Kipps. H. G. Wells

Kipps. H. G. Wells

La extensa obra narrativa de H. G. Wells (1899-1946) fue el fiel reflejo de su época y de su evolución como intelectual. Seducido en un principio por la ciencia, escribió las que sin duda son sus novelas más célebres, los «romances científicos» como se llamaron en su momento. Una vez reconocido como escritor, y movido por la pujanza de otros novelistas coetáneos como Henry James o Joseph Conrad, Wells se mostró mucho más ambicioso a la hora de elegir los temas para sus historias. Kipps (1905) es un buen ejemplo de ello.

Ahora bien, lejos del complejo estilo de los autores citados, Wells adopta una voz, diríamos, más ingenua y llana, quizás más directa a la hora de llegar con eficacia al lector medio. No en vano, subtituló esta novela como La historia de un hombre sencillo, y de eso se trata precisamente: de una novela que narra la historia de un hombre, desde su nacimiento hasta un momento determinado de su vida, cuya característica principal es la sencillez (que no simpleza) de su personalidad.

El lector avezado reconocerá que un argumento tan parco como éste supone un difícil reto para un escritor, reto que, nos adelantamos a decir, superó Wells con maestría, porque lo atractivo de este libro está precisamente en lo que menos podríamos esperar de él: el vigor narrativo y la amenidad.

Vemos crecer a Arthur Kipps en una pequeña ciudad cercana a Londres, bajo la tutela de sus tíos, ya que pronto queda huérfano de padres. El estrafalario retrato que hace Wells del tío ya nos pone inmediatamente sobre la pista de la sorpresa que vamos a encontrar a lo largo de la novela: una inocultable inclinación hacia el estilo y el mundo de Dickens. De hecho, una vez leída, esta obra podría haberse titulado Grandes Esperanzas. Esta cuestión, en cualquier caso, no le quita un ápice de interés o valor a la novela de Wells, sino que más bien refuerza sus sólidas bases.

El niño Kipps, de forma parecida a otro famoso niño, Pip, crecerá en un ambiente familiar mísero, arbitrario y desproporcionado, al que habrá que añadir su ridícula educación en una supuesta y grandilocuente academia de élite, que no le sirve para nada.

Siguiendo la propia biografía del autor, Kipps terminará como aprendiz de pañero en una tienda, llamada pomposamente el Emporio, cuyo propietario hará las delicias del público dickensiano.

La formación del muchacho como trabajador llegará a ofrecernos momentos hilarantes, pues parece que tanto sus compañeros como el dueño del negocio se hubieran confabulado para hacer del trabajo algo insignificante y pesadillesco. Pronto se hará evidente que Kipps no llegará por este camino absolutamente a nada.

Únicamente unas clases de tallado de madera, a las que Kipps se apunta por tal de salir de su gris existencia, le aportarán un cierto consuelo. Allí conocerá a la profesora, una joven dama llamada Walshingham, que será fundamental en su vida.

Por si fuera poco, conoce de un modo casual a un personaje inolvidable que cambiará, también casualmente, su vida. Este personaje es un supuesto autor de teatro, despistado, soñador y vanidoso, que trata de introducir a Kipps (a pesar de su evidente miseria) en la producción de obras teatrales.

Un golpe de efecto (cómo no, bajo la sombra de Dickens) dará un giro radical a la vida de Kipps: la herencia de un abuelo desconocido, que lo convierte de repente en un hombre rico con apenas 20 años. En este momento es cuando se desarrolla realmente la novela, o más bien, las ideas del escritor acerca del dinero, la posición social y la diferencia de clases. Aunque en la actualidad nos pueda parecer extraño, el autor no tiene ningún empacho en intervenir en la novela, señalando determinadas circunstancias o adelantando la trama de la historia para que la sigamos con más atención, a lo que ha de unirse la introducción de su ideología, cercana al socialismo, que no oculta en ningún momento.

La cuestión que se presentará al lector de manera palpable es si un hombre sencillo, salido del pueblo llano, puede ascender en la escala social por el solo hecho de poseer dinero. Por lo pronto, consigue la atención de la señorita Walshingham, antigua profesora de tallado, que no es por cierto rica, pero cuya ambición le mostrará el camino hacia una sociedad más distinguida.

En ese camino, que ocupa la mayoría de las páginas de esta excelente novela, el autor no dejará títere con cabeza. Pero no crean que se despacha a gusto con lo que se entiende como alta sociedad, sino que hace al pobre Kipps víctima de su mirada ácida, colocándolo sin piedad en un lugar desplazado y risible entre sus semejantes. Capítulo a capítulo, Kipps irá esforzándose por ser un caballero distinguido, pero no crean que la cosa será fácil. Las molestas vicisitudes que debe soportar el personaje a cada instante se muestran sin compasión alguna. Kipps es un hombre sencillo en medio de un mundo aparentemente complejo a sus ojos, que sin embargo oculta bajo su pretencioso aspecto las mayores de las simplezas.

Falta advertir un aspecto fundamental de esta novela: el fino humor que aligera con inteligencia y tacto las penosidades que sufre el protagonista y la sátira continua a un mundo de oropeles tras cuya amable cara no hay más que superficialidad y vacío. Todo ello, insisto, sin cargar en ningún momento las tintas.

Kipps es, ante todo, una novela inteligente. Lo trillado del tema exigía un recio pulso narrativo, que Wells solventa con eficacia a través del humor, el encanto, la limpieza estilística y el envidiable ritmo. ¿Quién no se habrá sentido Kipps alguna vez? Esta quizá sea la pregunta que lanza Wells con esta novela.

Kipps. H. G. Wells. Cátedra

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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