Jesús Rubio Gamo: Danzas del sur de Europa (Tanzen sie mit uns!) + Ahora que no somos demasiado viejos todavía

El programa doble del coreógrafo Jesús Rubio dentro de la variopinta oferta de espectáculos de Abierto en canal  -un espacio creado para dar visibilidad a las obras que se gestan dentro del sistema de residencias del Centro de Danza de Canal- se compuso por la representación de dos de las últimas piezas del madrileño: Danzas del sur de Europa, un trío interpretado por Clara Pampyn, Lucía Marote y Nadia González y su sólo autobiográfico Ahora que no somos demasiado viejos todavía.

La trayectoria de Rubio ha fluctuado por numerosos recodos en su formación: desde la filosofía al ballet, pasando por la danza contemporánea y la interpretación, pero no vamos a dedicar tiempo a sus años de aprendizaje, que no es lo que nos interesa aquí. Digamos simplemente que lo irregular de sus ambiciones y lo errático –en el buen sentido de la palabra- de su periplo, ha alimentado un estilo propio difícil de encasillar pero profundamente enriquecedor, fundamentalmente, porque no se ha casado con nadie y en su forma vemos influencias (¿quién no las tiene?) de aquí y de allá, pero, a día de hoy, se le puede catalogar sin demasiado esfuerzo como la rara avis de la escena contemporánea madrileña. O cuando menos, como uno de los pocos creadores que exhibe sin ambages un universo propio y exclusivo, ahí es nada.

En sus Danzas del sur de Europa (con el subtítulo Tanzen sie mit uns!, algo así como ¡bailen con nosotros!) Rubio utiliza su marca de fábrica más reconocible a día de hoy (no en balde está recorriendo media Europa con Boléro), la de la reiteración del movimiento y las pequeñas variaciones sobre éste para crear una propuesta que se hace amena y suculenta a los ojos del receptor ávido de movimiento. Juega con sutiles oscilaciones en el ritmo y en la batería expresiva del tren superior, cimentado todo ello en un rebote casi constante de las intérpretes, que dota al conjunto de un halo casi ritual, entrando en un terreno que apela a lo chamánico, a una suerte de trance propiciada por el vaivén, de cara a la experiencia que están viviendo las (fabulosas) intérpretes tanto como a lo vivencial del espectador que se precie entrar en lo hipnótico de la contemplación (cierto es que la música ayuda, y mucho). La observación de estas tres mujeres de tan distinta fisionomía meneándose, zigzagueando, compone una imagen ceremonial, pesada, que llama a la tierra y a la tradición, a fin de cuentas se trata de un ejercicio sobre coreografías ancestrales pasadas por el tamiz de la matemática rotunda de coreógrafos como Anne Theresa de Keersmaeker o, más contemporáneamente, Olivier Dubois.

El otro lado de la velada fue su solo Ahora que no somos demasiado viejos todavía, una autobiografía bailada y leída del creador que nos lleva por una serie de paisajes emocionales de difícil explicación. Si en la pieza anterior su discurso era cercano a cualquier espectador que se precie compartir la danza, ya sea como simple experiencia estética o como reflexión sobre lo sagrado del movimiento; en esta segunda nos enfrentamos con una dialéctica cerrada, un monólogo críptico dividido en dos segmentos claramente diferenciados seccionados entre sí por un tajo, al más puro estilo de un Pascal Rambert hacha en mano –tendencia ésta del espectáculo binomio muy de moda en estos días, por cierto-. De un lado, una primera parte nos traerá al Jesús Rubio intérprete de danza, el que desarrolla un compendio de movimientos que van componiendo un retablo de barroquismo coreográfico de difícil catalogación. Y digo compendio con conocimiento de causa, porque la apuesta de este tramo de la pieza es casi una enumeración. Una enumeración metódica, minuciosa, obsesiva, casi psicótica. En ella caben lo expresivo y lo expresionista, lo sencillo y lo rocambolesco (en tramos casi grotesco) pero todo parte de la mayor de las simplicidades. Un deambular constante salpicado de gestualidad y efectividad plástica. Cayendo en lo obvio: sangre, sudor y lágrimas (a lo mejor no tanto, pero sudor y babas, seguro) de un creador que echa toda la carne en el asador y que planta un manifiesto en el escenario arrastrando en su camino a todo el que lo mira por los complicados mundos de una psique rocambolesca, contradictoria y fabulosamente osada –grandiosas sus pinceladas de danza clásica en medio de la vorágine-  que no teme en salpicar (literal y figuradamente hablando) directamente al espectador.

Siempre he visto en las obras de Rubio un paralelismo con el entramado complejo y apabullante del cine de Peter Greenaway, puede que esto sea una apreciación mía, pero precisamente encuentro referencias muy similares en sus recolecciones, en sus enumeraciones de imágenes, en el caso del inglés, es evidente; aquí, puede resultar un poco traído por los pelos; pero ambos autores me transportan a un universo extremadamente emocional de un modo cuasi mágico, por la creación de una iconografía empática.

La dialéctica del movimiento de Rubio se rompe literalmente y con ello da lugar a la segunda parte de su espectáculo en el que, caminando por el escenario, lee (no lee, ¿interpreta?) algunos textos suyos – pretendidamente escogidos al azar- de un tocho de folios que van quedando en el suelo como experiencias vividas y sobre las que caminar. De algún modo, recorre con sus palabras lo que previamente había habitado con sus movimientos. Su voz, cadente, cansina, es ahora la herramienta de lo sensible. Es el barro sobre el que esculpir un gran silogismo multidimensional.

Rubio teje un entramado de absorbente potencial que te atrapa –mecido desde la profundidad de la música de Ryuichi Sakamoto- como un remolino de experiencias de misteriosos sujetos, habla de su madre, o de la madre de alguien, habla de vestidos de verano, habla de sitios en bibliotecas de Madrid, habla de drogas, de internet. Habla de lo cotidiano y de lo profundo todo mezclado en un gran pandemonio que me lleva a pensar irremediablemente en Ray Loriga y su Lo peor de todo, me trasporta a una gran melancolía y a la vez, a unas ganas terribles de vivir la vida. Jesus Rubio es el Ray Loriga de la danza contemporánea y eso, para mí, es el mejor de los elogios.

Jesús Rubio Gamo: Danzas del sur de Europa (Tanzen sie mit uns!)  + Ahora que no somos demasiado viejos todavía. Sala Negra. Teatros del Canal.

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