectores. En ese sentido, El desierto de los tártaros es una novela ejemplar.

El desierto de los tártaros. Dino Buzzati. Alianza Editorial.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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