Justicia. Friedrich Dürrenmatt: Experimentos con la verdad

Portada de Justicia de Fiedrich Dürrenmatt

Decía Orson Welles, en su papel del siniestro personaje Harry Lime en El tercer hombre, una frase que quedará para la posteridad: “En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco.” Habría que añadir a la exigua aportación de este país al mundo los psicofármacos, el secreto bancario y la neutralidad eterna, es decir, la proverbial hipocresía helvética, su doble moral y la precisión casi enfermiza por mantener el equilibrio en medio de los conflictos. Escritores suizos como Max Frisch o Friedrich Dürrenmatt desenmascararon con sus irónicas obras esa solapada verdad que se oculta tras la impenetrable fachada de la sociedad suiza. Este último autor, además, incidió magistralmente en una de las consecuencias de tan impasible sistema: su dudoso sentido de la justicia. Así, Justicia, se titula la que acaso sea su obra maestra, escrita en 1985 en plena madurez del escritor.

Friedrich Dürrenmatt destacó siempre por la afilada inteligencia de sus obras. Afamado dramaturgo, autor de un puñado de extraordinarias novelas que invitan a la reflexión, Dürrenmatt se valió en algunas ocasiones del subgénero policiaco para tratar sus bases ideológicas y sus fundadas dudas acerca de su país. La novela negra le aportaba esa precisión en las tramas que era como un trasfondo perfecto para reflejar la exactitud suiza.

Como decíamos, la justicia fue el gran tema sobre el que gira la obra de Friedrich Dürrenmatt. Otra de sus novelas, El juez y su verdugo, como anuncia el título, investiga hasta qué punto la justicia está a un lado o a otro de la verdad. En Justicia toma definitivamente el toro por los cuernos y plantea desde la primera página un suceso que no admite vuelta de hoja: el consejero cantonal Kohler, hombre muy apreciado en la sociedad zuriquesa por sus cualidades intelectuales, entra en un restaurante, y delante de todo el mundo, dispara a bocajarro a un famoso humanista, el profesor Winter, que cae fulminado encima de un plato de tournedós a la Rossini.

Tras cometer el crimen, Kohler toma un coche oficial, despide en el aeropuerto a un ministro inglés que está de visita en Zurich y acude a un concierto de Brahms donde es amablemente apresado, como corresponde a su rango, y más tarde es condenado de forma ejemplar, como corresponde a su fama en un país de fama ejemplar.

En la cárcel, el consejero cantonal parece feliz. Ha dejado la dirección de sus negocios a su hija, se ha alejado del tráfago de relaciones económicas y compromisos sociales. Entre los guardianes y los reclusos tiene fama de hombre atento, refinado, de sanas costumbres. De hecho, nunca había provocado el más mínimo escándalo con anterioridad.

Cuando lleva cumplida una breve parte de la pena, llama a dos personas: un profesor de universidad amigo suyo y a un abogaducho, que es el narrador de la obra. Kohler mantiene que en la investigación de los asesinatos hay un antes y un después que parecen pasar desapercibidos a la justicia. Para el juez y el tribunal, lo único importante es el hecho en sí, el crimen, pero en el caso de Kohler no hay móvil alguno. El malogrado profesor Winter y el consejero nacional eran amigos y no se les conocía conflicto alguno entre ellos que pudiera motivar una muerte tan pública y violenta.

La tesis de Kohler es implacable: lo real no es más que un caso de lo posible. La realidad es que él asesinó al profesor Winter, pero podría no haber sido él, sino otra persona, la que se le hubiera adelantado o la que pudiera tener motivos reales para matarlo. Que él, Kholer, fuera quien empuñara la pistola no era más que una posibilidad entre otras muchas posibilidades.

Para que la trama sea aún más extraordinaria, sabemos desde el comienzo que el abogaducho escribe una especie de memoria para el fiscal en la que explica que va a matar al consejero Kohler cuando éste baje del avión después de haber dado la vuelta al mundo, tan solo un año después de haber sido condenado, y que posteriormente él se suicidará. Según el pobre diablo, es la única manera de hacer justicia. La mayoría de las páginas de la novela será ese informe. Solo un epílogo nos dará cuenta del resultado del supuesto acto justo cometido por un personaje subalterno.

Aunque parezca lo contrario, apenas he adelantado la trama de las dos o tres primeras páginas de la novela. Todo el resto es esa investigación que hace el abogado para poner en pie una realidad paralela, una de las muchas posibilidades que pudieron ocurrir y que, ante un jurado, pueden pasar por ciertas, por mucho que la realidad la niegue.

Adelanto que no es la típica novela procesal, puesto que no aparece ningún juicio en sus páginas, ni tampoco un thriller al uso, aunque haya un asesinato. Ante los ojos del lector se despliega esa otra cara oculta de la verdad, las apariencias, que hacen pasar por equilibrada una sociedad corrupta y por distinguido a un farsante.

Dürrenmatt pone sobre la mesa un caso que no cesa de suceder en la actualidad (y que seguirá sucediendo): algunos corruptos son detenidos, quizás los más sobrados o chulescos; algunos de ellos son condenados ante la opinión pública; la opinión pública, a veces, queda con la conciencia tranquila por haberse aplicado la justicia, pero nadie, o prácticamente nadie, sabe la verdad, lo que realmente ocurrió antes de darse el hecho punible, los entresijos del proceso y  lo justo de la condena, lo que más tarde ocurre con el condenado, su situación real, su hipotético futuro que ya queda oculto ante la sociedad.

Tal vez Suiza sea el país perfecto para una trama de apariencias. Como ocurre con esos miembros de la sociedad (de cualquier sociedad) que viven impunes ante la ley, su conducta es intachable, su imagen es impoluta, su historia es pura falsedad de cara a los demás.

Suiza es un ejemplo organizado de la hipocresía y la apariencia, y Dürrenmatt ha sido de los pocos escritores que ha denunciado ese invento, ese fake, que aun hay quien defiende y admira.

Por cierto, y hablando de inventos: a pesar de lo que dijera Harry Lime, el reloj de cuco fue inventado en Alemania.

Justicia. Friedrich Dürrenmatt. Tusquets.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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